
La escena de varios satélites Starlink aguardando su lanzamiento en una nave de SpaceX a solo unos cientos de kilómetros de la superficie terrestre es ya una imagen cotidiana. La empresa fundada por Elon Musk ha acelerado la expansión de su red satelital a un ritmo sin comparación, avanzando hacia el objetivo de consolidar un dominio casi total sobre las comunicaciones globales.
El plan es desplegar una constelación de 42.000 satélites capaz de transmitir hasta 200.000 millones de bits por segundo, revolucionando el acceso a Internet y la gestión de datos a escala planetaria.
Cómo ha sido la expansión aeroespacial Starlink

La expansión de SpaceX no solo se refleja en cifras. El salto desde los 1.800 satélites activos en 2022 hasta los casi 9.000 en 2025 muestra un crecimiento exponencial inédito en la industria aeroespacial.
En la actualidad, los lanzamientos estadounidenses baten récords históricos: Estados Unidos registró 154 misiones espaciales durante 2025, con la mayoría de las cargas atribuibles a satélites Starlink. Este volumen representa prácticamente el 90% de la masa total de satélites colocados en órbita, consolidando el liderazgo estadounidense y la hegemonía de SpaceX.
En contraste, competidores como OneWeb (Eutelsat) y el proyecto Kuiper de Jeff Bezos suman apenas unas centenas de satélites, incapaces de igualar la proyección y escala operativa de la firma dirigida por Musk.
El nuevo superlanzador Starship permite a la compañía poner en órbita cientos de satélites en una sola misión, disminuyendo radicalmente los costes por kilo y acelerando la conquista del espacio bajo el modelo reutilizable de cohetes. Esta tecnología ha redefinido las barreras económicas de acceso al espacio, forjando un monopolio de facto sobre el segmento satelital de órbita baja.
La autonomía tecnológica de SpaceX se traduce en capacidad de decisión sobre las infraestructuras esenciales para la conectividad mundial. Desde cables submarinos hasta antenas terrestres, el modelo tradicional de redes se encuentra bajo amenaza ante la propuesta de un sistema global gestionado desde la órbita.
Starlink no solo deriva ingresos de suscriptores individuales y empresas, sino que, en adelante, apunta a constituir la columna vertebral de los canales de datos para sistemas de inteligencia artificial, comunicación institucional e incluso aplicaciones militares.
La magnitud de este programa abre interrogantes sobre la concentración de poder del billonario sudafricano. Por primera vez, un solo operador y un solo país se encuentran en posición de controlar buena parte de la infraestructura estratégica de internet y servicios digitales.
La situación recuerda a los monopolios industriales de siglos pasados, aunque ahora los recursos centrales son los datos y la conectividad planetaria.
Por qué genera preocupación el despliegue masivo de satélites de Starlink
Este avance tiene antecedentes recientes que iluminan los desafíos actuales. En 2022, el despliegue de los satélites Starlink ya causaba preocupación entre la comunidad astronómica.
Investigadores del Observatorio Palomar y del proyecto Zwicky Transient Facility detectaron decenas de miles de trazos de satélites en sus capturas del cielo nocturno. Las imágenes mostraban un incremento de interferencias: en 2009 apenas el 0,5% de las fotografías presentaba rastros artificiales, mientras que en 2022 la proporción aumentaba a una de cada cinco. El temor principal era que estas interferencias pudieran dificultar la identificación de asteroides cercanos o la observación de fenómenos transitorios.
Aunque los afectados diseñaron soluciones basadas en software para gestionar esas obstrucciones, el volumen creciente de objetos Starlink proyecta un impacto en la observación científica y la disponibilidad de cielos despejados para la vigilancia planetaria.
En 2025, con una meta declarada de multiplicar la flota hasta superar los 40.000 satélites antes de que concluya esta década, los expertos advierten que esas molestias seguirán aumentando y podrían alcanzar el umbral crítico en los próximos años.
Al mismo tiempo, las potencialidades de esta infraestructura abren nuevos horizontes. Los satélites de última generación, de aproximadamente dos toneladas cada uno y equipados con siete metros de paneles solares, prometen habilitar funciones de cloud computing orbital.
Esta integración permitirá el procesamiento de grandes volúmenes de datos para aplicaciones de inteligencia artificial directamente en el espacio, disminuyendo la demanda de centros de datos en tierra y reduciendo su huella ecológica.
Las implicaciones de este despliegue masivo van más allá de la tecnología. El debate público aborda si es aceptable que una sola corporación, y por extensión un solo ejecutivo, concentre tanto poder estructural. En paralelo, voces de la comunidad científica y tecnológica insisten en la necesidad de establecer controles internacionales claros para el uso y aprovechamiento de la órbita terrestre baja como bien común y recurso limitado.
En este escenario, SpaceX y Starlink perfilan un nuevo mapa del poder mundial, en el que el acceso a la conectividad y el flujo global de datos podrían depender del criterio e intereses de un único actor polémico como Elon Musk.
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