Zonceras y falacias que nublan el pensamiento

Las últimas semanas nos hemos visto envueltos en debates estériles como consecuencia de la repetición de zonceras sin abrir siquiera un resquicio a la posibilidad de explorar otras miradas

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Toma de tierras en Villa Mascardi (Infobae)
Toma de tierras en Villa Mascardi (Infobae)

El debate de ideas, en estos últimos tiempos, se parece más a la repetición ciega de dogmas que a un ejercicio libre y desprejuiciado de reflexión y diálogo. El resultado no puede ser auspicioso si tomamos en cuenta que esa manera de debatir es un retroceso de varios siglos en la historia. En los inicios del pensamiento occidental, Sócrates desarrolló la mayéutica como mecanismo de interpelación recíproca y de ejercicio dialógico para correr los velos que nos impiden comprender la esencia de las cosas. La verdad no era revelada ni impuesta desde afuera por nadie. El acceso a la verdad era el resultado final de un camino previo donde había que derribar prejuicios, trascender las apariencias y atreverse a interpelar y poner en tela de juicio hasta las certezas más inconmovibles.

En la Argentina hemos olvidado que la verdad es una construcción social que exige una escucha atenta y una mirada aguda desprovista de preconceptos. Las últimas semanas nos hemos visto envueltos en debates estériles como consecuencia de la repetición de zonceras sin abrir siquiera un resquicio a la posibilidad de explorar otras miradas. Si hablo de debates estériles no es porque menosprecie el intercambio de ideas. Por el contrario, lo que quiero poner de resalto es que no hay intercambio de ideas cuando nos circunscribimos a repetir nuestro propio libreto sin animarnos a ver que verdades pueden existir más allá de nuestras propias certezas enlatadas.

Hay situaciones críticas que exigen romper viejos moldes y animarnos a la heterodoxia. Si repetimos siempre las mismas conductas, no podremos esperar resultados diferentes. Vayamos a esos debates que yo califico como zonceras o falacias.

1. Defender la propiedad privada significa convalidar una desigual distribución de bienes y de ingresos: nada más desatinado. Nuestro ideario propicia la creación de riqueza en el marco de un proceso de fortalecimiento del mercado interno. Y no hay mercado interno sin poder de compra del sector asalariado, es decir sin mejora del salario real. Jamás impulsamos la redistribución de la escasez sino la mejora constante y sostenida de la capacidad de compra de trabajadores, jubilados y asalariados. Sin mercado interno no hay producción, y sin producción no hay Nación. La defensa de la propiedad privada se vincula a la necesidad de construir certezas para toda la ciudadanía. Quienes más han sufrido el despojo de su propiedad han sido los sectores más vulnerables mediante políticas que han configurado una sociedad profundamente desigual y atomizada. En lo referido específicamente a tierra y vivienda, no necesitamos intrusar a nadie para tener una política de acceso popular a un techo propio. La creación de lotes con servicios como política de estado es perfectamente posible con herramientas de rezonificación, de compras de macizos, de regularización dominial y tantísimos otros instrumentos que hay que poner en práctica para poner fin a un verdadero flagelo: que en una tierra tan pródiga existan compatriotas sin un pedazo de tierra para desarrollar su proyecto existencial es algo inaceptable desde un punto de vista ético, moral, político, social e incluso económico.

2. Calificar la intrusión de tierras como un delito supone desatender el reclamo legítimo de quienes no tienen acceso al techo propio: para nada. Quienes conocemos el territorio porque lo recorremos todos los días sabemos que la inmensa mayoría de tomas (no digo todas, claro) son propiciadas por muchos vivos que se aprovechan de la necesidad de muchas familias de tener un techo propio. La necesidad existe, es real, y es de necios negarla. Pero detrás hay oportunistas que mandan a ocupar tierras para luego, patotas mediante, quedarse con esos terrenos y poder comercializarlos mediante simples boletos de compraventa. Muchas veces un mismo terreno es vendido 5, 6 y hasta 7 veces a distintas familias, que luego terminan en situaciones de violencia entre ellas porque aducen tener un mejor derecho sobre el mismo terreno. En verdad fueron familias víctimas de este aparato delictual que se queda con cientos de lotes que son vendidos a los más necesitados, a los más humildes, a los más olvidados. Hay que combatir a quienes lucran con la necesidad de los más olvidados, ni más ni menos. Poner freno a las intrusiones es una tarea necesaria, que debe complementarse con una verdadera política de acceso al hábitat.

