Feminista en falta: Jennifer Aniston, Steve Carell y la lección de The Morning Show, ¿hay redención para un abusador?

En la serie protagonizada y producida por la actriz y Reese Witherspoon, el personaje de Carell es un depredador sexual cancelado que le ruega a Aniston que lo ayude a cambiar: “¿Acaso el hecho de que no haya tenido la intención de hacerlo no significa nada? Supongo que no tengo las herramientas para entenderlo... ¿podrías enseñarme? ¡Yo quiero ser una mejor persona!”. Pero quizá no haya salida

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Jennifer Aniston y Steve Carell en The Morning Show, la serie interpeta de todas las maneras posibles los casos de acoso y violencia sexual y corporativa
Jennifer Aniston y Steve Carell en The Morning Show, la serie interpeta de todas las maneras posibles los casos de acoso y violencia sexual y corporativa

Hace cuatro años, las denuncias de abuso sexual contra el entonces productor Harvey Weinstein desataron la ola global del movimiento #MeToo mucho más allá de Hollywood, y pusieron el foco en un tema del que se hablaba poco: el modo en que los varones en situaciones de poder lograban salirse con la suya en los casos de acoso y violencia sexual y corporativa.

Desde entonces, el público en todo el mundo “se acostumbró a ver cómo sus hombres favoritos se convertían en monstruos”, tal como dice uno de los personajes de la serie The Morning Show, producida y protagonizada por Jennifer Aniston y Reese Witherspoon, y lanzada por Apple en 2019, que regresó tras un impasse de pandemia con una segunda temporada que interpela de todas las maneras posibles.

Lo que no habíamos visto tal vez hasta este drama inspirado en un libro que el crítico de medios del New York Times, Brian Stelter, escribió basándose en la cobertura de los noticieros líderes de la franja matutina en los Estados Unidos –Top of the Morning: Inside the Cutthroat World of Morning TV (2013)– era que la conversación fuera más allá de señalar a esos monstruos y pudiera plantear una pregunta mucho más difícil: ¿Todas las mujeres fuimos meras víctimas sin capacidad de acción ni reacción frente a ese sistema de abusos que se denuncia?

En su planteo inicial, The Morning Show –y las brillantes actuaciones de Aniston, Witherspoon, y Steve Carell, como un presentador estrella atrapado en la agonía de no entender por qué fue cancelado de un día para el otro casi por las mismas razones por las que hasta la mañana anterior un país entero lo celebraba–, cambió el sentido del #MeToo: ya no era sólo “a mí también”, sino “yo también” fui parte.

Y es que, de la misma manera que, si entendemos que los varones son nuestros pares, es imposible que el patriarcado como construcción social se haya estructurado sin nuestra participación, es difícil que el encubrimiento de los poderosos se haya hecho sin la colaboración –por acción u omisión– de las que miramos para otro lado para poder crecer en nuestras carreras en la ilusión de que éramos socias del club de hombres al que hace referencia el personaje de Aniston, Alex Levy, una periodista que también se enfrenta de repente con que su compañero en la pantalla por quince años –casi un marido televisivo– es despedido entre múltiples acusaciones de ser un depredador sexual.

Trailer The Morning Show, segunda temporada

Lo que nos interpela a muchas y a muchos de los que trabajamos no sólo en medios, sino en el mundo corporativo en general, del drama en el que también se lucen Billy Crudup (como un CEO con el poder y las motivaciones para cambiar las reglas del juego), Mark Duplass (como un productor ejecutivo que se tiene que reinventar a sí mismo en la nueva cultura que surge tras el escándalo), y Julianna Margulies (como una conductora que perdió su lugar por su orientación sexual), es que expone sin medias tintas como algunos fuimos tan víctimas como parte de esa cultura que hoy –por fin– está puesta en tela de juicio.

Naturalizamos maltratos y abusos hacia nosotras y hacia los demás, naturalizamos reírnos en público de esos maltratos y llorar en el baño, y naturalizamos también pensar que, por haber sobrevivido, el resto nos debía algo.

Lo que aprendimos en la primera temporada de la serie fue esperanzador: a las mujeres ya no nos consuela el rol de víctimas definitivas; las nuevas heroínas no son perfectas. Y descubrimos que tampoco los monstruos fueron siempre malvados, por eso era también entendible que los hubiéramos querido. Como el Mitch Kessler de Carell, eran nuestros amigos, jefes, maridos, amantes y novios, y ninguno tenía un cartel indicador en la frente; no teníamos por qué saber cómo eran con otras mujeres en la intimidad.

Es cierto: puede que lo hayamos intuido, e incluso que los hayamos ayudado sin saber hasta qué punto nuestro silencio, o el chiste compartido, la mirada condescendiente para con la colega despreciada, o el propio uso que hicimos de nuestro capital erótico, fueran parte del sistema que los avalaba. “¿Vas a seguir haciendo de cuenta que no sabías lo que pasaba?” –le pregunta a Aniston/Levy su ex colega/amigo y depredador despedido Carell/Kessler– “¿Realmente vas a mirarme a los ojos y decir que no participaste? ¿No te reías de esas mujeres? ¿No te burlabas de su desesperación cuando yo las dejaba? Yo me acostaba con ellas, pero vos eras cruel. Y las palabras también importan.”

