OPINIÓN: La frustración y el deseo de venganza del cártel de Sinaloa muestran que “El Chapo” no se ha ido

El cartel de Sinaloa, disminuido tal vez en geografía, ha podido mantenerse como una sólida agrupación en su territorio local del cual es como su dueño

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Culiacán amaneció en medio de la desolación luego de la jornada violenta del jueves ( Foto: AP/Hector Parra)
Culiacán amaneció en medio de la desolación luego de la jornada violenta del jueves ( Foto: AP/Hector Parra)

Lo sucedido ayer en Culiacán, Sinaloa, fue a todas luces una estrategia mal planeada de principio a fin, reconocida oficialmente como “precipitada”. La determinación de ir por el hijo del Chapo, respaldada en una orden judicial, fue un craso error al no calcular el poderío local del cartel de Sinaloa con el que el gobierno se iba a enfrentar… un grave error de cálculo por sus dimensiones catastróficas. Un mal experimento del sistema que lo ha dejado en ridículo y en entredicho por más que se argumente, como justificación, el evitar una masacre civil.

Miente el jefe de seguridad nacional, Alfonso Durazo, al decir que fue un operativo de rutina, pues los videos que circulan del operativo dicen lo contrario. Claro que tenían bien definido por quién iban.

El cartel de Sinaloa mostró ahora su poderío, no permitirían en esta ocasión que al hijo le sucediera lo mismo que al padre y sufriera el doloroso proceso de la captura y su posterior extradición y condena a cadena perpetua en Estados Unidos. La reacción fue inmediata, actuaron a tiempo y pegando en puntos nodales de esta ciudad cuyas arterias están bien definidas: tres entradas o salidas, una al norte, una al sur y la maxipista; todas ellas aseguradas y bloqueadas para evitar el arribo de refuerzos oficiales. Ah, y la del aeropuerto también. Cerraron con vehículos incendiados avenidas estratégicas que impedirían el paso al convoy que trasladaba al detenido desde su punto de detención hasta el cuartel de la novena zona militar en pleno centro de la ciudad de Culiacán.

En varias frecuencias de sus radios portátiles se trataron de comunicar con las autoridades castrenses y jefes directos del operativo exigiendo la liberación de Ovidio o de lo contrario “matarían uno a uno a los soldados que ya tenían en su poder”. Para entonces, en la colonia 21 de marzo, las viviendas de las familias militares ya estaban rodeadas por los sicarios, así como también, tenían ubicadas las casas que habitaban en las colonias Hidalgo y Guadalupe Victoria, en las inmediaciones del cuartel, por cierto, asiento de muchos de sus activos.

No se sabe la cantidad exacta de muertos -a pesar de las cifras oficiales-, ni de civiles ni de soldados, pero en los videos y fotografías que circularon, al menos se contaban 10, hubo muchos más según se difundió. Todavía hoy por la mañana se encontraban camionetas abandonadas con cadáveres en su interior. Se habla también de la incursión al cuartel militar por parte de los grupos armados pretendiendo sacar de ahí al hijo de Guzmán; otros videos hablaban de la detención del general al interior de la base militar.

Las balaceras se sucedieron una a una en distintos puntos; de las que hice cuenta, suman al menos una decena, más otro tanto de vehículos quemados, que seguramente fueron quitados a sus dueños en pleno tránsito.

Uno de esos ataques fue en la propia penitenciaría donde lograron sacar a 55 reos; edificios de dependencias relacionadas con la seguridad también fueron agredidos. Helicópteros de la FGR sobrevolando los alrededores de lugares en conflicto fueron balaceados con fusiles de gran calibre desde tierra, como lo muestran los videos hoy en circulación.

Muchas interpretaciones empiezan a circular en redes. Sin embargo, lo cierto es que el cartel de Sinaloa, disminuido tal vez en geografía, ha podido mantenerse como una sólida agrupación en su territorio local del cual es como su dueño. Desde aquella balacera en la salida norte, donde un grupo de sicarios emboscó y dio muerte a cinco militares el 30 de septiembre de 2016 y que, al igual que ayer, le quitó a un detenido, el ejército no había tenido, al menos en Sinaloa, otra lamentable situación como ésta.

Acertada o no, la decisión de liberar a Ovidio cimbra como quiera que sea la imagen y credibilidad de la recién creada Guardia Nacional y del gobierno federal, pues fueron puestos en aprietos ante una situación que exigía sobre todo salvaguardar la seguridad de la ciudadanía.

Por lo pronto, el gobierno, entre dos aguas: entre la humillación o afrontar una masacre incalculable, no sólo de civiles sino de miembros del ejército. En parte, la decisión, a ojos de muchos, fue acertada por múltiples razones, pero la principal es que evitó una situación de alto riesgo.

Sin embargo, por otra parte, también mostró el poderío local del cártel mandando así un claro mensaje a otras organizaciones criminales como el Cártel Jalisco Nueva Generación, Los Zetas, Golfos, etc., que no pierden la esperanza de llegar aquí, lo cual dejaría a Sinaloa como Guerrero o Michoacán. No sé a qué se deba, pero entre el miedo y la incertidumbre se asienta en parte de nuestra población un dejo de júbilo. Sienten muchos, que la guerra se ha ganado, al menos en esta batalla. En el fondo se halla el criterio de que así se evitó algo más grande que lamentar.

Se desprenden de esto sucesos muchas lecturas, para bien o para mal. La primera es que la unidad de los grupos delincuenciales que conforman el cartel de Sinaloa está consolidada a toda prueba y que muy difícilmente permitirán que nadie, ni el ejército les haga mella.

Segunda: las acciones de ayer mostraron el coraje acumulado, la frustración y el deseo de venganza del cártel de Sinaloa por lo sucedido a su otrora líder, el Chapo Guzmán, en una acción que le ha costado su encierro de por vida. Hoy no podía suceder lo mismo, máxime en Culiacán, su espacio natural.

Tercera: con esta liberación, seguramente el gobierno de la 4T tendrá que reorientar su estrategia contra el crimen organizado, cómo y con qué; pues a un año de su mandato no sólo no ha podido disminuir su influjo, sino que la estadística de la criminalidad en México ha sido históricamente mayor.

Cuarta: el gobierno federal tendrá que explicar si seguirá con la política persecutoria contra los grupos criminales como lo hicieran gobiernos anteriores o cómo orientará en la práctica el significado de abrazos no balazos que mantiene en su discurso de no más guerra contra el narcotráfico. O si esto sólo es mero discurso.

Sexta: el gobierno federal tendrá que explicar si sigue lineamientos de persecución dictados por el gobierno de Estados Unidos o si mantendrá una política propia, pues en su discurso de hoy mencionó que el operativo contra Ovidio Guzmán se debía a una orden de un juez federal con fines de extradición.

Por último, la demostración de fuerza que dio la organización criminal de Sinaloa el día de ayer ante el ejército servirá para que cualquier grupo criminal externo sepa a qué enfrentarse en caso de que pretenda llegar a este territorio.

En fin, muchas otras lecturas habrán de hacerse. Por lo pronto, hoy Culiacán amaneció desolada, sólo grúas y policías locales retirando vehículos quemados en varias partes de la ciudad… y sin embargo, con el miedo en las entrañas y la esperanza de que esto algún día cambie para bien.

*Catedrático de la Universidad Autónoma de Sinaloa

Lo aquí publicado es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de este medio