La COP30 en Belém se celebró en un momento especialmente significativo: diez años después del Acuerdo de París y con expectativas de avances sólidos en mitigación, adaptación y financiación climática. Sin embargo, como ocurre en procesos multilaterales complejos, las negociaciones avanzaron con ritmos irregulares y no lograron cerrar consensos amplios en los temas más estructurales.
A pesar de los esfuerzos diplomáticos y de la adopción del Belém Political Package, sus limitaciones fueron claras. El paquete reafirma la arquitectura del Acuerdo de París, pero aún no aporta la certidumbre necesaria para acelerar inversiones en descarbonización y resiliencia. La Presidencia de la COP30 anunció la elaboración de dos nuevos roadmaps que se desarrollarán en 2026 y se presentarán en la COP31: uno para la transición ordenada fuera de combustibles fósiles y otro para detener y revertir la deforestación.
Las discusiones quedaron por debajo de lo esperado en áreas cruciales como la financiación para la adaptación, la reducción progresiva de combustibles fósiles o los mecanismos de apoyo a los países más vulnerables. También surgieron tensiones en torno a medidas comerciales vinculadas al clima y a los nuevos indicadores de adaptación, reflejando la dificultad de alcanzar alineamientos comunes en un contexto global heterogéneo.
En la Zona Azul: la acción reemplaza la incertidumbre
Fuera de las salas de negociación se vivía otra dinámica. En la “Zona Azul”, donde empresas, ciudades y organizaciones presentan soluciones, la conversación se centró en la implementación. Allí se evidenció una tendencia creciente hacia la acción, impulsada por desafíos reales de operación, resiliencia y competitividad. La transformación ecológica dejó de depender sólo de decisiones políticas para instalarse en la capacidad de los actores económicos de adaptarse e innovar.
La Presidencia de la COP30 anunció la elaboración de dos nuevos roadmaps que se desarrollarán en 2026 y se presentarán en la COP31
Belém consolidó el protagonismo empresarial en la agenda climática. Para la industria, la transformación ecológica ya no es voluntaria ni reputacional: es un requisito de competitividad y supervivencia. Las empresas de América Latina (desde alimentos hasta minería, energía, química o servicios digitales) enfrentan impactos físicos y financieros del cambio climático, desde precios energéticos volátiles hasta cadenas de suministro frágiles y mercados que exigen menor intensidad de carbono. Ese contexto convierte al sector privado en un actor decisivo de la transición.
Soluciones que ya están transformando la economía real
Mientras la diplomacia avanza con cautela, las soluciones disponibles están modificando la economía real con velocidad. La valorización del metano en rellenos sanitarios es un ejemplo central. La captura de este gas, mucho más dañino que el dióxido de carbono, dejó de ser una obligación ambiental para convertirse en un activo estratégico. En varios países, empresas están transformando pasivos ambientales en energía renovable mediante biogás y biometano, combustibles capaces de sustituir gas fósil, reducir emisiones y mejorar la seguridad energética. Para sectores intensivos en calor o vapor, esta sustitución comienza a marcar la diferencia entre costos volátiles y un suministro estable y descarbonizado.
La economía circular también ganó protagonismo. Ante costos crecientes de materias primas, múltiples compañías están rediseñando cadenas de suministro para recuperar materiales estratégicos, reutilizar insumos críticos y reincorporar residuos como recursos. Plásticos, embalajes, baterías y construcción mostraron que la circularidad no solo reduce impactos, sino que refuerza la competitividad en mercados exigentes.
La economía circular también ganó protagonismo
La adaptación climática dejó de ser un complemento para transformarse en gestión estratégica del riesgo. Ante incendios, inundaciones o estrés hídrico, las empresas incorporan planes para proteger instalaciones, asegurar agua de proceso mediante tecnologías de reuso y reforzar infraestructuras críticas. En América Latina, donde la variabilidad climática es intensa, garantizar acceso seguro al agua es central para industrias y ciudades. Más territorios avanzan hacia modelos urbanos circulares que integran agua, energía, movilidad, residuos y biodiversidad.
Al mismo tiempo, la expansión de la inteligencia artificial introdujo un desafío: la necesidad de infraestructuras tecnológicas sostenibles. Los data centers requieren energía limpia, refrigeración avanzada y gestión responsable del agua. América Latina surge como un territorio atractivo para estas inversiones, siempre que consolide marcos regulatorios estables y soluciones sostenibles desde el diseño.
América Latina: vulnerabilidad, liderazgo y oportunidad
La cumbre de Belém confirma que América Latina no es solo una región vulnerable, sino un territorio con activos excepcionales para liderar la transformación ecológica global. Con un mix eléctrico más limpio que el promedio mundial, condiciones favorables para energías renovables, biodiversidad única y capacidad industrial emergente, la región está mejor posicionada que nunca.
La expansión de la inteligencia artificial introdujo un desafío: la necesidad de infraestructuras tecnológicas sostenibles
Mientras la diplomacia climática avanza de forma gradual, las empresas latinoamericanas ya impulsan la agenda, presionadas por mercados más exigentes y por la necesidad de proteger sus operaciones ante riesgos crecientes.
La COP-30 deja una conclusión clara: aunque el proceso multilateral siga condicionado por tensiones y divergencias, la transformación ecológica ya está ocurriendo en empresas, ciudades y territorios. Cuando la industria se alinea con la ciencia, la innovación y las necesidades de la economía real, su capacidad de acelerar la transición supera la de cualquier tratado.
La autora es Directora de Sostenibilidad de Veolia en Latinoamérica
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