
El día 17 a las 10 de la mañana, murió por dos tiros de 9 milímetros en la cabeza Lucas González. Una bala quedó en el cerebro, la otra dejó un surco en el pómulo derecho. Estaba con tres amigos después del entrenamiento -sexta de Barracas Central- en una camioneta Surán. Fueron seguidos y acosados por tres policías –Isassi, López y Nievas-, sin uniforme, ni voz de alto ni la menor señal de identificación. Uno de ellos les apuntó con el arma. Los chicos tuvieron miedo y se pusieron en marcha. El auto, detrás. Tiraron: “Les dimos pipa”, se escucha en un audio. Los amigos fueron esposados. La noche fue de terror.
Cualquiera siente el dolor de sus padres y compartirlo. Lucas podía votar, lo habrá hecho en las legislativas, era tranquilo y bondadoso, tenía sueños y preguntas interiores sobre su destino. Los policías han sido detenidos con prohibición de salir del país. Todo muy rápido. Fue claro en principio que la politización –Provincia, CABA- se planteó y expuso en artículos, editoriales, opiniones, aunque se contuvo con esfuerzo: la violencia y abuso de la Policía como herramienta en ese orden puede irritar la piel sensible general y añadir a la desunión obscena que hemos conseguido Es que hay muchos casos del tipo, la violencia institucional -entre nosotros la cota resulta muy alta como lo demuestran y reclaman organizaciones de observación internacionales sin vueltas- y quitarle la condición humana en zancadillas bajas puede aumentar la falta de confianza desesperante que se toca con las manos y se respira.
Desde hace un tiempo largo, la dificultad entre sociedad y policía existe. Se dirá siempre que hay muchos policías de bajísimo salario, cumplen con su deber y arriesgan la vida cada día . Y será cierto. En todas las democracias de mejor asentamiento y desarrollo hay especializaciones policiales: delitos corrientes, terrorismo, inteligencia, investigación, vigilancia, seguridad. Con deliberación se ha minado la idea de que la existencia de la policía es un caballo de Troya.
A la tragedia de Lucas, pobre y desdichado Lucas, en florecimiento deshecho a tiros en la cabeza, ha de seguirlas otras. No se trata de una pensamiento centrado en el pesimismo sino en la realidad y en los hechos. Con el agregado de otra realidad: la policía es necesaria. No hay manera de funcionar sin una policía. En las tiranías y regímenes brutales que hay en abundancia –Asia, sin excepción, África, sin excepción, América Latina- todo es policía. El portero es policía, el taxista es policía, el dentista es policía, la manicura es policía, el rector de un colegio es policía. En un sistema democrático tiene que existir para contener el delito, proteger personas y bienes, ayudar a un parto prematuro en la calle -lo hemos visto tantas veces y siempre emociona-, frenar su propia corrupción.
Pero la relación entre policía y sociedad se hace difícil sin confianza. El dolor indecible de quienes pasan y pasarán el resto de sus días alrededor de Lucas puede ser en la maquinaria del “solo por hoy” que es la Argentina -el sistema de autoayuda eficaz para pasar al día siguiente y pararlo, como Alcohólicos Anónimos- un parche y siga, siga.

Policía y sociedad. Un corazón (arrítmico) para un país. El cine americano ha encarado en obras importantes en una tradición noble y rara: mostrar la ropa sucia. Ahí está “Un maldito policía”, de Abel Abel Ferrara, con Harvey Keitel en estado de inspiración y entrega. Nicolás Cage (Herzog), impresionante. “Día de entrenamiento” (Antoine Fuqua), gran Denzel Washington , más Ethan Hawke, Eva Mendes. “Testigo en peligro”(Peter Weir), Harrison Ford, Viggo Mortensen y más y bueno: un niño amish ve sin querer un crimen. Un oficial limpio y con, perdón, cojones, debe integrarse en la comunidad para su protección. Feroces policías descarriados quieren matar al chico. Hay montones, recuerdo estas porque son admirables, sin la larga fila de sheriff venales y perversos con sus sombreros Stetson y los correspondientes anteojos de sol espejados.
Nunca para. Ahora se investiga la muerte por golpes y asfixia de policías en San Clemente del Tuyú. Alejandro Martínez -así se llamaba- se registró en un hotel muy alterado y fuera de sí. Desde el hotel sonó un timbre de alarma conectado con la comisaría. Se lo llevaron muerto, se revelaron signos de una paliza y alguna manera de dejarlo sin respirar. Un llamado con justificación y el desastre en un calabozo. Los policías fueron nueve.
Se trata de lo que se quiso decir antes: hace falta la policía y su función pero no de brutalidad en brutalidad. Hace falta por razones básicas y manifiestas. Sin resolver el entramado de todas cuestiones que implican el modo de la manera en que se funciona demasiadas veces con un examen sincero y con la decisión política necesaria se irá de remiendo en remiendo hasta la siguiente estación. No es un juego infantil de ladrones y policías. Si lo fuera, podría resolverse pronto: es mejor que haya más policías que ladrones. Quedaría claro. No es la cuestión.
Sí se trata de que esta sociedad y sus líderes y matices dejen ya mismo la holganza del parche y el “solo por hoy”. Que tengan lucidez y valentía. Dos tiros en la cabeza -triste fin, Lucas- es de una seriedad insoportable.
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