El empleo en la última década: ¿quo vadis?

La política económica tendrá que tener en cuenta que luego del avance que significa el acuerdo con los acreedores externos, la estabilización económica es prioritaria

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Un operario en una planta automotriz (EFE/Caetano Barreira)
Un operario en una planta automotriz (EFE/Caetano Barreira)

El tema del empleo oficia un lugar central dentro de las preocupaciones de la sociedad y de no pocos analistas. Sin embargo sobre esta materia se ha acumulado un conjunto de imprecisiones así como implicancias no necesariamente sostenidas en la información existente.

Esto no es algo nuevo. En el pasado no lejano, recordamos las afirmaciones –en algunos casos casi catastróficas en los primeros meses de 2016– que no pudieron ser corroboradas con datos fehacientes.

En esta como en otras materias, todavía se sienten los efectos de la perniciosa intervención en las actividades del Indec destinadas a mostrar realidades inexistentes. Eso transcurrió durante casi un decenio: desde enero de 2007 hasta fines de 2015 inclusive. De allí se derivó un apagón estadístico que se extendió algunos meses de 2016.

Con el agravante de que al retomarse las actividades aparecían discrepancias que podrían ser interpretadas como simple descripción de una nueva realidad o bien como consecuencia de ir solucionando las erróneas prácticas previas. Tal el caso del alza en el índice de desempleo que no se entendía correctamente si no se lo relacionaba con otras dos variables que también crecieron en ese momento: la tasa de actividad y la de empleo. De ese modo, el mayor desempleo era posible entenderlo como un “blanqueo” respecto de la información previa pues aparentemente a ciertos desocupados se los catalogaba como inactivos.

Es probable que el impacto ocupacional haya sido proporcionalmente mayor fuera de los asalariados registrados. Esto es así debido a la prohibición de despidos en el ámbito privado y a la estabilidad del empleo estatal

Hay otras informaciones que –afortunadamente- no tuvieron estas variaciones en el tiempo. Por ejemplo las estadísticas del Ministerio de Trabajo sobre empleo registrado. Desde enero de 2012 existe una serie que cubre a todos los asalariados registrados (privados, públicos, domésticos) y al resto en una clasificación que no siempre es clara pero que en conjunto incluye a los pequeños empresarios y cuentapropistas.

Dado que la incorporación del empleo público a esta serie se consolida en ese momento, el procesamiento oficial suele distinguir el empleo privado, el público y el de los monotributistas sociales. Así, el sector privado reúne a los asalariados privados, al servicio doméstico, los autónomos y los monotributistas comunes.

El gráfico muestra la evolución desde enero de 2012 hasta mayo de 2020. Allí se percibe la sensible caída en el sector privado (y en el agregado total) en los primeros meses de este año. Este derrotero seguramente se explica en parte por la situación crítica de arrastre como, especialmente, por los efectos de las medidas sanitarias adoptadas que tuvieron enorme impacto en una virtual paralización de gran parte de la actividad económica.

Así y todo, el nivel absoluto del empleo privado y del total registrado en mayo de 2020 no es menor que la magnitud asentada al inicio de la serie. La situación es demasiado seria para banalizar el problema. También lo es para ponerla en términos irreales.

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En poco tiempo más, cuando dispongamos de los datos de la EPH del segundo trimestre de 2020, tendremos oportunidad de aproximar una mirada de conjunto incluyendo los sectores no incluidos en estos datos, es decir los cerca de diez millones de puestos de trabajo ocupados por asalariados, cuentapropista y pequeños empresarios que no están registrados. Es probable que el impacto ocupacional haya sido proporcionalmente mayor fuera de los asalariados registrados. Esto es así debido a la prohibición de despidos en el ámbito privado y a la estabilidad del empleo estatal

Volviendo entonces a la información graficada se aprecia también el fuerte aumento de los monotributistas sociales en 2013 con su correlato en el descenso a partir de la crisis de abril-mayo de 2018.

Por su parte el empleo estatal sólo disminuyó su ritmo de crecimiento que no abandonó en ningún momento.

En cuanto al sector privado, para poner en perspectiva digamos que el servicio doméstico y los autónomos, en conjunto, reunían en 2012 800.000 puestos y en 2020 subieron a 860.000 (más los domésticos pues los autónomos cayeron un poco). A su turno, los monotributistas simples subieron de 1,3 a 1,5 millones en el segundo mandato de Cristina Kirchner, aumentaron otros cien mil a mayo de 2018 y allí se mantuvieron para perder ese aumento sólo en los primeros meses de 2020.

Los monotributistas simples subieron de 1,3 a 1,5 millones en el segundo mandato de Cristina Kirchner, aumentaron otros cien mil a mayo de 2018 y allí se mantuvieron para perder ese aumento sólo en los primeros meses de 2020

De modo que la evolución del empleo privado y el total registrado son los que reflejan mejor el conjunto en el que se aprecia que el nivel récord de empleo registrado se ubica a comienzos de 2018. Eso muestra que, al igual que otras, la gestión de Cambiemos debe ser analizada en materia ocupacional (y económica) en dos partes. La primera fue la que incluyó el único registro positivo de aumento del PBI y también del empleo. En la segunda mitad, se desplomó la economía pero el conjunto del empleo no cayó.

En efecto según la “Cuenta de generación del ingreso e insumos de mano de obra” del Indec entre el primer trimestre de 2016 y el de 2020 aún el empleo registrado privado tuvo un leve aumento (lo que corrobora que la pérdida es la del último año y medio), el estatal aumento en cien mil puestos y el grueso del incremento recayó en los asalariados no registrados (“en negro”) con casi medio millón y cerca de 400.000 de aumento entre los no asalariados.

Esto lleva a que, hasta el comienzo de la pandemia al menos, el problema del empleo era más bien el de la falta de creación de puestos (en particular puestos de calidad) que el de la pérdida, que la hubo en la industria continuando lo que venía pasando desde hace bastante tiempo.

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Mientras tanto, los ingresos de la remuneración del sector asalariado privado pese a tener una tendencia favorable desde 2009, con picos en 2013 y en 2017 y 2018, mostraron caídas pronunciadas en 2014, en 2016 y, la más intensa desde abril de 2018 incluyendo breves recuperaciones a comienzos de 2019 y de 2020. Estas oscilaciones no pueden menos que acompañar –en general– a la evolución del ciclo económico

Es este el punto en el que la pregunta de hacia dónde va el empleo (y sus ingresos) debería focalizarse. Sin duda, apenas se elimine la prohibición de los despidos (que sólo influye en dos tercios de los asalariados porque el tercio restante está desprotegido) tendremos previsiblemente aumento del desempleo abierto. Pero, además, habrá que estar atentos al efecto desaliento. Ya los datos de la ciudad de Buenos Aires muestran una notable caída de la tasa de actividad como consecuencia de la retracción de la oferta laboral (lo cual mueve poco el índice de desempleo).

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En cambio los ingresos, tanto de los asalariados (cualquiera de sus componentes) como de los no asalariados. Estos últimos genéricamente pueden apreciarse como los sectores medios o medios bajos que forman parte nuclear de la vida social y económica y son los que han estado y seguirán estando afectados.

La política económica tendrá que tener en cuenta que luego del avance que significa el acuerdo con los acreedores externos, la estabilización económica es prioritaria. Dentro de ello el control de la emisión y de la inflación, serán cruciales a fin de no deteriorar aún más la capacidad de compra de los (escasos) ingresos disponibles. La pregunta sigue en pié: ¿quo vadis?

El autor es Director del CEPED-UBA