
La serie, El Eternauta, basada en un cómic argentino del año 1957, ilustra a un navegante que trasciende en la dimensión del tiempo, encarnado en el actor Ricardo Darín, en el papel de Juan Salvo.
Este rodaje de ficción, que no envidia a otras producciones, me permite reflexionar en una expresión, varias veces mencionada: “nadie se salva solo”, pero para superar la barrera del dicho en el contexto de la ficción, es necesario practicar leyes reales:
Ley del cuerpo
La interacción en una comunidad para mantener no solo el sentido de supervivencia, sino también de productividad, se sintetiza en la ilustración bíblica acerca del cuerpo:“Nuestro cuerpo tiene muchas partes, y Dios ha puesto cada parte justo donde Él quiere. Qué extraño sería el cuerpo si tuviera solo una parte. El ojo nunca puede decirle a la mano: No te necesito. La cabeza tampoco puede decirle al pie: No te necesito.”
Es decir que soy coherente cuando reconozco que el otro tiene algo que yo no tengo y, por lo tanto, no puedo decirle: ¡¡NO TE NECESITO!! Ya lo dice la célebre expresión bíblica: “No es bueno que el hombre esté solo”.
Ley del magnetismo
Existen fuerzas de atracción entre polos de distintas especies, es decir, que pensar diferente no debe ser un motivo para repelerse. “Alguien que está solo puede ser atacado y vencido, pero si son dos, se ponen espalda con espalda y vencen, mejor todavía si son tres, porque una cuerda triple no se corta fácilmente” (proverbio bíblico). Sostengamos una escucha activa por el otro aunque piense diferente, y busquemos el punto común.
Ley de la siembre y la cosecha
Un puñado de hombres y mujeres en la serie lograron entender que había que ceder para vencer la adversidad, esa actitud impulsada por una regla de oro: “Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti”.
Es decir que, si decido dar en lugar de buscar la tajada en el otro, encontraremos una vida con propósito, y alguien hará lo mismo por nosotros.
Ley del acuerdo
Acuerdo no es resignación, sino aceptación; no es renunciar a nuestras convicciones, sino convertir una fuerza que se considere contraria en el pensamiento o forma, en la razón que impulse una sinergia que logre el bien común.
Seamos navegantes trascendentes ante los desafíos, adversidades y oportunidades que se presentan en nuestro diario vivir. Los cambios a introducir para lograr un mundo mejor no son individuales, sino colectivos. Es encontrar el punto de encuentro en medio de una emergencia. Es la humildad la que nos conduce a ese lugar.
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