Culiacán: ¿La gran crisis de comunicación de López Obrador?

Aunque a ningún gobernante le gusta informar, la falta de pericia en momentos como éste puede llevar a una crisis mayor

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(Foto: Cortesía)
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A pesar que el pasado 17 de octubre tuvo lugar el operativo fallido para capturar a Ovidio Guzmán en Culiacán, Sinaloa, sigue siendo una arena movediza en la que el gobierno se hunde cada vez más. En vez de dar certeza sobre el tema, tanto el presidente López Obrador como el secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo, han recurrido al falso dilema de “paz o guerra de exterminio”, pasando por confrontarse con los medios e incluso filtrar la idea de un golpe de Estado como distractor.

Si bien una buena parte del caos que vemos hoy tuvo su origen en un mal manejo de crisis de comunicación desde el propio 17 de octubre. Y no es necesario contratar a, digamos, Olivia Pope para este tipo de escenarios, sino seguir protocolos claros y lineales.

El manejo de crisis de comunicación sirve para preservar la credibilidad de una institución u organización. Es decir, el no enfrentar eficazmente una crisis puede restarle legitimidad, márgenes de maniobra e incluso incapacidad para cumplir sus funciones. Entre los pasos a seguir en cualquier protocolo se encuentra: mostrar empatía ante todo, definir una narrativa clara durante las primeras 24 horas, tener un centro único de información con la prensa, decir todas las malas noticias desde el inicio y no mentir u ocultar información.

Por más de sentido común que esto pueda sonar, a la clase política mexicana le cuesta entender la importancia de planear posibles crisis de comunicación. El mejor ejemplo: en 2014 el entonces presidente Enrique Peña Nieto se encontraba en su mejor momento tras haber logrado la aprobación de la más ambiciosa agenda de reformas en décadas con el Pacto por México.

Sin embargo, dos crisis acabaron por dinamitar su credibilidad: la “casa blanca” atribuida a su esposa, Angélica Rivero y la tragedia de Ayotzinapa, donde murieron 43 estudiantes. Ante el primer escándalo presentaron a la primera dama visiblemente enojada, dando una explicación que no terminó siendo convincente. En el segundo, el procurador general, Jesús Murillo Karam, terminó una importante conferencia con la frase “ya me cansé”, que fue convertida en un hashtag que estuvo semanas como trending topic a nivel mundial, como símbolo de la indolencia oficial. A partir de estos dos eventos todo fue cuesta abajo.

¿Qué está haciendo el actual gobierno para manejar crisis de comunicación? Nada, y hasta el momento pareciera que la popularidad del presidente basta. Tomemos dos casos: el accidente fatal de la gobernador de Puebla, Martha Erika Alonso y su esposo, el senador Rafael Moreno Valle durante la pasada Navidad y el incidente de Tlalhuelilpan, Hidalgo, donde murieron decenas de personas durante la explosión de un ducto petrolero.

En el primer caso, el presidente estuvo ausente por días, argumentando que estaba de vacaciones en su rancho. La interlocución con los medios la llevaron a cabo Alfonso Durazo y el secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú en un principio, aunque con cada nueva conferencia de prensa la interlocución fue bajando a directores generales. El flujo de información fue tan espaciado que al día de hoy imperan las teorías de la conspiración.

Sobre el segundo caso, aunque López Obrador fue casi de inmediato a la escena de la tragedia, la narrativa dio un giro hacia no criminalizar la pobreza, el combate al huachicol y la entrega de apoyos a personas damnificadas. ¿Por qué funcionaron tan bien estas estrategias que rompen con cualquier protocolo? Mi hipótesis: la elevada credibilidad del presidente en sus primeros meses de gobierno.

Volvamos al incidente en Culiacán: aunque se había planeado con meses de anticipación, el presidente prefirió tomar un vuelo comercial a Oaxaca aún habiendo iniciado el operativo, donde entre otros eventos se fotografió entre niños que le dedicaban una canción. A lo largo de la tarde y la noche circularon numerosas versiones sobre lo que ocurrió, de tal forma que todavía no se tiene claro qué pasó. Esto, a costa de la credibilidad de las instituciones, que precisamente se eligen para preservar la vida y seguridad de la población.

Hay dos hipótesis ante tal improvisación. La primera: siguen sin tener idea de la importancia de planear hasta la comunicación política en momentos como éste, confiados en la popularidad de López Obrador. La incapacidad para generar certeza a dos semanas implica que es tiempo de replantear estrategias de comunicación política, de ser éste el caso.

La segunda: desde diciembre desaparecieron las áreas de prensa de las secretarías de Estado, concentrándose esta función en la Oficina de la Presidencia de la República. Esto dificultaría toda coordinación entre agencias, así como el flujo de información en momentos de crisis, haciendo que todo dependa de lo que diga el ejecutivo en sus conferencias “mañaneras”. Abona a esta hipótesis la opacidad que hay en la operación de esta área.

Aunque a ningún gobernante le gusta informar, la falta de pericia en momentos como éste puede llevar a una crisis mayor.

*Analista y consultor político @FernandoDworak

Lo publicado aquí es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de este medio

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