Cómo y por qué conocí a Carlos Menem

Quien conozca el ambiente sabe de los desplantes, la egolatría y la superficialidad de los políticos, que mientras te dan la mano miran por arriba en otra dirección. Menem estaba con uno y te lo hacía sentir. Preguntaba por la familia, indagaba en lo personal. El impacto fue fortísimo

Compartir
Compartir articulo
(Foto: NA / JUAN VARGAS)
(Foto: NA / JUAN VARGAS)

Luego de concluir en 1998 mi libro el Perón Liberal, le hice llegar a Carlos Menem, por uno de mis hijos, algunos ejemplares a la residencia de Olivos. El trámite fue sencillo, tocó el timbre y los dejó en la guardia. Pasados unos meses, en un acto realizado en el hotel Castelar y transmitido por cadena nacional, el Presidente citó en dos oportunidades algunos párrafos o mejor dicho algunas de las ideas del libro. Sin buscarlo ni proponérmelo, lo conocí cuando apenas faltaban algunos meses para que dejara el poder. Fue en una estancia en la Provincia de Buenos Aires a la que fui invitado, quizás por ese escrito.

El impacto fue fortísimo. No era la primera vez que me hallaba frente a un político, pero esto era distinto. Cuando uno hablaba con Menem, aunque fuera poco el tiempo, ese instante era único. Quien conozca este ambiente sabe de los desplantes, la egolatría y la superficialidad de los políticos que mientras te dan la mano miran por arriba, en otra dirección. Menem estaba con uno y te lo hacía sentir. Preguntaba por la familia, indagaba en lo personal. Tiene razón el Tata Yofre cuando en su nota sobre Menem hace referencia a la memoria referenciada sobre la gente, donde vivía, a que se dedicaba. En su cabeza el país estaba en cuadriculado. Recordaba esquinas, negocios, plazas, bares y ainda mais de los distintos pueblos y ciudades de la Patria.

Ya fuera del poder lo visité con cierta frecuencia en su detención en Don Torcuato, recién casado con Cecilia Bolocco, quien en varias oportunidades me abrió la puerta, haciéndome esperar en un sillón. Se los veía felices y ella le dio un hijo.

Volví a visitarlo en el año 2009 en su casa de Belgrano y allí grabé veinte horas de conversaciones sobre distintos aspectos de su vida personal, que a veces rozaba la política. Muchas son las anécdotas que narraré en distintos artículos. Pero hoy para homenajear a uno de los más grandes Presidentes que tuvo la Argentina, como fueron Roca y Perón, elegí la que a mí entender define el significado central de su Presidencia. Pacificar el país. Desterrar odios, cerrar heridas. Va entonces su encuentro con el Almirante Rojas, tal cual me lo relató:

“Aquellos hechos ¡los tengo tan claros!”

Rojas me pide una audiencia. Fue Ramón (Hernández, su secretario privado), el que me trajo la noticia. Vemos la agenda y digo: “hablenló al Almirante, y diganlé que tal día a tal hora lo espero”.

Fue en horas de la mañana, yo siempre iba temprano a la Casa de Gobierno. Estaba mi hermano (Emir), que era Secretario de la Presidencia en la sala contigua al despacho mío, y justo lo va a visitar Jorge Antonio. Y claro, cuando entra Isaac Rojas, Antonio se quería morir (risas). ‘Esto no se aguanta más’, dijo y se fue. Naturalmente no adelante de Rojas, sino a mi hermano y en voz baja. La cuestión es que vino, charlamos un rato, fue muy amable conmigo, tan es así que me contó cosas que no le había contado nunca jamás ni a sus pares ni a sus subalternos. Cosas de su vida profesional y de su vida privada que no tiene sentido las cuente aquí. La cuestión es que él tenía interés en la canalización del Bermejo. Decía: “Presidente vamos a poner en actividad dos millones de hectáreas de tierra en el norte argentino”.

Llevó los planos y todas las explicaciones del caso. Le digo ‘bueno Almirante, hágase cargo, yo no tengo ningún inconveniente, pero también necesitamos un cálculo de los gastos para ver si lo podemos incluir en los próximos presupuestos que vayamos a elevar al Congreso’. La cuestión es que siguieron las conversaciones. En otra oportunidad nos juntamos en la Fragata Sarmiento, en un cóctel con todos los oficiales. Lo amaban a Rojas, te digo que realmente lo amaban y ahí volvió contarme cosas de su juventud que eran realmente graciosas. Otros oficiales que estaban allí decían: “Es increíble, nunca nos contó nada a nosotros y a usted en cambio…”

Claro yo era Presidente y eso seguramente me daba ventaja. Cierto es que uno lo juzga porque fue víctima de ellos y, cuando uno es víctima, es difícil que hable bien del victimario. Pero demostró ser un hombre de bien.

