
Existe la idea generalizada de que la unión entre el orgasmo y el placer sexual es condición para que el sexo sea satisfactorio. Sin embargo, se sabe que son dos expresiones del sexo que pueden ir juntas o separadas. En esta unión intervienen los factores culturales mucho más que la fisiología corporal, volviéndola inseparable.
Tiempo atrás, el sexo estaba destinado a la procreación y no se discutía el placer, ya que pasaba a un segundo plano. El placer comienza a tener su lugar a partir de la década del 50 y 60 con los movimientos de liberación sexual y la llegada de la píldora anticonceptiva. Sin embargo, la primacía del coito sigue vigente, agregado al placer como experiencia fundamental, siempre y cuando se mantengan la genitalidad y el orgasmo como objetivos.
Cuerpo y emoción quedaron unidos a la espera del orgasmo, como resultado del acto sexual. En la mujer se instaló la idea de que placer es igual a penetración y orgasmo y en el hombre a penetración y eyaculación. Y siempre que aparezcan el sexo será considerado pleno o satisfactorio.
La eyaculación se puede separar del orgasmo. Lo vemos claramente en aquellos hombres que por condiciones médicas o farmacológicas no pueden eyacular (aneyaculación) o lo hacen hacia la vejiga (eyaculación retrógrada). Ellos sienten placer cuando llegan al orgasmo, pero al no eyacular (sentir la emisión, ver, tocar el semen) consideran que la experiencia es parcial y no satisfactoria.

Tanto en las mujeres como en los hombres el modelo heteronormativo sustenta la unión entre placer y genitalidad y lo hace extensivo a otras orientaciones, sobre todo a la homosexualidad masculina, que, aunque en la cama prima la versatilidad en la forma de obtener placer (con o sin penetración), en los perfiles de contacto todavía se remarca el rol sexual (activo, pasivo, versátil).
Orgasmo y disfunciones sexuales
Si el placer se desligara de la primacía de la genitalidad, las disfunciones sexuales de causa psicológica se resolverían solas. El problema más importante (y causa de problemas sexuales), es considerar que el orgasmo genital es la meta del encuentro erótico, y que la penetración es la práctica que garantiza la llegada al clímax, siendo secundario todo lo demás.
En la medida en que persista este concepto tan naturalizado y no se busquen otras opciones de placer (juego erótico prolongado, caricias, masajes, entre otros), seguirá provocando conflictos.

El cuerpo tiene muchas zonas erógenas que merecen la atención, así como existen diversas prácticas que no incluyen la genitalidad. Se denomina erotismo a todo el conjunto de acciones destinadas a aumentar el placer; cuando las personas se dan el tiempo para activar el cuerpo, la libido, la lubricación y la erección todos los sensores corporales se incrementan, desplazando además a los pensamientos negativos y a toda exigencia que pudiera aparecer.
Los estudios demuestran que el placer puede existir sin orgasmo y a la inversa. El sexo tántrico es una práctica milenaria que pone el foco en el placer y no en el coito con orgasmo; por el contrario, existen condiciones médicas como el Síndrome de Excitación Genital Persistente (presencia de orgasmo en cualquier situación no erótica) por el cual la persona (sobre todo mujeres) sufre por tener orgasmos sin ninguna excitación, a veces con la presencia de dolor. También existen hombres que tienen erecciones espontáneas que no solo incomodan, también pueden ser dolorosas.
Cambiar el foco de atención
En la medida en que la búsqueda de placer sea solo genital, la exigencia por alcanzar el orgasmo como punto culmine y necesario, se convertirá en un problema. No se puede estar pendiente de un objetivo a lograr, como si fuera una única meta. Tanto en hombres como en mujeres (sobre todo en heterosexuales y en la homosexualidad masculina) la búsqueda del orgasmo genital es una condición aún vigente.
Muchas de las disfunciones masculinas y femeninas de origen psicológico se basan en este acuerdo implícito de llegar al orgasmo como sinónimo de satisfacción sexual. La palabra “complacer” impregna el encuentro erótico y, como un mantra occidental, se asume como un deber: “debo complacer”. Y como ya sabemos, cuando se hacen las cosas a presión no hay lugar para la creatividad.
El doctor Walter Ghedin (MN 74.794) es médico psiquiatra y sexólogo.
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