
Hay días muy tristes en la historia del Perú que han quedado en la memoria de la gente que, sin importar el tiempo trascurrido, sigue doliendo en lo más profundo de los corazones de todos.
Por ejemplo, el 29 de febrero de 1996 quedó grabado en la memoria peruana como el día en que el vuelo 251 de Faucett, un Boeing 737-222, se estrelló en una quebrada del Cono Norte, Arequipa, convirtiéndose en el peor accidente aéreo de la historia del país.
La aeronave, con 123 almas a bordo, se precipitó en medio de la oscuridad y la densa niebla, dejando un saldo desolador: todos muertos
La noche más triste

El accidente tuvo lugar a las 20:25 horas, cuando la aeronave intentaba aterrizar en el Aeropuerto Internacional Alfredo Rodríguez Ballón. La combinación de la hora, la niebla y la altitud incorrecta marcó el destino trágico del vuelo. La tripulación, creyendo estar a 9,500 pies, descendió a 8,404 pies, desconociendo el riesgo inminente que se cernía sobre ellos.
El altímetro, vital para la navegación aérea, mostró una lectura errónea, contribuyendo a que el avión volara a una altitud más baja de lo necesario. La falta de un Sistema de Aterrizaje Instrumental en el aeropuerto de Arequipa agravó la situación, privando a los pilotos de herramientas cruciales para una aproximación precisa.
Entre las víctimas se encontraba Lorenzo de Szyszlo, hijo del reconocido artista plástico Fernando de Szyszlo y la poeta Blanca Varela. Además, también se hallaba la novia del vocalista de grupo de rock alternativo chileno Lucybell, Claudio Valenzuela.
La diversidad de nacionalidades, con peruanos, chilenos, belgas, bolivianos, brasileños y argentinos entre los fallecidos, subrayó la magnitud del desastre.
Labores de Recuperación

El exfiscal Alfredo Arana Miovich lideró las operaciones de recuperación de los cuerpos, una tarea desgarradora que involucró a diversas instituciones y voluntarios. La labor, realizada en condiciones difíciles, evidenció la brutalidad del impacto, con numerosos cuerpos carbonizados y desmembrados por todo el terreno.
La controversia se acrecentó cuando, tras el hallazgo de la caja negra, el fiscal de la Nación, Blanca Nélida Colán, limitó las investigaciones y envió la información a Washington sin el consentimiento de Arana Miovich.

Arana Miovich, desconcertado por su remoción del caso, reveló que la fiscal Colán impidió su acceso a los audios cruciales de la cabina, generando dudas sobre la transparencia de la investigación. Expertos en aviación respaldaron la hipótesis del fiscal, indicando que el vuelo presentaba anomalías en el altímetro.
Aun así, el exfiscal reveló que compartió momentos conmovedores, como la entrega de siete bolsas de restos humanos a familiares, admitiendo que estos nunca fueron reconocidos. La tristeza y la incertidumbre se apoderaron de quienes, en medio del dolor, buscaban respuestas y justicia.
Faltaba de todo

El desastre del vuelo 251 de Faucett reveló grietas en la seguridad aérea peruana que requerían una atención inmediata. Además, la falta de un Sistema de Aterrizaje Instrumental (ILS) en el aeropuerto de Arequipa resaltó la necesidad de actualizaciones y mejoras en las infraestructuras aeroportuarias del país.
Tras el accidente, los expertos en aviación abogaron por la implementación de tecnologías modernas, como el ILS, para garantizar aproximaciones seguras en condiciones desfavorables. La transparencia y la cooperación entre autoridades, aerolíneas y organismos de investigación se volvieron esenciales para prevenir futuros desastres y mejorar la confianza pública en la seguridad aérea.
Y más allá de las investigaciones truncadas y los enigmas sin resolver, el recuerdo de las vidas perdidas sigue suscitando reflexiones sobre la seguridad aérea y la importancia de la transparencia en las investigaciones.

El fatídico 29 de febrero también quedará marcado como un recordatorio sombrío de la fragilidad de la vida y las consecuencias de un desastre que dejó a un Perú enlutado y a las familias de las víctimas en busca de respuestas.
Tal vez la lección amarga de aquella desgracia persiste como un llamado a la acción, para que tragedias como estas no se repitan nunca más y para que las almas perdidas descansen en paz.
Los nombres de los pasajeros y tripulantes se convirtieron en símbolos de la fragilidad de la existencia humana y la necesidad de priorizar la seguridad en la aviación.
Los corazones de sus amigos y familiares continúan llorando, pero también siguen demandando respuestas claras sobre las circunstancias del accidente y la responsabilidad que podría recaer en diversas partes involucradas.
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