
Luchar contra la discriminación excluyendo a una minoría no es un descuido: es una contradicción que erosiona cualquier causa justa. Quienes creemos en la justicia social compartimos un compromiso profundo con la dignidad de todas las personas. El llamado despertar Woke nació para mantenernos alertas ante las injusticias y para construir puentes que las reparen. Pero cuando ese despertar abre un solo ojo iluminando ciertas causas y dejando otras en penumbra, deja de ser vigilia para convertirse en exclusión selectiva.
La interseccionalidad, uno de los marcos teóricos más influyentes en la cultura Woke, es como un mapa de vida donde cada persona lleva marcadas distintas huellas: el género, la historia familiar, el origen, la piel, la fe, las pérdidas, los privilegios y las heridas. No son capas que se apilan de manera prolija, sino hilos que se cruzan y a veces incluso se enredan. Mirar desde la interseccionalidad es aprender a leer ese tejido entero, con sus luces y sus sombras. El riesgo surge cuando, en ese entramado, algunas hebras se dejan fuera del telar, y ciertas historias como la del antisemitismo, se borran del tejido.
Lo vemos en marchas multitudinarias que claman por la igualdad pero omiten mencionarlo. En comunicados universitarios que opinan sobre conflictos internacionales, pero reducen la historia judía a consignas simplistas. En ámbitos académicos, donde el disenso, motor del pensamiento crítico, a veces ampara discursos de odio y violencia simbólica. Llamar “genocida” a Israel no es, para muchos judíos, una opinión política más. Es un cuestionamiento a su identidad. Israel es parte esencial de la historia, la memoria y el sentido de pertenencia del pueblo judío, más allá de coyunturas y gobiernos.
El prejuicio contra los judíos no encaja fácilmente en la narrativa binaria de opresores y oprimidos. Se lo recubre de estereotipos -poder, privilegio, control- que borran siglos de persecución y exilio. Y así, el dolor de un pueblo entero queda fuera del inventario de luchas progresistas.
Esa exclusión silenciosa contradice la esencia de la interseccionalidad: incluir todas las voces. También abre la puerta a que viejos prejuicios se disfracen de pensamiento crítico.
Estar despiertos significa abrir los ojos, mirar de frente cualquier forma de discriminación, aunque incomode, aunque no encaje en nuestros marcos habituales. Una interseccionalidad que no reconoce al antisemitismo como opresión deja de ser herramienta de inclusión para convertirse en filtro de exclusión.
La justicia social no puede permitirse esas incoherencias. Incluir todas las voces, también la judía, no es un gesto de cortesía: es la condición para que la lucha sea realmente para todos. El derecho del pueblo judío a vivir en libertad y con seguridad debe valer en cualquier lugar del mundo, y especialmente en Israel, su tierra.
No es pedir privilegios. Es pedir memoria. Es invitarnos a cuidar, entre todos, la integridad de lo que decimos defender.
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