
Para nadie es un secreto que el Perú es uno de los países que más población católica tiene en esta parte del mundo. Y esto ha sido así en gran parte de su historia republicana.
Sin embargo, hubo un capítulo en particular en el que gran parte de la población se opuso de manera férrea a una acción que pretendían las autoridades eclesiásticas. Y las cosas se pusieron tan violentas en nuestro país que dejaron cinco personas muertas.
Se trata de los eventos ocurridos el 20 y el 26 de mayo de 1923, debido al intento del arzobispo de Lima, Emilio Lisson, de consagrar al país al Sagrado Corazón de Jesús. Este acto, que buscaba imitar la consagración realizada en España en 1919 con el rey Alfonso XIII. Esto es lo que pasó en esos intensos días.
Imitando al Rey

En julio de 1922, Emilio Lisson, inspirado por la consagración española, comunicó a la nunciatura su deseo de consagrar el Perú al Sagrado Corazón de Jesús. Inicialmente, no tuvo éxito en sus gestiones. Sin embargo, en enero de 1923, decidió fijar la ceremonia para el 29 de mayo de ese año, a pesar de la oposición del nuncio apostólico.
Así fue que el 25 de abril, Lisson publicó una Instrucción Pastoral declarando que la República Peruana sería consagrada al Sagrado Corazón de Jesús y que la imagen de este sería entronizada en la plaza principal de Lima. Esta declaración, inicialmente pasada por alto, comenzó a generar controversia a partir del 12 de mayo, cuando la prensa empezó a criticar el acto.
El escritor Clemente Palma, a través de la revista Variedades, expresó su oposición, advirtiendo que el acto podría desencadenar más problemas que beneficios. Los diarios La Crónica y El Comercio también se opusieron, considerando la consagración inapropiada y ridícula, argumentando que tal devoción debía ser un asunto privado y no público.
Aumento de la tensión

La oposición al acto fue creciendo, ya que muchos lo veían como una maniobra política para ganar el favor de las masas católicas en las próximas elecciones de 1924. Mientras tanto, los partidarios de la consagración defendían su carácter puramente religioso.
El 18 de mayo, Lisson intentó calmar las tensiones con una exhortación pastoral publicada en El Tiempo, pero sin éxito. El mismo mes, la estatua del Sagrado Corazón, diseñada por Artemio Ocaña y fundida bajo la supervisión de Enrique San Román y José Vallejo de la Escuela de Artes y Oficios, estaba lista para ser entronizada.
Protestas y Violencia
Para el 20 de mayo, los estudiantes de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) comenzaron a organizarse para protestar contra la consagración. A ellos se unieron estudiantes de las Universidades Populares González Prada y organizaciones obreras.
El nuncio apostólico intentó interceder, sugiriendo que la consagración se pospusiera para el 9 de diciembre, aniversario de la batalla de Ayacucho, pero sus esfuerzos fueron en vano.

El 23 de mayo, opositores a la consagración se reunieron en la facultad de letras de la UNMSM, donde Víctor Raúl Haya de la Torre, junto a otros líderes estudiantiles y obreros, firmó una moción contra la consagración y se formó el “Frente Único”. Este grupo promovió la laicización del Estado y organizó una marcha de protesta.
En este último sitio, la situación se tornó violenta. Se produjo un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad que utilizaban armas de fuego, mientras los manifestantes lanzaban piedras y adoquines. El saldo al final de la jornada fue trágico: el estudiante Manuel Alarcón y el obrero Salomón Ponce perdieron la vida, junto a tres policías.
Alto a todo

Al día siguiente, el 24 de mayo, se convocó un paro general en Lima, que fue acatado parcialmente. Los cuerpos de los manifestantes fallecidos fueron velados en la UNMSM y luego trasladados al cementerio, mientras las calles resonaban con gritos de “¡Muerte al arzobispo!”, y “¡Abajo el Corazón de Jesús!”
Con el paso del tiempo, el intento de consagración del Perú al Sagrado Corazón de Jesús en mayo de 1923 se convirtió en un hito significativo en la historia del país. Este evento no solo reflejó la profunda división entre sectores religiosos y laicos, sino que también dejó en evidencia las tensiones políticas subyacentes en el gobierno de Leguía.
Los sucesos de mayo de 1923 son considerados un preludio a la fundación del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), un movimiento político que jugaría un papel crucial en la historia política del Perú.
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