
Aunque Irán tiene uno de los mayores suministros de gas natural y petróleo crudo del mundo, se encuentra en una emergencia energética en toda regla, que llega justo cuando también sufre importantes reveses geopolíticos.
En las calles de Teherán, los semáforos parpadean o se apagan por completo, generando un caos de bocinazos y giros improvisados. En las escuelas, el bullicio de los estudiantes se ha silenciado, reemplazado por clases virtuales intermitentes que dependen de un internet inestable. Y en los hogares, las familias enfrentan el frío creciente de un invierno que no cede, con calefactores que dependen de un suministro de gas que ya no llega a todos. Irán, uno de los mayores poseedores de gas natural y petróleo del mundo, está atrapado en una crisis energética sin precedentes, un colapso que combina sanciones, mala gestión, infraestructura obsoleta, consumo excesivo y los golpes invisibles de una guerra encubierta con Israel.

—Nos enfrentamos a desequilibrios graves en gas, electricidad, agua, dinero y medio ambiente —declaró el presidente Masoud Pezeshkian en un discurso televisado este mes—. Todos están al borde de convertirse en crisis.
Las palabras del mandatario no consuelan a los industriales ni a los ciudadanos comunes. Por el contrario, agudizan la sensación de desamparo. Desde la semana pasada, el país ha operado prácticamente en estado de cierre total para ahorrar energía. La medida, que buscaba evitar un colapso total, ha generado pérdidas económicas estimadas en decenas de miles de millones de dólares y ha desatado una ola de frustración.
—Tenemos que disculparnos con el pueblo —dijo Pezeshkian—. Estamos en una situación en la que ellos deben soportar la carga.

La causa inmediata del apagón energético es un déficit de 350 millones de metros cúbicos diarios de gas, un golpe crítico en medio de un invierno de temperaturas gélidas. El gobierno enfrentó una decisión difícil: cortar el suministro de gas a los hogares o apagar las plantas que generan electricidad. Optaron por la segunda opción.
—La política del gobierno es evitar a toda costa cortar el gas y la calefacción en los hogares —explicó a The New York Times Seyed Hamid Hosseini, miembro del comité energético de la Cámara de Comercio—. Pero esto es como un barril de pólvora que puede estallar y generar disturbios en todo el país.
El apagón industrial ha sido devastador. En las provincias fabriles como Isfahan, plantas completas se han paralizado. Según Mehdi Bostanchi, jefe del Consejo de Coordinación de Industrias, las pérdidas oscilarán entre el 30% y el 50% de la producción nacional.
—Las pequeñas y medianas empresas son las más afectadas —afirmó—. Este caos es inédito en nuestra historia.
A esta calamidad doméstica se suma un contexto internacional desfavorable. Las tensiones regionales han reducido el papel de Irán como potencia en Medio Oriente, mientras que el retorno de una política de “máxima presión” por parte de un Donald Trump reelecto promete asfixiar aún más su economía. La moneda nacional, el rial, ha caído a mínimos históricos frente al dólar.
La crisis energética se agrava con un factor menos conocido: en febrero, Israel destruyó dos gasoductos clave como parte de su guerra encubierta contra Irán. Según funcionarios del ministerio de petróleo, esto obligó a la administración a recurrir a reservas de emergencia que ya no ha podido reponer.
El legado energético de Irán es paradójico. Aunque el país emprendió un ambicioso proyecto para llevar gas a todos los rincones, conectando incluso a las aldeas más remotas, este modelo se ha vuelto insostenible. Esfandyar Batmanghelidj, economista iraní, lo resumió así: “En toda la cadena se ven desafíos. Irán no puede producir suficiente electricidad ni reducir su consumo”.
Los apagones han invadido el día a día. Sephideh, una profesora de inglés en Teherán, lo describe como una rutina de incertidumbre: “El corte de luz afecta todo. Sin electricidad, no hay agua, no funcionan las calderas ni los sistemas de calefacción. Mis clases virtuales se cancelan constantemente”.
En el consultorio de Nader, un dentista, los pacientes deben tolerar los procedimientos interrumpidos: “A veces estoy en medio de un tratamiento y la luz simplemente se va”.
Mientras tanto, las fábricas luchan por mantenerse a flote. Soheil, un ingeniero de 37 años en una planta de electrodomésticos, teme por los despidos: “Los cortes de energía han aumentado los costos de producción. Esto nos llevará a reducir personal”.
Desde el palacio presidencial, Pezeshkian ha lanzado una campaña para reducir el consumo. Videos muestran al edificio a oscuras durante la noche, mientras funcionarios y celebridades instan a los ciudadanos a bajar la temperatura de sus hogares. Sin embargo, estas medidas simbólicas son apenas un consuelo en un país que se siente cada vez más al borde del colapso.
En el horizonte, no se vislumbra una solución clara. Con cada apagón, las sombras de la incertidumbre crecen más densas sobre Irán.
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