
Era la madrugada del 16 de octubre de 2016 en La Plata. Ivo Ezequiel Zulli, un joven de 18 años, había salido a festejar el cumpleaños de dos amigos en el bar El Copetín, ubicado en diagonal 74. Lo que debía ser una noche de celebración se transformó en una pesadilla que marcaría su rostro y su vida para siempre: recibió una feroz golpiza por parte de dos rugbiers. Nueve años después, los dos fueron condenados pero uno de ellos deberá pagarle a la víctima una indemnización de $110 millones.
El violento incidente comenzó cerca de las cuatro de la mañana, en medio de un confuso episodio. Uno de los rugbiers, habitué del lugar, creyó que Ivo le había arrojado un vaso con líquido, pero en realidad la responsable había sido una joven.
La confusión fue el punto de partida. El rugbier lo increpó y comenzó la agresión, a la que se sumaron amigos del deportista. El personal de seguridad del bar tomó una decisión sorprendente: expulsó a Ivo junto a sus atacantes, mientras sus amigos quedaban adentro. Así, en plena calle, desprotegido, el joven quedó a merced de quienes poco después lo golpearían con una brutalidad desmedida.

Ya en la vereda, Ivo intentó alejarse, pero los rugbiers lo siguieron. Correr por la rambla de diagonal 74 no sirvió de nada: los golpes lo alcanzaban una y otra vez en el rostro y el cuerpo. Su ropa quedó destrozada, perdió una zapatilla y hasta su reloj. En ese momento, uno de sus amigos lo ayudó a recuperar parte de sus pertenencias.
Pero la violencia no cesó. Cuando intentaba escapar, llegó a la esquina de calles 19 y 58. Allí lo esperaba otro de los rugbiers del grupo. Un solo golpe, certero, lo cambió todo. Un puñetazo en la cara lo tiró al suelo, dejándolo desorientado, con un dolor insoportable y sin saber que ese instante marcaría el inicio de una larga lucha.
Horas después, al volver a su casa, Ivo comenzó a vomitar sangre y no podía soportar el dolor. Fue trasladado al Hospital Español de La Plata, donde los médicos confirmaron que tenía una fractura de maxilar y de piso de órbita. Se trataba de una lesión de alta complejidad que requería cirugía.
El 26 de octubre de ese año, el doctor Sebastián Berrhaus lo operó. “Vivo con cuatro placas y dieciocho tornillos insertados en el rostro para sostener los huesos”, remarcó el joven en diálogo con Infobae, quien tuvo que realizar tratamientos psicológicos y psiquiátricos para enfrentar lo que se venía. Según el diagnóstico médico, las secuelas serían permanentes.

La vida después de la golpiza
La recuperación fue lenta y dolorosa. Ivo convivió con fuertes dolores en la cara y en la cabeza. Muchas actividades físicas que antes eran parte de su vida quedaron prohibidas. Una nueva fractura no resistiría otra cirugía.
Pero no solo se trataba de las limitaciones físicas. El espejo reflejaba una nueva imagen: cicatrices en los párpados, marcas internas en la boca, una expresión distinta. Esa transformación alteró su autoestima y su relación con los demás.
La justicia constató que el daño no fue sólo físico. Una pericia psicológica determinó que padecía un trastorno adaptativo con ansiedad crónica, con una incapacidad psicológica permanente del 20%. Sumado al 40% de incapacidad física y al 35% estética, la sentencia concluyó que Zulli tenía un 68,8% de incapacidad total y permanente.

El paso por la justicia penal
El camino judicial fue largo y complejo. En la causa penal, uno de los rugbiers accedió a una probation en 2018: suspensión de juicio a prueba con reglas de conducta durante dos años. Cumplidos los plazos, su acción penal quedó extinguida en 2020.
En cambio, el rugbiers que le pegó la trompada afuera del boliche enfrentó un juicio abreviado. Reconoció los hechos y fue condenado en septiembre de 2018 a un año y ocho meses de prisión en suspenso, además de tareas comunitarias y donaciones a entidades benéficas. La sentencia quedó firme semanas después. Allí quedó sellada la responsabilidad penal de uno de los rugbiers.
“Lo cierto es que la pena se convirtió en nada, y las tareas comunitarias generalmente no se hacen. En Estados Unidos, habrían ido a un correccional federal tres años y eso hubiera marcado un precedente. Si este fallo hubiese salido antes, los agresores de Fernando Báez Sosa lo hubieses pensado dos veces”, enfatizó Marcelo Szelagowski, abogado defensor de Ivo.

