El martes 6 de agosto, la tranquilidad de un viaje interprovincial se transformó en una escena de terror. Un suboficial de tercera, identificado como Salomón Quispe Mamani, disparó contra tres miembros de una familia, en un bus que se dirigía hacia Cusco. El crimen ocurrió en Chincha, en un momento en que la mayoría de los pasajeros dormía.
A bordo del bus, que partió de Lima hacia Cusco, viajaban 38 pasajeros. Entre ellos, una familia compuesta por un padre, una madre y su hijo de 18 años, quienes fueron abatidos por el policía. El viaje, que debía durar 22 horas, pero se truncó a las cuatro horas, cerca de Chincha, debido a los disparos. Los testigos del suceso, en estado de shock, relataron los detalles de la masacre.
La masacre en el bus Estrella

Según el informe de Panamericana Televisión, los primeros en abordar el bus fueron los integrantes de la familia Bautista Cárdenas: la madre, Vilma Yoiza Cárdenas Liendo, su esposo Rafael Bautista y su sobrino de 17 años. Se ubicaron en una hilera de asientos en la mitad del bus. A las 11:16 de la mañana, las cámaras captaron al último pasajero que subió al vehículo: el que sería el homicida, visiblemente angustiado, portando su ticket.
El hijo mayor de la pareja recordó cómo su madre siempre había estado interesada en la milicia, habiendo realizado cursos de paracaidismo y francotirador. Ante las carencias económicas, la familia planeaba emigrar a Brasil, incluso sin contar con el dinero completo.
La escena del crimen

En la audiencia de prisión, Salomón Quispe Mamani no pudo recordar el momento en que cometió los asesinatos. Nadie en el bus pudo presenciar cómo se levantó, empuñó su arma y disparó. Tampoco hubo gritos o discusiones previas que alertaran a los demás pasajeros. Todo ocurrió en cuestión de segundos, en silencio, interrumpido solo por los estruendos de los disparos.
La escena en la carretera fue caótica. El bus se orilló al costado de la vía, y los pasajeros, aún confundidos, comenzaron a huir en distintas direcciones. Algunos corrieron hacia los matorrales cercanos en busca de refugio, mientras que otros intentaban ayudar a las víctimas. “Había una niña desesperada, lloraba y, sin zapatos, con los ojos rojos, temblaba. ’Por favor, ayúdame, estoy llena de sangre. A mi mamá le dispararon acá, a mi hermano también. Yo solo trataba de tranquilizarla: ‘no, tranquilízate, todo estará bien’”, relató un testigo.
El pasajero que enfrentó la muerte

Un pasajero, que pidió mantener su identidad en reserva, desempeñó un papel crucial en la tragedia. Este hombre, que ocupaba el asiento 20, inicialmente pensó que los disparos eran globos reventando. Al abrir los ojos, vio al suboficial Quispe empuñando el arma, apuntándole y acusándolo de ser “uno de ellos”. El pasajero logró esquivar dos disparos, que perforaron su ropa e impactaron en la cabina del bus. En un acto de valentía, consiguió desarmar al policía y reducirlo en el suelo, evitando que continuara su ataque.
Los agentes de la División Policial de Chincha encontraron al suboficial Quispe, inmovilizado en el piso, con el arma asegurada. El pasajero que logró detenerlo evitó lo que pudo haber sido una tragedia aún mayor, ya que el policía tenía una segunda carga de municiones preparada.
Las razones del asesino

Salomón Quispe, en su declaración, afirmó que fue amenazado por un grupo de personas, a quienes identificó como “El Crespo” y “El Celenrín”. Dos días antes del crimen, había presentado una queja formal en la comisaría de Santa Elizabeth, en San Juan de Lurigancho, donde trabajaba y residía. En su queja, expresó su reticencia a seguir resguardando la puerta de la comisaría, alegando que prefería patrullar las calles. Además, mencionó que tenía una cita en el Policlínico Policial de Zárate para tratar su condición psicológica.
Para el psiquiatra Enrique Gali, el comportamiento del suboficial Quispe podría estar relacionado con un trastorno de psicopatía paranoide. Este trastorno, según el especialista, podría haberse manifestado en cualquier momento y lugar, con consecuencias igualmente trágicas. La combinación de una condición mental inestable y el acceso a un arma de fuego proporcionada por la Policía Nacional del Perú resultó en un evento catastrófico.
Los cuerpos de las víctimas fueron cremados en Ica el día siguiente. Este acto fue posible gracias a donaciones, ya que ninguna institución o autoridad se hizo responsable de la tragedia. La masacre del bus en Chincha dejó una profunda marca en la sociedad, cuestionando las medidas de control y prevención dentro de las fuerzas del orden.
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