Hay muchos que no tendrían derecho a hablar. Yo sí. Fui víctima de los militares. Si me salvé, es porque me blanquearon. Yo estaba sindicado como montonero.

Finalmente, el Almirante se enfermó. Estaba en el Hospital Naval y pido una visita, como correspondía. Por más Presidente que yo fuera no podía entrar, así de colado, al Hospital Naval y me hace decir el Almirante que me esperaba. Entonces fui. Cuando llegué había un Capitán que creo se llamaba Cuadrado. Fue él quien me recibió.

- Oh, Presidente. ¿Cómo le va? ¿Cómo está Usted? ¿Se acuerda de mí?

- ¿Cómo no me voy a acordar? Si usted estaba en los Treinta y Tres Orientales cuando me tenían preso.

- Bueno, pero eso ya pasó.

- Sí, pasó. ¡Ya sé que pasó! No vengo a evocar viejos enfrentamientos. Pero si usted me pregunta si me acuerdo de usted, solo le comento en qué circunstancias lo conocí. Además, yo era el que comía esas semillitas árabes y llenaba de cáscaras el barco y usted me las hacía juntar (risas). ¿Recuerda?

- Bueno… Son cosas de la vida.

- Sí, claro, son las cosas de la vida.

- Yo estoy aquí en una actitud de un argentino que entiende esas cosas y que quiere el afecto y la unidad de todos los argentinos y es por eso, además de porque está enfermo, que quiero ver al Almirante.

- Sí, ya sabíamos. Pero me ha dicho que por favor lo espere cinco minutos, él lo quiere recibir con el uniforme. Está en bata y así no se puede acoger a un Presidente.

Cuando estuvo listo, me hacen pasar. Estaba Rojas ahí, parado, ceremonioso con su uniforme impecable de Almirante, de un azul profundo y dorados restallantes. La gorra puesta. Firme delante de mí. A pesar de los años, lograba un equilibrio en su cuerpo, envidiable, impropio en un hombre de su edad. Quizás acostumbrado a los vaivenes de cubierta. Demasiado delgado, flaquito, enjuto. El uniforme le quedaba holgado y una serenidad en su rostro que hablaba del tiempo transcurrido desde aquellas iras de antaño.

- Señor Presidente ¡ buenos días!.

- Buenos días, Almirante.

Me estrechó en un abrazo. Y eso me hizo recordar la anécdota de Sarmiento con Urquiza. En ese momento yo entendí que ya era Presidente de todos los argentinos.

Recuerdo también que en ningún momento hicimos mención a los luctuosos sucesos del 55′, ni a los gobiernos del General Perón. Estábamos ahí para mirar al futuro y restañar heridas no para ahondarlas.

Y esto viene desde la época de Perón porque un buen día cuando ganó las elecciones presidenciales en setiembre de 1973 yo me lo fui a ver, cuatro o cinco días después, a ver que podíamos hacer por La Rioja. Justo venía Gelbard, entonces, le dice: vea Ministro hay que hacer algo por esta provincia, por La Rioja, algo hay que hacer, una especie de reparación histórica a provincias que tanto le dieron a la Argentina con sus guerras, la sangre derramada en tantas acciones heroicas en defensa de la Patria y la libertad. Y ahí le encomendó a Gelbard que hiciera un acta de reparación histórica, que así se llamaba donde incluía la promoción industrial. Si no mi paisana –Isabel Martínez- me va a matar porque sepa usted que hasta las langostas cuando van por La Rioja van con las viandas (risas) y ahí surgió el acta de reparación histórica. En ese momento estábamos conversando con Perón en contra de Rojas. Tremendas las cosas que ahí se decían por cuenta de los participantes. Entonces le digo: “¿Y General? ¿Entonces, qué hacemos con el Almirante?

- Nada, absolutamente nada.

- Y el golpe del 55′ le digo.

- No, eso ya pasó. O usted cree que Rojas es menos argentino que nosotros.

Esto me sirvió de mucho para encarar lo que ya te comenté.

Seguí leyendo