
Alberto Fernández decidió viajar con Evo Morales a La Paz para participar juntos en la ceremonia de asunción de Luis Arce, tras jugar a favor del líder cocalero pese a las presiones diplomáticas de Donald Trump y Jair Bolsonaro.
La decisión presidencial apunta a consolidar su diplomacia de buenas relaciones con gobiernos democráticos y regímenes populistas que cuestionan o interpelan la agenda geopolítica de la Casa Blanca en América Latina.
El jefe de Estado tiene llegada directa a Andrés Manuel López Obrador, Nicolás Maduro y Raúl Castro, y su apoyo político a Morales abrió un contacto directo con Luis Arce, futuro presidente de Bolivia. En este contexto, Alberto Fernández se transformó en un backchannel de Estados Unidos y la Unión Europea, si hiciera falta resolver un eventual conflicto con capacidad de agravar la inestabilidad regional.
Esta situación diplomática es al menos paradójica. El presidente argentino puede ser fixer de Trump o su competidor demócrata Joe Biden, pero no tiene capacidad de influir en el Mercosur. Bolsonaro desde Brasilia promueve una agenda comercial y geopolítica que alinea a Asunción y Montevideo, muy alejados también de la mirada ideológica de Buenos Aires.
Alberto Fernández es consciente de esta paradoja. Sin embargo, eligió privilegiar su relación con el Grupo de Contacto que lidera Europa, o hacer gestiones diplomáticas pedidas por enviados de Trump, que aceptar una reunión bilateral con Bolsonaro que puede transformar al Mercosur en una bomba de tiempo.
Cuando Evo Morales perdió su poder y Alberto Fernández exigió apoyo regional para preservar su vida y la de su familia, hubo pocos gestos diplomáticos a favor de acoger al líder cocalero en el exilio. Fue en esa circunstancia que Alberto Fernández empezó a tomar distancia de Mauricio Macri: el entonces presidente se negó a conceder el asilo y se plegó a Trump y Bolsonaro.

El triunfo de Evo Morales a través de Arce, y una filosa jugada que Olivos está haciendo en Ecuador para apoyar a los candidatos de Rafael Correa, han servido para compatibilizar las agendas diplomáticas del Presidente y la vicepresidente que en las últimas semanas han exhibido posiciones distintas.
Alberto Fernández tomó distancia de Cristina Fernández de Kirchner cuando apoyó el informe de la ONU que ratificó las violaciones sistemáticas a los derechos humanos en Venezuela. Y CFK hizo silencio, mientras sus referentes más duros -Hebe de Bonafini, Alicia Castro y Luis D´Elía- cuestionaban la política exterior del Gobierno como si fueran integrantes del régimen populista que lidera Maduro.
En cambio, la victoria electoral de Evo Morales se transformó en un acontecimiento extraordinario para la administración peronista. Fue la primera vez en muchísimo tiempo que el Presidente y la vicepresidente tuitean en el mismo sentido político. No había sucedido con los festejos del 9 de julio, la Reforma Judicial, o los 75 años del 17 de octubre.

Cuando se confirmó el triunfo de Arce, Alberto Fernández llamó por teléfono a Evo Morales, lo felicitó y convocó a una cena que protagonizó junto al diputado peronista Eduardo Valdés y el sindicalista Hugo Yasky. El líder cocalero agradeció al Presidente, brindó con su viejo amigo Yasky y contó anécdotas de su gobierno que no paraban de sorprender a Valdés.
La cena terminaba -sobresalió el plato de salmón- y Evo Morales planteó a Alberto Fernández llegar juntos a la frontera de Argentina y Bolivia para hacer un acto político y luego marchar hacia la Paz como invitados especiales a la asunción presidencial de Arce, su exministro de Economía.
Alberto Fernández adelantó que sí. Pero condicionó su viaje al estado de la pandemia en la Argentina. Arce asume en las próximas cuatro semanas, y el Presidente desea estar en La Paz cuando Evo Morales regrese de su exilio político en Buenos Aires.
“Será un sueño cumplido”, dijo Alberto Fernández en Olivos.
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