
Los acordes del quinto corte de Bicicleta -álbum de Serú Girán editado hace ya varias décadas- bien podrían sonar como cortina de los tiempos que corren. Saben los que lo conocen que el coronavirus no está igual que ayer, que ha mutado y multiplicado sus variantes. Y que nosotros tampoco somos los mismos. En las circunstancias presentes, nos gustaría estar en la playa lejos del ruido, descubriendo por qué olvidamos e intentando recordar lo perdido en los largos meses que llevamos de pandemia.
Como dice la letra de este hit de los ochenta, un día el mundo hizo plop y no podemos entender aún -quizás nos demande un extenso período de discernimiento- qué es esta furia. Una furia que no solo comporta un ataque epidemiológico, sino también los graves desajustes suscitados a la par de su avance por territorios y sociedades. A escala planetaria estamos siendo arrasados por oleajes que rompen sobre millones de cabezas. Y esta metáfora sirve para aproximarnos al fenómeno que nos atraviesa y que afecta la existencia de la especie humana de manera multidimensional.
En Argentina, resistimos un primer embate en 2020; padecimos, aprendimos y logramos mantenernos de pie, entrenando nuestra capacidad resiliente. Pero las heridas apenas cicatrizadas vuelven hoy a abrirse y nos preguntamos, con Serú de fondo, qué es esto de nuevo. Lo hacemos desde otro lugar, adoptando una perspectiva distinta sobre la base de la experiencia vivida. ¿Será que nos endurecimos y que no nos conmueve del mismo modo lo que acontece? ¿Será que las cifras nos parecen un dato, una abstracción que nos impide visualizar los rostros de los miles de enfermos y fallecidos? ¿Será que permanecer en la propia burbuja nos excluye de la realidad o nos separa fatalmente de quienes sufren el impacto de una segunda temporada de aislamiento y restricciones? ¿Será que la música sigue, pero es tan idéntica y monótona que no la percibimos?
Para Slavoj Žižek estamos atrapados en una triple crisis -sanitaria, económica y psicológica- que provoca la desintegración de las coordenadas básicas vitales de las personas y que, no obstante, podría ser el germen de una humanidad unificada. Yuval Harari advierte que en este contexto son los dirigentes quienes deben hallar un equilibrio, mediante la aplicación de políticas integrales. Y sentencia que la gestión de esta coyuntura trágica será un éxito o un fracaso meramente político. Giorgio Agamben señala que la discusión no se da por la salud, sino por lo potencialmente patógeno, que puede ser privado de sus libertades y sometido a prohibiciones y controles de todo tipo. Y añade que todos somos, bajo esta lógica, pacientes asintomáticos. Análisis preliminares que ponen énfasis en la trascendente misión de los líderes globales en esta encrucijada.
En el actual estado de cosas, vale la pena indagar si somos capaces -como propone la banda de rock nacional- de pensar a suerte y verdad nuestro porvenir. O si, munidos de una coraza emocional, nos debatimos en un aquí y ahora individual. ¿El futuro será un mundo feliz? Porque la historia prosigue, pero ya la vimos: tenemos un déjà vu persistente que nos conecta con un pasado próximo que desearíamos clausurar y que, sin embargo, se patentiza.
Llegados a este punto, cabe imaginar qué sería de nuestras vidas si los fabricantes de mentiras dejaran de hablar. Como en la canción, mientras miramos las nuevas olas y profundizamos en estas cuestiones, ya somos parte del mar.
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