La noche de los premios Martín Fierro dejó en la memoria un momento inolvidable: Lorena Vega, artista forjada en el teatro y la televisión, se consagró como actriz, directora y flamante ganadora del máximo galardón argentino a la labor en series. La ovación del público acompañó su sonrisa y las palabras sencillas que le brotaban.
Lorena nació en el corazón del barrio de Flores, Buenos Aires, el 29 de septiembre de 1975, entre perfumes a papel recién impreso, los sonidos de las tijeras al deslizarse entre telas y el cansancio en los rostros de una familia trabajadora. Su padre, Alfredo Vega, sostenía el pulso de una imprenta en Lomas del Mirador; su madre, Eugenia Díaz, había viajado desde Formosa y encontraba poesía en las costuras. Sus hermanos, Sergio, quien heredó la tintura de tinta en las manos, y Federico, contador, cierran una infancia de oficios, de labor callada, donde el arte parecía una palabra lejana.
Todo cambió a los quince años. Fue un gesto pequeño: acompañó a una amiga a una clase de teatro en el centro cultural de la Escuela Artigas, bajo la guía de Marta Silva. Nadie presagiaba la magnitud del paso. “Modelo de madres para recortar y armar”, sería la puerta de entrada en 1992. “Sobre el escenario era capaz de sentir lo inexplicable.” Desde entonces, el deseo de entender y perfeccionar encendió una búsqueda incesante.
No hubo descanso en la formación. Se sumergió en la escuela de actuación de Nora Moseinco, donde absorbió cada lección. Después, la curiosidad y la pasión la llevaron a los talleres de Guillermo Angelelli, Ciro Zorzoli, Alejandro Catalán y Matías Feldman. El deseo de escribir también rugía. Tomó entonces clases con Mauricio Kartun y descubrió la fuerza de la palabra, el poder de construir y develar universos enteros con la dramaturgia.
El salto al escenario profesional llegó en 1997. La obra “Ante boda”, dirigida por Moseinco, marcó su debut. Quien fuera su maestra la eligió porque había visto en Vega una entrega “incuestionable”. Aquella joven ya no dudaba: el teatro era su casa.
Pasaron años y trabajos. La escena la reconoció una y otra vez, primero en los círculos independientes, después en los escenarios más grandes y, finalmente, en la pantalla. El Martín Fierro fue el eco de ese recorrido silencioso y a la vez tan elocuente. “Estoy muy contenta. Lo que yo siento es que hay como... un apoyo y una alegría generalizada. Lo siento un poco colectivo también. Eso me gusta mucho. Me parece que... no sé cómo sería de otra manera,” le confesó emocionada a Teleshow.
Esa alegría desbordó el teatro y la televisión. Días después de la premiación, continuaba resonando en decenas de mensajes, miradas y abrazos compartidos. “Hoy siento muy acompañada. Hay como mucho para compartir, muchos mensajes, gente contenta, como una lectura general respecto de que es algo que, más allá de estos trabajos puntuales que fueron los premiados... hay una sensación de reconocimiento a un trabajo previo.” El premio reconocía no solo un papel, sino el trayecto; el esfuerzo sostenido, la pasión trenzada con oficio.
Ahora, cada aplauso en el escenario, cada palabra dicha en voz alta, cada día de ensayo y de estudio, encuentra sentido en este momento comunitario. El verdadero triunfo es el abrazo, la red tendida entre familia, maestros, colegas y público. “¿Cómo sería de otra manera?” La pregunta se cuela una y otra vez, porque para Lorena Vega —actriz, hija de obreros, hermana, estudiante perpetua— la respuesta es clara: imposible imaginarlo de otro modo.

