
“¡Entraron! ¡Están acá!”, fue lo último que escucharon Romina y Paola, antes de que se cortara la comunicación por teléfono con su hermana, Karina Engelbert, el sábado a las 9.30 de la mañana. Las tres son argentinas, nacidas en la provincia de Córdoba, al igual que su hermano Diego, y desde 1989 viven en Israel. Karina es la mayor de los cuatro y se encuentra desaparecida desde que el grupo terrorista de Hamas ingresó a su casa en el kibutz Nir Oz, cercano a la Franja de Gaza, donde se encontraba junto a su esposo y sus dos hijas. “Ella está enferma de cáncer, mi cuñado es diabético, y mis dos sobrinas ya tenían síndrome postraumático previo a todo esto; necesitan sus medicamentos, y no dejamos de pensar dónde y cómo estarán”, expresa con desesperación Romina en diálogo con Infobae, desde el refugio donde se resguarda junto a su familia.
“La casa de mi hermana está en la primera línea, no sabemos nada de ella ni de casi ninguno de sus vecinos, y aunque tenían cuarto de seguridad en su casa, no sabemos si llegaron a meterse porque se cortó el teléfono justo después de que gritaran que habían entrado”, manifiesta compungida. Romina también vive al sur de Israel, pero su casa está más alejada de la Franja de Gaza, y cuando escuchó la sirena pudo entrar al refugio con sus cuatro hijos. “Estuvieron terroristas enfrente de mi casa, ya no sabemos qué tan seguro es el lugar, pero todavía no están evacuando nuestra zona”, indica con preocupación y angustia.

“Ese sábado no se trabajaba porque además era Simjat Torá, por eso también estábamos todos en casa, y el viernes el primer mensaje que me mandó mi hermana Karina fue: ‘Bueno, mañana no trabajás’, y nos reíamos, estábamos charlando porque teníamos el día libre para disfrutar en familia, sin imaginar que iba a suceder esta masacre”, cuenta. Y agrega: “Estamos acostumbrados a entrar todos al refugio cuando suena la alarma, pero esta vez fue totalmente distinto; no podemos creer lo que está pasando, es una película de terror”, se lamenta entre lágrimas.
Es maestra jardinera desde hace muchos años, y le causa profundo dolor ver los nombres de niños que están desaparecidos, porque además a muchos los conoce y fueron sus alumnos en la primera infancia. “A casi todos los chiquitos del kibutz donde vive mi hermana los crié, porque estaban mucho tiempo conmigo, prácticamente nueve horas por día, y ver las casas quemadas, saber que hay nenes de mi jardín secuestrados, que mataron a bebés delante de los padres, no hay manera de entender algo así”, dice con la voz entrecortada por la tristeza.
Todos los días sus sobrinas se acercaban al jardín a saludarla para pasar un rato con ella. Hubo tiempos que incluso fue su maestra además de su tía. “Cuando eran chiquitas estuvieron tres años en el jardín conmigo, y siempre fuimos muy unidas, y ahora hace una semana que no tengo ni sus abrazos ni sus besos; me hacen muchísima falta”, expresa desconsolada. Las niñas tienen 11 y 18 años, y su hermano mayor no estaba en la casa cuando comenzó el ataque, porque es soldado del Ejército de Israel. “Está esperando que vuelva su familia, igual que nosotros”, ruega.

Esconderse para sobrevivir
Romina tiene cuatro hijos, de 19 años, 16, 14, y un bebé de un año, y todavía permanecen escondidos en una habitación de su casa, de gruesas paredes antiimpacto. “Mis hijas están mal, llevamos una semana acá, y casi no salimos de la pieza; si tienen que ir al baño las acompaño, para bañarse tengo que estar ahí con ellas con la puerta abierta, comemos adentro, y todo eso es muy difícil”, relata. A través de su celular se comunicó con algunas amigas y asegura que las novedades son nulas, ninguna sabe nada de su hermana ni de algunos vecinos.
“Las que me escriben se tuvieron que escapar, tenían que cuidar de su familia y cada una se escapó como pudo; no nos enteramos más que de cosas terribles, de una noticia peor que la otra, y se sabe muy poco de lo que está pasando”, asegura. Cuenta que está tratando de resistir de a un día a la vez, y luego de un silencio se corrige: “Más bien hora tras hora”. El dolor de Romina y de su hermana Paola, que fue la última que escuchó los gritos de Karina por teléfono, que confirmaron el ingreso de los terroristas a su casa, es inmenso.

“Lo que más nos duele es que no sabemos cómo está mi hermana, cómo están mis sobrinas, que todos los días preguntaban por su primito, querían verlo y acercarse siempre, y mi cuñado con la diabetes, que no sé cómo los estarán tratando; ellos no se me van de la cabeza ni por un segundo y la incertidumbre se vuelve insoportable”, expresa. Mientras intenta que su hijo mejor se vuelva a dormir, asegura que los únicos momentos en que recupera el aliento son los instantes en que habla públicamente de lo que está viviendo, para concientizar en primera persona sobre el horro que están viviendo.
“Lo único que nos queda a mí, a mis hermanos, y a todos nuestros primos argentinos, que están con el corazón en la boca en Córdoba y en Buenos Aires llenos de impotencia, es hablar al mundo y pedir ayuda, que se muestre lo que estamos pasando. Israel es lugar chiquito, los soldados del Ejército israelí son los únicos que está pudiendo ingresar a los territorios para rescatar sobrevivientes; no sabemos si solos van a poder, y queremos saber dónde está mi hermana Karina Engelbert, su marido, Ronen Engel, y sus hijas Mika y Yuval Engel”, concluye.
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