
Después de entrevistar a 33 exnarcotraficantes, la investigadora mexicana Karina García desmitificó la idea de los narcos rodeados de lujos e identificó un patrón común de pobreza, maltrato y exclusión que empuja a mucha gente a formar parte del crimen organizado.
“Si queremos entender cómo es posible que sean capaces de cometer estos actos de violencia, hay que entender de dónde vienen. No es que sean monstruos, crecieron en un contexto de muchísima violencia”, explica este domingo a EFE la autora de “Morir es un alivio” (Grupo Planeta).
Entre 2014 y 2015, Karina García entrevistó para su tesis doctoral de la Universidad de Bristol a una treintena de exnarcotraficantes internados en un centro de rehabilitación del norte de México, cuyas implacables historias recoge ahora en el libro.
Pobreza y violencia: el cóctel del narco
La mayoría comparten infancias rotas por la pobreza, la violencia machista de sus padres y la delincuencia de las pandillas en sus barrios.
“Crecieron en un contexto de muchísima violencia, donde las familias, los vecinos y el Estado les fallaron. Crecieron sabiendo que estaban solos y la única manera de protegerse era la violencia”, explica García.
La búsqueda de dinero empujó a muchos al narcotráfico, pero no siempre era lo más importante, pues “varios comentaban que lo que querían era respeto”.
Les daba lo mismo meterse a narcotraficante, a policía o a soldado. Lo que deseaban era “que la gente sintiera el mismo pavor que ellos con sus papás”, detalla.

También se metieron al crimen organizado para tener mayor acceso a las drogas, pues creían que “su vida era desechable y preferían morir jóvenes pero disfrutar al máximo”.
Pero de igual manera que entraban por la droga se salieron por ella. Muchos se volvían adictos y acababan siendo perseguidos por su propio cártel, por lo que tuvieron que refugiarse en ese centro de rehabilitación, cuya ubicación no revela.
“Allí se encuentra no solo un refugio físico sino espiritual. Se rehabilitan de sus adicciones, encuentran una familia, un apoyo, alguien que los trata con respeto”, comenta.
Karina García cree que “hay que desmitificar el mito del sicario rico, poderoso y glamuroso”, y a su vez quita importancia a la llamada narcocultura, formada por series, películas y canciones que ensalzan la vida de los narcos.
“Ellos (los entrevistados) escuchaban rock, hip-hop o incluso boleros. Tampoco tenían tele en sus casas. Su violencia no venía de la tele sino de su día a día”, ejemplifica.
La Guerra contra el Narco ¿un fracaso?
Durante varios meses, García estuvo entrevistando a esos exnarcos en conversaciones que podían alargarse hasta las cinco horas y en las que explicaban con todo tipo de escabrosos detalles las atrocidades que habían cometido.
Uno de ellos reveló que su cártel organizaba fiestas donde se mutilaba a personas en público en honor a la Santa Muerte.
“Fue difícil, hasta ahora estoy en terapia”, confiesa la investigadora.
Tras inmiscuirse de una forma tan humana en la vida de estos exnarcotraficantes, a Karina García no le preocupa que la acusen de justificarlos.

“Lo entiendo. Llevamos 15 años con esta violencia y la crueldad va aumentando. Entiendo que la gente está cansada. Claro que la violencia es cruel, pero si queremos combatirla tenemos que entender de dónde viene, cómo se origina”, expresa.
Por ello concluye convencida que la solución a la violencia y al narcotráfico pasa por medidas integrales de asistencia a la juventud y no por la guerra militar al narcotráfico, que considera politizada y fracasada.
“Esta guerra no tiene un sustento lógico ni farmacológico. La división entre drogas legales e ilegales es completamente arbitraria, sin evidencia científica”, sostiene.
Fue Estados Unidos el país que declaró la guerra a las drogas en 1971, la cual fue exportada a otros países de la región como México, donde se exacerbó a partir del mandato de Felipe Calderón (2006-2012) con un consecuente repunte de la violencia.
“Llevamos 50 años de guerra y el consumo de drogas no ha disminuido. La estrategia bélica no funciona pero en México y muchos países productores nos cuesta cientos de miles de vidas”, sentencia. EFE
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