3. Hablar de trabajo y no de planes sociales significa propiciar el desmantelamiento de las políticas sociales: si para Alberdi gobernar era poblar, para Perón era crear trabajo. En pleno siglo XXI sigue vigente esa idea que tiene 70 años. En el contexto de una Argentina que se ha reprimarizado, la necesidad de apuntalar y revitalizar el sector productivo es un imperativo innegociable si queremos pensar en una Argentina más dinámica, más pujante, más igualitaria y más próspera. Y el trabajo sigue siendo insustituible si lo consideramos como la actividad capaz de generar riqueza y de transformar nuestro entorno para bien. Yo vivía en el sur y me vine del sur a Buenos Aires el 25 de mayo de 2003, para acompañar a Néstor Kirchner en el desafío de poner de pie a la Argentina. Trabajé con Alicia Kirchner durante muchos años, acercando al Estado a regiones y sectores sociales olvidados por añares. Quiero decir que nada más lejos de mi ideario que la idea de olvidar y dejar librado a su suerte a los más desposeídos y vulnerables de nuestra sociedad. Pero la única solución de fondo es generar trabajo, trabajo y más trabajo. Los planes deben concebirse como mecanismos temporales para atemperar situaciones de profundo dolor y desamparo, pero no pueden erigirse en la solución estructural de nuestros problemas de profunda injusticia social.

4. Enarbolar la legalidad es avalar el punitivismo: es otra falacia. Para nosotros hay una máxima que resulta irrenunciable, y es la que dice: Dentro de la ley, todo; fuera de la ley, nada. El respeto a la legalidad es el respeto al Estado de Derecho, y a todo el plexo de garantías y libertades constitucionales. Profesar el respeto a la rigurosidad de la ley nada tiene que ver con las posiciones retrógradas de quienes justifican lo injustificable. Nunca voy a tolerar que nadie se corra ni un milímetro de la ley con el argumento de combatir el delito de una forma heterodoxa “porque las leyes no sirven y son muy permisivas”. Ese discurso dio lugar a prácticas vergonzosas a las que debemos decir Nunca Más. Defender la legalidad es defender el respeto a la institucionalidad y erradicar formas de abordaje del delito según costumbres, hábitos y prácticas que abrevan en prejuicios y discursos atávicos que nada tienen que ver con la convivencia democrática. Respetar la legalidad significa no encubrir ni proteger a nadie, pero tampoco vulnerar el principio de inocencia ni señalar con el dedo a nadie sólo porque es políticamente redituable y resulta más cómodo para congraciarse con alguien.

Expresar libremente nuestras opiniones es salirse del “redil” y ser un librepensador: por mi formación soy profundamente verticalista, entendido como el encuadramiento incondicional con quien desempeña una tarea de dirección y de mando. Yo soy cirujano, y me enseñaron que en una operación delicada no hay margen para discutir asambleariamente nada. El equipo debe seguir sin dudar las órdenes de quien dirige la operación. Se trata de dar lo mejor de uno para salvar una vida, y no hay desobediencia posible en medio de una intervención quirúrgica. También soy militar. La verticalidad es un concepto que se aplica en todo su rigor en el desarrollo de una guerra. Nadie imagina a los subordinados de San Martín discutiendo una orden en plena batalla. Todos saben también que soy peronista, y que acepto y asumo nuestra conducción y liderazgo. Eso no quiere decir que uno no pueda expresarse libremente. Creo que el mejor aporte que podemos hacer a la política es no callarnos y hablar con sinceridad y franqueza. No me canso de repetir que es mejor equivocarse desde la buena fe de defender nuestras convicciones que quedarnos agazapados en una actitud especulativa sin animarnos a decir lo que pensamos.

El gobierno del presidente Alberto Fernández y el de Axel Kicillof tienen el enorme desafío de poner de pie a la Argentina y a la provincia de Buenos Aires, respectivamente. Es muy importante lo que está en juego para que alguien se haga el distraído y no ponga lo mejor de sí mismo para ayudar en esta etapa. Yo creo que mi mejor aporte es trabajar todo el día, poner el cuerpo y el alma, gestionar, dar la cara, expresar lo que veo en el territorio y animarme a decir mis propias verdades.

En política no hay verdades absolutas, por eso lo que digo lo hago desde la humildad de saber que somos falibles. Pero, volviendo al principio de esta columna, sólo alumbraremos la verdad si nos animamos a interpelar las zonceras y a derribar las falacias a partir de tener el coraje de pensar con libertad.

El autor es ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires

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