—¿Sentís que este premio es especial?
—No es mi primer premio, pero sí, mi primer Martín Fierro. Una lectura, generalizada respecto de que es algo que, más allá de estos trabajos puntuales, que fueron los premiados... El trabajo con las tres series, me genera una sensación de reconocimiento a un trabajo previo. Mucho apoyo, mucho para compartir, mensajes de gente contenta, feliz.
—¿Cómo vivís esto de que, después de la serie, fuiste más conocida y popular?
—Bueno, yo soy una persona que me siento del campo popular, entonces la mirada popular, generalizada, abierta, digamos, la cuestión de que todos los ojos vamos a ver algo, lo mismo, creo que es lo que me gusta también. Y viceversa, quiero decir, entonces, que yo puedo hacer algo que pueda ser visto por un montón de gente, me parece que está rebueno. Yo lo recibo y lo habito con alegría.
—Hay actores que prefieren la reserva y no quieren transitar la popularidad. ¿Cómo ves esos caminos?
—En principio, me parece que los caminos son diversos, que... está perfecto que alguien no quiera tomar ese u otro camino. Son resonancias diferentes, es un camino artístico y puede ir por distintos lugares. El único camino no es el de la popularidad. Así que respeto totalmente.
—¿Nunca sentiste resistencia ante la exposición masiva que traen ciertos proyectos?
—No, para nada me resisto. Porque me parece que... todo nutre, está bueno que exista el intercambio, es fundamental. Hay algo que a mí me dio pena no haber dicho, el día que recibí el premio, fueron los nervios, la emoción, me hubiese gustado nombrar que estaba orgullosa de haber participado en tres series que cuentan historias de mujeres, desde distintos puntos de vista, de diversidades, nombrar a mis compañeras en el barro, nombrar a ese colectivo hermoso.

—¿Cómo fue trabajar junto a actrices de perfiles tan variados en estas series?
—En “En el Barro”, en particular hubo una conjunción de actrices de distintos orígenes, distintos pueblos, distintas trayectorias típicas. Eso me parece que fue muy, muy multiplicador, enriquecedor desde todo punto de vista.
—¿Sentís que esa mezcla genera algo distinto para el público y para ustedes?
—Un buen ejemplo del encuentro entre actrices de los más diversos mundos: actrices consagradas, de la ficción tradicional, de la ficción más nueva, del deporte, de la canción, de la música popular, de la música experimental como Juana Molina. Es una explosión.
—¿Pensás que este cruce es una oportunidad para renovar miradas en la ficción?
—Es renovador, hace que las cosas cambien, que no hagamos siempre lo mismo en el mismo lugar. La oportunidad de trabajo y de renovación, no repetirse, enfrentarse a nuevos desafíos.

—¿Cómo ves hoy la relación entre el mundo del teatro y lo audiovisual en la Argentina?
—Yo creo que cada vez menos… Veo mucho intercambio, como mucho ida y vuelta entre actores que hacen teatro y que trabajan en lo audiovisual y viceversa. Por lo menos desde hace una década larga atrás, incluso más, me parece que eso se puebló bastante.
—Ejemplos de compañeros y compañeras que cruzaron de un ámbito a otro?
—Diego Cremonesi era un compañero mío de teatro… que se incorporó muy bien en el audiovisual. Y así te podría nombrar un montón de amigas y compañeras. Paola Barrientos era mi compañera, ensayamos obras juntas. Como que hace rato que me parece que hay ida y vuelta.
—¿Sentís que el audiovisual ofrece suficientes oportunidades a quienes vienen del teatro?
—Vivimos en un país que tiene una tradición teatral muy grande. Hay mucha gente haciendo actuación, haciendo teatro. Eso sí es cierto: hay toda una circulación de actrices y actores que no todos están en el audiovisual ni están en la disposición que les puede dar una plataforma. Pero porque además estamos en un momento de producción audiovisual más acotado. Sabemos que hay un cambio grande con las políticas públicas, del INCAA.