La demanda civil y la sentencia
Tres años después de los hechos, en agosto de 2019, Ivo decidió avanzar en el fuero civil. Demandó a los agresores y al bar El Copetín por daños y perjuicios. La causa se extendió durante seis años, con pruebas, pericias y audiencias que reconstruyeron minuciosamente aquella madrugada.
Finalmente, el 18 de agosto de 2025, el Juzgado en lo Civil y Comercial Nº17 de La Plata, a cargo de la jueza Sandra Nilda Grahl, dictó sentencia. Allí se estableció con claridad que uno de los rugbiers había provocado el conflicto y participado activamente en la golpiza inicial, y que el otro de los rugbiers fue el autor del golpe más grave.
En consecuencia, ambos fueron considerados responsables civiles. Mientras que los dos deberán pagarle a Ivo $317.800 por daños y perjuicios, el segundo deberá abonar $110 millones extras, debido a la incapacidad física que le causó a la víctima.

“Si bien la violencia no es privativa de un deporte en particular, lo cierto que el exagerado y desproporcionado desarrollo físico, sin un adecuado crecimiento educativo y emocional lleva a casos como estos donde el abuso predomina lo cual no es lógico para personas que han tenido acceso a la educación. Es por ello que la sanción civil, en una sentencia ejemplificadora como ésta, es el único camino que queda”, afirmó el doctor Szelagowski.
Ivo recibió las disculpas de sus agresores: “No quiero nombrarlos”
Cuando sufrió la agresión, Ivo recién empezaba la universidad. Y con mucho esfuerzo, logró recibirse de Diseñador Industrial en la Universidad Nacional de La Plata, en 2022. Hoy ejerce la profesión, aunque admite que el recorrido estuvo atravesado por las secuelas del ataque y por el tratamiento psicológico que tuvo que afrontar para poder seguir adelante. “Siempre intento dejarlo un poco atrás. Es algo que me va a acompañar toda la vida”, reflexionó.
Aunque a simple vista su rostro no exhibe una desfiguración evidente, él sabe que cada movimiento lleva la marca de aquel golpe y que los dolores no se irán.
En lo psicológico, el impacto fue igual de fuerte. Durante años convivió con estrés postraumático, ansiedad y depresión. “En ese momento no era consciente de lo que me pasaba, lo reprimí. Después entendí la dimensión de lo que había vivido”, reconoció.

A pesar de que la Justicia le puso nombre y apellido a sus agresores, él evita mencionarlos y este medio los omitió en la nota por pedido de la víctima. “Tengo una dicotomía con el hecho, porque personalmente no quiero exponer a nadie, ni exponerme yo tampoco. Por eso, no quiero nombrarlos. Pero siento una obligación moral de compartir un mensaje”.
Ese mensaje, para él, va más allá de su caso. No se trata de quedarse en los nombres ni en el rencor, sino de pensar en lo que se repite todos los fines de semana en boliches, bares o hasta en discusiones de tránsito: “No lleva a nada para ninguna de las dos partes. Si se puede evitar que se evite. Y si alguien va a arrojar un puñetazo, que piense en las consecuencias”.
Durante el proceso judicial, tanto los agresores como sus familias se disculparon. No fue en un llamado personal, sino en el marco del juicio, con la mediación de abogados y jueces. “Sí, se disculparon. Estaban arrepentidos, lo manifestaron así. No guardo rencor hacia ellos”, admitió Ivo.
Más allá de las lesiones, del juicio y de la condena, Ivo busca que su historia funcione como advertencia. “Hay que tratar de correrse antes de que pase. No vale la pena llegar a ese extremo por un empujón o una mirada. A mí me pasó, pero hay otros que no la pueden contar”, concluyó.
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