
Todos conocen la gravedad del presente: decadencia económica, política, social y educacional, esto lleva a la pérdida de la libertad, el abandono de los principios éticos y morales y desdén por la dignidad, esta trágica realidad se visualiza en el acrecentamiento de la pobreza y la ausencia de la educación.
¿Por qué esta dramática situación cobra gravedad institucional? Tenemos:
1) Un Gobierno inoperante y desprestigiado que perdió el control de la calle en favor de las organizaciones piqueteras de izquierda a las que no puede dominar y teme reprimir;
2) Un Presidente que se caracteriza por tener doble discurso, y pierde credibilidad;
3) Desencanto y repudio de gran parte de la sociedad a la clase política tradicional;
4) Clase dirigente que disocia su accionar con la realidad;
5) Permanencia en el tiempo de una clase dirigente corrupta y elitista;
6) Radicalización de algunos grupos de poder;
7) Incremento de la protesta social que se hace incontrolable;
8) Organizaciones sociales que por desavenencias internas el peronismo perdió su control en favor de los sectores de extrema izquierda; y
9) Desintegración y desguace de las Fuerzas Armadas.
Ante esta realidad, parte de nuestra obsoleta clase política pretende presentarse como alternativa de cambio cuando es solo gatopardismo “Cambiar todo para que nada cambie”. Pero Cristina Fernández de Kirchner, que no respeta reglas, si sabe dónde está, qué quiere y cómo conseguirlo.
El estado de desorden y anarquía es reconocido por la vicepresidenta cuando públicamente le dice al Presidente: “Pone orden en lo que tengas que poner, no te pongas nervioso y no te enojes”; luego, durante el discurso de Alberto Fernández, lo interrumpe, le pide el micrófono para dar su parecer, así de esta forma lo despoja de dignidad y pone en evidencia quien detenta el poder.

En este contexto de confusión, desencanto, frustración y bronca, cualquier imponderable puede desestabilizar este endeble equilibrio y desintegrar los frágiles y corroídos cimientos de las estructuras del Estado, esto pone en evidencia que somos una sociedad que se encuentra en la anarquía que preanuncia una eventual crisis institucional.
Bien valdría recordar que durante la revolución Rusa de 1917 Lenin cuando discutía su plan insurreccional sostenía que contaba con los sindicatos que podían llamar a la huelga general paralizando la ciudad de Petrogrado y tomar el control del Soviet haciéndose así del poder del Estado. A esto, el genial táctico de la revolución Trotsky aducía con toda lógica: “Tengo el desorden de mi parte, es mejor que una huelga general”, concepto a no olvidar en el arte de apoderarse del Poder.
Estos hechos concluyeron en la dictadura comunista que llevó al pueblo ruso a la tragedia que los esclavizó por décadas con millones de muertes.
La historia se repite
El hombre a lo largo de la historia siempre se repite en su conducta ante la adversidad ella solo muta en algunas formas o actitudes por los tiempos y las circunstancias, pero en su esencia no cambia.
¿Entonces, dónde están las similitudes entre la Rusia de 1917 y nuestra realidad?:
- La pobreza;
- La crisis de confianza en la clase dirigente;
- El desorden y estado anárquico del orden público que provocan las organizaciones sociales;
- La incapacidad de las fuerzas del orden para controlar el accionar de estas organizaciones sociales radicalizadas de extrema izquierda (trotskystas);
- La incapacidad del gobierno en satisfacer en lo más mínimo las demandas sociales, y
- Las encubiertas disidencias internas y luchas de poder dentro del gobierno.
Las similitudes son evidentes y se sintetizan en “Desorden”.
En conclusión, esto debe alertarnos para evitar sus consecuencias, para ello debemos detenernos y reflexionar: todos somos conscientes y estamos de acuerdo con esta realidad, pero las desavenencias en cuanto a cómo dar con la solución; nos dividen y enfrentan. Esta realidad que nos abruma nos impone que nuevamente acudamos a la historia ya que ella nos puede dar un poco de luz, clarificar nuestros pensamientos y aquietar nuestros ánimos.
Los pueblos que prevalecieron a las adversidades que los tiempos les imponían fueron aquellos que con firmeza y confianza se unieron y juramentaron para alcanzar propósitos y objetivos comunes que hacían al bienestar común y general.
Son los jóvenes quienes deben levantar las banderas de la libertad de pensamiento y acción que nosotros quienes sumamos años de forma vergonzosa y desatinada arriamos hace ya mucho tiempo, en los jóvenes está el mañana y el futuro, por ello vale recordar que decía Napoleón: “Cada ocasión desaprovechada en la juventud es una posibilidad de desgracias para el futuro”, entonces hay que tener siempre presente que en el corazón de los jóvenes está el espíritu del porvenir, siendo así démosle el lugar que nosotros no supimos ocupar.
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