Charles Chaplin o el retrato de un mundo desenfrenado

Hace 40 años, el emblemático actor se fue para siempre. Dejó una extensa obra y una serie de ironías que cuestionaban la forma en que vivimos cotidianamente. Memorias de un hombre alegre que odiaba la Navidad

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Charles Chaplin en “Tiempos modernos” (1936)
Charles Chaplin en “Tiempos modernos” (1936)

Era una noche de mucho frío en Suiza cuando murió Charles Chaplin. La temperatura estaba cerca de los cero grados y las calles en la comuna de Consier-sur-Vevey, prácticamente vacías. Cuando el reloj marcó la medianoche, todos en sus casas se saludaron, fueron al arbolito de Navidad, repartieron regalos y sonrieron un poco. Después salieron a la vereda a ver la nieve, mirar los fuegos artificiales, la inmensidad del cielo, algunas estrellas visibles en el firmamento. A las cuatro de la mañana, cuando todo el mundo dormía, Chaplin dio un último suspiro y se fue para siempre. Tenía 88 años. Fue un 25 de diciembre de 1977, hace exactamente 40 años.

“Tiempos modernos” (1936)
“Tiempos modernos” (1936)

Es imposible no reirse.

Charles Chaplin está ahí, en escena, montando un personaje lleno de ironías, un trabajador alienado, atomizado, aplastado por un sistema de explotación que lo reduce a la nada. No es un hombre, es una cosa, la cosa que sujeta la llave que ajusta los tornillos que pasan sobre la cinta a toda velocidad. Charles Chaplin es un obrero sometido a la más cruel cadena de montaje y, sin embargo, al ver esa escena…

Es imposible no reirse.

Tiempos modernos es quizás su gran película. La escribió, la dirigió y la protagonizó en 1936. Ya tenía una vasta cantidad de trabajos hechos y, seguido de este, en 1940 llegaría El gran dictador, su otra gran obra maestra. Charlot es el nombre del personaje que interpreta Chaplin en Tiempos modernos. Minutos antes de verlo aparecer por primera vez en el cuadro, un hombre de traje en una pantalla toca la campana; llega un obrero a toda velocidad y recibe la orden: "aumente la velocidad". Entonces sí, ahí lo vemos, es Chaplin intentando ajustar tornillos mientras, intentando trabajar, ser eficiente, ganarse honestamente el pan de cada día. Pero, ¿cómo hacerlo bajo semejante presión e insoportable explotación?

Una mosca se posa sobre su nariz, entonces no puede evitarlo. Deja por un segundo su trabajo de lado e intenta espantarla. Atrás, un jefe, lo reta porque con esa pequeña distracción modifica el orden de toda la cadena de montaje. La pregunta que subyace en la escena es liberadora: si tan diminuto es el trabajo de un obrero fabril —entre tantos otros—, si tan poco es, si tan poco hace, ¿por qué su ausencia momentánea puede hacer perder toda la producción? Lo que Tiempos modernos muestra no es sólo el estrés del trabajador, la precarización y las tensionantes condiciones de trabajo, también la importancia de su rol. Si él no está, todo se viene abajo.

La protesta que se muestra en “Tiempos modernos”
La protesta que se muestra en “Tiempos modernos”

"La gente lo recuerda como un momento amargo, hubo enfrentamientos sociales… sin duda un momento muy amargo. Muchos sufrieron enfermedades terribles por vivir en tensión", dijo en una entrevista tiempo después sobre la película, sobre el contexto que lo llevó a crearla. Se refería a la Gran Depresión o la Crisis del 29. Tras la caída de la bolsa, todo saltó por los aires y la economía se volvió un cuello de botella por el que nadie pasaba. En ese entonces, las fábricas echaban empleados y a los que dejaban trabajando le exigían mayor eficiencia. A esa vida está sometido Charlot: trabajar, trabajar, trabajar.

Años después, los alemanes Max Horkheimer y Theodor Adorno publicaron Dialéctica del Iluminismo, donde dan cuenta de las consecuencias de todo ese mundo desenfrenado. "El progreso exige la autoalienación de los individuos, que deben adecuarse en cuerpo y alma a las exigencias del aparato técnico", dicen en las primeras páginas. Que el mundo se estaba volviendo un lugar cada vez más desigual, eso lo supo, no sólo en Londres —donde trabajó de mandadero, soplador de vidrio, vendedor callejero—, también cuando llegó a Estados Unidos, la tierra de la esperanza, la meca de las oportunidades que el mercado tenía para ofrecer (¿realmente las tenía?). Llegó en 1910 cuando las cosas todavía estaban bien y el sueño americano de hacerse millonario de la noche a la mañana rondaba por la cabeza de mucha gente, pero no en la de Chaplin. 

La escena final de “Tiempos modernos”
La escena final de “Tiempos modernos”

A Charles Chaplin no le gustaba la Navidad. A decir verdad: la odiaba. ¿Cómo es posible que a alguien no le guste ver el arbolito, los niños riendo, la ilusión de un Papá Noel gordo y buenudo, las coloridas luces en toda la ciudad? Cuando alguien conoce la tragedia, la felicidad es una faceta más, algo que aparece para ocultar la parte negativa, el dolor, la miseria. De chico, Chaplin fue muy pobre. No sólo eso, su familia era un completo desastre. Su padre, además de ausente, era alcohólico y murió de una cirrosis a los 37 años; y su madre tenía serios problemas psiquiátricos, recaía y recaía en la depresión, y se la pasó internada en un asilo. Para él, la Navidad era rememorar todo eso. Por eso la odiaba.

Cuando dio el último suspiro, su esposa estaba con él. Venía mal, tenía demencia senil y estaba en silla de ruedas. Posiblemente esa noche, cuando el reloj dio la medianoche, se asomó por la ventana y vio alguna que otra estrella lejana, perdida en el firmamento. En un rapto de lucidez habrá pensado que ya era suficiente, que ya había hecho demasiado, que su aporte al mundo estaba completo. Era hora de partir, como en el final de Tiempos modernos, que camina por la ruta de la mano de una dama y, en medio del trayecto, frena, le pide que sonría, que es importante hacerlo, que siempre hay que sonreír pese a este triste mundo desenfrenado. Luego se va y su silueta se empequeñece en el horizonte final. 

 

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