—¿Sentís que hay falta de oportunidades o también es una elección?
—Para la cantidad que estamos haciendo entiendo que se ve poco, pero a mí no me parece que es falta de oportunidad y espacio de trabajo. A veces son decisiones escénicas y estéticas también, sin duda.
—¿Por qué sos actriz?
—Realmente encontré en la actuación un sentido a la vida. Es el lugar donde, justamente ligado a lo que venimos diciendo, sé poder ver las cosas desde otro lugar. Para mí la actuación es un camino de autoconocimiento, es como un buceo al espacio interior. Es un espacio expresivo donde podés manifestar de un modo que no sabías que podías.
—¿A qué edad empezaste a actuar?
—A los quince empecé a tomar clases de teatro, en un centro cultural gratuito en el barrio de Flores. Fui por casualidad, porque una amiga me dijo: ‘Che, hay clases gratis de todo’. Y fuimos juntas.
—¿Tenés en la familia artistas?
—No. Tengo una tía, Lucrecia, que siempre bailaba muy bien. Mi familia paterna es de acá del conurbano bonaerense, mi abuela es de Río Gallegos, mi mamá es del norte. Actriz o actores no había. En la familia de mi papá les gustaba mucho el tango. Eran fanáticos del cine, pero no más que eso. Así que de repente es como que un poco yo rompí el molde, entrando al teatro.
—¿Y tu amiga, la que te invitó a estudiar, siguió con el teatro?
—Creo que no… ella cantaba. Después de un tiempo nos dejamos de ver, pero bueno, yo seguí todo el tiempo con mis clases de actuación.
—¿Por qué creés que el personaje en Envidiosa causó tanto impacto en la gente?
—Por un lado todo lo que voy pensando tiene que ver un poco con lo que voy escuchando. Con lo que me va llegando. Se podría dividir un poco en eso, en el comentario del público. El público me dice que identifica mucho con ese momento más íntimo, confeccionar lo que genera la terapia.
—Muchos hablaron del modo en que construiste desde el silencio. ¿Eso fue algo planeado?
—Sí, el menos es más era contundente, a rajatabla. En algunas escenas por ahí tenía más texto y yo me quitaba texto, le proponía al director, porque me parecía que era mejor… Que ella quede más escuchándose a sí misma y no tanto teniendo que responderme a mí.
—Me comentaste que recibiste muchos elogios de terapeutas...
—Sí, recibí muchos elogios de terapeutas, cosas que me parecieron alucinantes, me decían y me escriben en mi Instagram: ‘Gracias por hacer quedar bien a la profesión’, ‘Gracias por el respeto con el que nos interpretaste’, ‘Qué bueno que se hizo de este modo, que así se ve la terapia o la consulta o el espacio terapéutico’. Incluso alguno me dijo: ‘Soy psicóloga, no tan buena como vos’.”
—¿El vínculo con Griselda fue parte de la clave de esa química en cámara?
—Con ella tomamos muchas decisiones actorales respecto de la composición rítmica. Teníamos mucha escucha, un abordaje de esas escenas desde lo rítmico. Era, una canción, pero teniendo mucho sentido. Ella iba a hablar mucho y en un momento yo iba atrás o viceversa. Le daba mucho swing a la escena.
—¿Cómo fue el trabajo con los distintos directores a lo largo de las temporadas?
—La primera temporada la dirigió Gabriel Medina, la segunda Fernanda Heredia y la tercera Daniel Barone. Con cada director todo se podía hablar y nos daban mucho espacio para sumar nuestras propuestas. Barone le dio una vuelta de rosca a esto, fue más a fondo en la sensibilidad y el trabajo, en los aspectos más desarrollados hacia adentro del personaje.

—Trabajaban las escenas como si fueran una obra de teatro, con improvisación y libertad...
—Sí, actuábamos las escenas de principio a fin, sin cortes. Si la cámara nos agarraba a las dos de perfil o en primer plano, hacíamos la escena completa. Había una sensación de recorrido por la consulta, podíamos hacer ese viaje actoral casi como si fuese una obra de teatro. Y además, las dos somos improvisadoras: seguíamos el texto, pero si algo surgía improvisado, ninguna se detenía.
—¿Todo el equipo acompañaba esa dinámica?
—El área de montaje fue superimportante, le dio mucha intimidad a nuestras escenas. El consultorio, el ajedrez gigante en el medio de la mesa, todos los detalles de arte acompañaban esa búsqueda estratégica, todo para construir ese universo más minimalista, pero potente.
—Era un personaje muy distinto a vos, ¿no?
—Para mí no era fácil lo que tenía que hacer, porque si vos me conocés en persona, yo me expreso mucho con las manos, me muevo con los ojos. Retener y componer esa personalidad más austera, más minimalista, de movimientos físicos estratégicos… era complicado. En la vida soy más deportiva, más rockera, y ahí estaba totalmente recta y derecha, pulcra. Muy difícil, pero ese era el desafío que construía ese otro universo.
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