
Es una tormenta nada común porque no se forma con tiempo revuelto, grandes lluvias, calor furioso, inestabilidad, períodos de calma sospechosa. No es el tiempo, no es el clima: es la idea y realización de montar una historia siempre igual.
Ahora tenemos preocupaciones y alborozos -poquísimos-, relacionados por la carestía, la falta de precios en asuntos que abarcaban las góndolas hasta la posibilidad de importar –desde la infancia recuerdo que todo aquello que fuera importado, cualquier cosa, era valiosa- hasta algo para fabricar herramientas, metales, comida industrial y de mostrador directo como una carnicería o un kilo de tomates. El dólar es siempre un actor principal y obsesionante en las casi diez variantes que juegan en ese territorio, lo mismo que las primaveras de inicio en materia política que se hacen otoño a la semana siguiente. El mito del eterno retorno en yunta con Sísifo como metáfora del esfuerzo inútil.
A gran velocidad, los cambios desquician con medidas contradictorias o sin sentido. Esa velocidad es como una paradoja de nuestro atraso. La tormenta argentina siempre es igual. Si es una lluvia superlativa se produce la inundación de campos para convertirse en lagunas. Donde había trigo, nadarán al tiempo los pejerreyes. Si se trata de sequía, tanto en la imagen como en las cabezas de una mediocridad insaciable, habrá que esperar algunas gotas. No es algo relativo a los ciclos que ocurren en el campo sino de un estilo de convivencia de cables pelados a lo largo de la historia. Si paramos en el campo en sí, en sentido estricto, se trata del sector más productivo y moderno, atacado por una rencorosa ideología que el mundo entero juzga una momia política y en la tormenta argentina se amenaza y distorsiona.
Cualquiera que se embarca en el trabajo de estudiar los diarios en una hemeroteca encontrará que los viejos informativos son iguales a los de estos días.
Dólar, escándalos de corrupción, comida, trabajo. El clavado para siempre problema de la vivienda se dice, se pronuncia y se vive del mismo modo. Hay una intemperie crónica. Por fijarlo, por asirlo en términos visibles, a mi juicio la Argentina puede ubicarse en la España de Franco en 1954/55. Hablamos de retraso, de perder tantos trenes.

La tormenta argentina no se debe al choque entre facciones -nacionalismos populistas de derecha y de izquierda contra demócratas liberales también con sus tendencias- sino a que el país tiene un grado de especificidad negativa que no encuentra historiador por brillante y lúcido que pueda resolver al país como uno de esos teoremas matemáticos que nadie consiguió desentrañar, pero existen. Es lo mismo. El lugar, la Argentina, existe, pero nadie acierta la razón de su autodestrucción y de la fábula urdida entre liberales y revisionistas con sus respectivos y excluyentes héroes. La fábula tiene como tregua el punto de partida: somos excepcionales, tenemos un destino celeste, hemos sido elegidos, lo tenemos todo. Lo que falla es la existencia de los otros -desde cualquier mirada- , y así sucesivamente. Un ejemplo al acaso: quienes cuestionan la propiedad privada son los más ávidos y lúbricos por tenerla para sí.
Quizás contenga el virus alumbrado con los primeros chillidos de vida como disparador de la destrucción auto infligida. Francisco Narciso de Laprida, hombre de letras y de leyes a cargo de declarar de su voz la Independencia, fue muerto a degüello con la cabeza aplastada por una tropilla echado a todo galope con el cuerpo vertical en un pozo por las montoneras de Aldao, fraile y caudillo federal. Y de allí en adelante.
No son unos ni otros: es un proceso de impotencia y atraso colectivo. Las dictablandas, la dictadura inenarrable, el terrorismo, la democracia malversada una y otra vez aunque todavía en su sitio y con la de libertad de expresión, sin la cual caería la noche más oscura.
En el interior de la tormenta argentina está su repetición, su reflujo, junto con la idea aceptada con persistencia y descaro de que robar y engañar no es tan malo después de todo. ¿Quién quiere ser el hijo de la pavota?
La tormenta argentina contiene la ruptura de orden confundido ex profeso con autoritarismo. En este momento se ve por televisión cómo un policía le indica a un barrabrava -alrededor de los otros- que no se puede fumar su porro en el tren. El policía recibe una bofetada mientras los pasajeros empiezan a alejarse. Que no se escriba lo ocurrido como un canto a la policía. Poner las cosas del revés como si fueran lo necesario y bueno es parte de la trituradora de un país. Ninguna bestia emporrada o con su tabaco puede abofetear al policía que le indicaba fumar afuera. Que no está permitido fumar en el tren.
La tormenta argentina con frío y aguaceros le ha dado el anca a sus habitantes especializados en desunión. La persistencia de empezar otra vez y cada vez con menos o ningún entusiasmo ha calado en la desconfianza. De lo que tienen que trabajar en sus empleos de dirigentes -la desconfianza en ese punto es general- y entre nosotros en los días de cada semana. Es muy delicado cuando la desconfianza de quienes han prometido y decepcionado, pero, mucho peor, cuando se trata de vecinos y amigos. Son muchos los ejemplos que han desviado esa desconfianza en fanatismo y enfrentamiento.
Para el análisis del instante o del presente puro hay inteligencia y trabajo para ver qué con la economía, qué con la política y qué con la sociedad. Eso es estar. La tormenta argentina es ser.
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