Jennifer Aniston como Alex Levy y Reese Witherspoon como Bradley Jackson, durante una escena de la serie "The Morning Show" que estrenó su segunda temporada (EFE/ Apple Tv)
Jennifer Aniston como Alex Levy y Reese Witherspoon como Bradley Jackson, durante una escena de la serie "The Morning Show" que estrenó su segunda temporada (EFE/ Apple Tv)

Si en la primera temporada de The Morning Show el eje estaba puesto precisamente en esas mujeres imperfectas –ni santas, ni víctimas– que se animaban, unidas, a romper el pacto de silencio después de revisar su historia, para cambiar la de todas; en la segunda nos encontramos con los grises del ídolo caído en desgracia y convenientemente marginado del mundo en un destino paradisíaco (cualquier semejanza con la realidad no es ninguna coincidencia), para golpearnos de lleno con todo lo real que olvidamos detrás de los enunciados y la supuesta búsqueda de corrección: ese personaje que cancelamos, es una persona.

En el exilio, el hombre que fue Mitch Kessler hace lo que muchos no: llora, pero pide genuinamente perdón. Quiere cambiar. Pero de verdad. “¿Acaso el hecho de que no haya tenido la intención de hacerlo no significa nada? Supongo que no tengo las herramientas para entenderlo... ¿podrías enseñarme? –le ruega a Aniston, desesperado–. Quiero ser mejor… ¡Yo quiero ser una mejor persona!”.

No hay salida. Sobre todo porque aunque su amiga (y los espectadores) podamos ver en él a la persona que en cierta medida también es una víctima de un sistema que en el pasado –y, lamentablemente, a veces todavía también en nuestros días– habilitaba (habilita) y hasta alentaba (alienta) a cometer abusos, esos hechos no tienen vuelta atrás. Es demasiado difícil perdonar cuando el dolor está en carne viva, y aún no hay en el mundo una Justicia que responda de manera efectiva: el cambio cultural sigue en marcha.

“Sólo porque no lo hayas hecho a propósito, no significa que vaya a estar todo bien”, admite Alex Levy ante su amigo adorado, del que sólo busca despegarse para poder seguir adelante con su vida, ya libre de todo mal. Se irá de ese encuentro convencida de que Mitch no lo es, o al menos de que no es tanto más malo que otros tipos, y también de que hay muchísimos peores que él. Pero no va a ser ella la que lo ayude a cambiar. Para Mitch –para los Mitch Kesslers del mundo, en general– no hay redención posible, y ese es un problema en el que debemos pensar porque tiene que ver con la falla de un sistema que sigue sostenido en el éxito de unos pocos. Y ése es quizá el aporte más lúcido de la serie que deja un espacio para la reflexión al término de cada capítulo.

En el exilio, el hombre que fue Mitch Kessler hace lo que muchos no: llora, pero pide genuinamente perdón. Quiere cambiar. Pero de verdad. “¿Acaso el hecho de que no haya tenido la intención de hacerlo no significa nada?", le dice a Aniston
En el exilio, el hombre que fue Mitch Kessler hace lo que muchos no: llora, pero pide genuinamente perdón. Quiere cambiar. Pero de verdad. “¿Acaso el hecho de que no haya tenido la intención de hacerlo no significa nada?", le dice a Aniston

Hay una verdad que se mantiene pese a que en algunos casos haya cambiado la narrativa. Se supone que ahora el mundo es de las mujeres fuertes, se supone que ya no hay lugar para los abusos, se supone que si hablamos de determinada manera y nos asignan una silla rosa en cada mesa de Directorio, vamos a terminar con la violencia. Pero además de la experiencia colectiva, es muy difícil que no nos muevan nuestras propias ambiciones y mezquindades. Lo personal es político, sin dudas. Pero sólo vamos a salir de la encrucijada si asumimos que lo político también es personal.

En The Morning Show hay dos conductoras que se convierten en modelo de sororidad y piensan en cambiar la historia, pero también en su propia supervivencia y en su gloria individual. Hay una jefa de Noticias de generación Z que basa su superioridad moral en su edad y su origen étnico, y da clases al resto según los designios de las redes sociales. Hay desconocidos que filman a los personajes por la calle para tener sus cinco minutos de fama indignada. Hay un presentador del tiempo acusado de “apropiación cultural” que se disculpa demasiadas veces para no ser echado de su trabajo, aunque jamás entienda por qué debe hacerlo. Y hay muchos gestos nobles tamizados por la exigencia del “sálvese quién pueda” aún en quienes aseguran trabajar por el altruismo de las grandes causas o estar ahí para representar a las minorías postergadas.

En última instancia, el mayor aporte –y el más crucial, que va junto a mi agradecimiento para quien haya llegado hasta acá un 24 de diciembre “en el fragor del champán”– es no engañarnos con versiones maniqueas: hay un abismo entre quejarnos sin más de la “cultura de la cancelación”, y entender que la mayoría de quienes perseguimos Justicia (o al menos consuelo) desde los feminismos tras sufrir abusos, no buscamos condenar eternamente a una sola persona –sin importar el tamaño de su ofensa, ni si violó, acosó, miró de más, maltrató o se pasó de vivo–, sino que luchamos por instalar cambios que nos protejan de una vez para que no haya más víctimas. Para eso es necesario asumir que incluso nosotras fuimos –y a veces hasta seguimos siendo– funcionales al sistema.

Y es que la única manera de cambiar las cosas es aceptar que el cambio no puede ser un lugar de llegada, sino un estado permanente.

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