La repentina muerte de Roger Gallegos Rodríguez, conocido en los escenarios y barrios populares de Ate como Tuki Tuki, ha conmocionado a la comunidad y deja al descubierto la creciente amenaza de la extorsión y el sicariato en el Perú.
La tarde del jueves, Gallegos fue víctima de una emboscada letal en la zona de Gloria Grande. A sus veintiocho años, el artista acababa de celebrar el cumpleaños de su hija de cinco años cuando sicarios acabaron con su vida de siete disparos, transformando una tarde cualquiera en una tragedia que sigue impune y refleja los riesgos cotidianos que enfrentan quienes trabajan para salir adelante.
El velorio de Tuki Tuki reunió a decenas de amigos, familiares y colegas de profesión, muchos de ellos caracterizados como payasos, quienes intentaron llenar de música, recuerdos y sonrisas un momento marcado por el dolor y la indignación. Entre lágrimas y maquillaje corrido, la comunidad rindió homenaje al joven artista no solo como compañero de escenario, sino también como mentor y ejemplo de superación. Varias personas recordaron sus inicios humildes y su espíritu incansable. Durante la pandemia, Gallegos aprendió a tocar instrumentos y formó una pequeña agrupación musical para sostener a su familia, asumiendo la responsabilidad de proveer desde sus años de infancia.

Trampa mortal
La trampa quedó al descubierto tras la investigación policial. Gallegos y tres colegas recibieron el encargo de animar una supuesta fiesta infantil; la contratación había sido asegurada mediante la transferencia de un adelanto al propietario del show, pero los detalles del evento eran falsos. Cuando los artistas esperaban en su miniván, los asesinos irrumpieron y dispararon contra ellos de forma premeditada y brutal.
Dos de los acompañantes de ‘Tuki Tuki’ resultaron heridos, uno en el pie y otro en el hombro, y el tercero pudo escapar ileso. Un testigo, impactado por la violencia, relató: “Se escucharon como siete disparos aproximadamente”, dejando claro el nivel de saña y preparación del ataque.
Durante meses, la familia de Gallegos fue acosada por extorsionadores que exigían el pago de cuarenta mil soles. Para aumentar la presión, los criminales ya habían disparado en una ocasión anterior contra la vivienda donde el joven vivía junto a su madre y su hermana. Aunque la primera amenaza fue compartida con sus seres queridos, posteriormente decidió ocultar la gravedad de los riesgos a su entorno más cercano.
Un familiar resume el temor que marcaba la vida cotidiana: “La primera vez sí me contó, pero la segunda vez no, no me dijo nada. De repente, es por no preocuparnos, o por no causar zozobra entre la familia”. Esta actitud de protección refleja el drama silencioso de muchas víctimas, atrapadas entre la intimidación externa y el deseo de preservar la paz familiar.
Desde niño, ‘Tuki Tuki’ trabajó en las calles al lado de su madre, vendiendo limones, dulces o limpiando autos para ayudar en la economía del hogar. Quienes lo conocieron destacan su sensibilidad hacia los otros, tanto en lo material como en lo emocional. “Era el sustento de su madre y de sus hermanas”, señaló un allegado, subrayando el vacío que su asesinato deja en su familia y en una red de colegas y amigos para quienes era fuente de apoyo y compañía.
PNP tiene varias hipótesis del asesinato
En el hospital de Vitarte, los dos heridos siguen su recuperación, mientras la exigencia de verdad y justicia cobra fuerza en Ate. El caso ha sido asumido por la Unidad de Investigación de Extorsiones de la DIRINCRIM, bajo la dirección del coronel Reboredo. El equipo investigador considera que el teléfono celular de la víctima podría ser clave para reconstruir la cadena de amenazas y llegar a los responsables intelectuales y materiales del ataque. Por ahora, la principal línea de investigación apunta al entorno de extorsión que ya afectaba directamente a Gallegos.

La muerte de Tuki Tuki vuelve a colocar el foco en un fenómeno en expansión: las bandas de extorsionadores que convierten a comerciantes, pequeños empresarios y artistas en blancos de la violencia sistemática. La impunidad y la falta de respuestas efectivas agravan la sensación de vulnerabilidad que atraviesa a distritos enteros de Lima Este.
Mientras tanto, la comunidad artística y vecinal mantiene el duelo y exige acciones concretas al Estado. El drama de la extorsión y el sicariato cobra vidas todos los días, y la memoria de Tuki Tuki se convierte en símbolo de miles que luchan por sobrevivir ante la amenaza y el miedo. La tragedia, marcada por el silencio y la valentía, deja claro que nadie está a salvo cuando la delincuencia organiza sus emboscadas y la justicia tarda en llegar.
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