El marxismo de derecha sí existe

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Carlos Marx
Carlos Marx

“Parece casi una ley de la naturaleza humana que le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobre el odio a un enemigo, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva”, escribió F. A. Hayek en Camino de servidumbre.

Una de las características centrales de cualquier movimiento de derecha, de cualquier país y de cualquier era histórica, es su anticomunismo y su antisocialismo. En este sentido, el rechazo por las ideas de Carlos Marx, pensador alemán que vivió entre 1818 y 1883, es una constante en cada una de sus variantes y expresiones políticas o intelectuales.

A Marx se lo critica por muchas cosas, desde sus falaces ideas económicas hasta su anticlericalismo. Sin embargo, también se le atribuyen todas las muertes generadas por los regímenes socialistas y, no menos que eso, por todos los movimientos guerrilleros que quisieron derrotar a la “democracia burguesa” para instaurar la verdadera democracia de los trabajadores.

Ahora bien, desde el punto de vista de la cosmovisión de Marx, ¿por qué no habría de acudirse a la violencia? Si el mundo es una “lucha de clases” y los trabajadores en el capitalismo son “explotados”, tal como lo eran los esclavos de la edad antigua y los siervos de la era feudal, ¿cómo no rebelarse?

El discurso de la lucha de clases, donde unos son opresores y otros son oprimidos, acarrea el enorme riesgo (materializado un sinnúmero de veces en la historia) de la deriva violenta y autoritaria por parte de quienes se sienten explotados.

Desde el punto de vista de la cosmovisión de Marx, ¿por qué no habría de acudirse a la violencia? Si el mundo es una “lucha de clases” y los trabajadores en el capitalismo son “explotados”, tal como lo eran los esclavos de la edad antigua y los siervos de la era feudal, ¿cómo no rebelarse?

Así, un rechazo realmente coherente y completo de estas ideas pasaría no solo por rechazar la teoría de la explotación, sino también por rechazar el método violento.

Cierto sector de la derecha, sin embargo, no hace esto, sino todo lo contrario.

Los nuevos explotadores

Otro pensador alemán, en este caso el contemporáneo, Hans-Hermann Hoppe, alguien que por sus numerosos puntos de vista sería catalogado de “ultraliberal”, avanzó el curioso caso de que Marx, en esencia, tenía razón, solo que había equivocado cuál era la clase explotada y cuál la explotadora.

Según Hoppe, el socialismo y el comunismo no se sostienen porque parten de una errónea teoría del valor trabajo. Sin embargo, sí coincide con que “la historia humana es de hecho la historia del conflicto entre los explotados y los explotadores”.

El marxismo de derecha sobre el que teoriza Hoppe tiene exponentes de renombre en la antipolítica local. Además, resuena con fuerza en las redes sociales, donde muchos de sus usuarios expresan una violencia que probablemente no mostrarían en otros contextos

Para Hoppe:

“Explotación es la expropiación de bienes de gente que se apropió de ellos legítimamente a través de su fuerza de trabajo por gente que simplemente ‘reclama’ propiedad basados en palabras. Explotación en este sentido es de hecho una parte integral de la historia humana. Uno puede adquirir propiedad intercambiando voluntariamente, o robando. Ambos métodos son conocidos por toda la humanidad. Siempre han existido ladrones. Y de la misma forma que los empresarios pueden hacer compañías grandes para el intercambio voluntario de bienes, los explotadores ladrones también pueden crear compañías inmensas para explotar al resto: los gobiernos y los Estados. La clase dominante es parte de esa compañía explotadora. Esa clase explotadora se adueña de un territorio y empieza a explotar a los que viven en ella”

Como se observa, para Hoppe y muchos que se reconocen “libertarios”, el mundo se divide en dos clases, la explotada y la explotadora. La primera está compuesta por el “hombre de a pie”, que trabaja y produce en el mercado. La segunda, por el gobierno y cualquier miembro de la sociedad que trabaje para él, desde el que saca fotocopias en un Centro de Gestión y Participación, hasta el Presidente, pasando por todos los diputados, senadores y legisladores.

La solución a este terrible esquema de opresión, según Hoppe, es el anarcocapitalismo, una sociedad utópica donde no existirían leyes estatales, sino que todo funcionaría como lo hace en un country o un edificio. No habría impuestos sino expensas, y no habría leyes, sino reglamentos de copropiedad.

Ofelia Fernández (Crédito: Santiago Saferstein)
Ofelia Fernández (Crédito: Santiago Saferstein)

Una cosa curiosa que se desprende de aquí es cómo, si la solución es tan maravillosa y nos liberará de la explotación, nadie ha creado una comunidad anárquica al margen de las normas de algún estado. Si el proyecto fuera tan demandado, ¿cómo no hay gente pagando para irse a vivir a la “Isla de ANCAPIA”?

Alguno podría responder que ningún estado permitiría que sus súbditos se escapen de su control. La respuesta de Hoppe, sin embargo, es mucho más marxista: la Isla de ANCAPIA no prospera porque los explotados no tiene “conciencia de clase”. Es decir, todos somos tan estúpidos que no sabemos que el Estado nos oprime, salvo él, claro, que tiene la generosidad de iluminarnos con su verdad revelada.

Consecuencias concretas

El marxismo de derecha sobre el que teoriza Hoppe tiene exponentes de renombre en la antipolítica local. Además, resuena con fuerza en las redes sociales, donde muchos de sus usuarios expresan una violencia que probablemente no mostrarían en otros contextos.

Recientemente, por ejemplo, la legisladora Ofelia Fernández denunció que en Twitter recibía a diario insultos y agresiones de un nivel realmente abominable. En ese contexto, se me ocurrió poner un comentario manifestando mi rechazo a este tipo de conductas.

Hasta ahora, el marxismo de derecha solo transmite odio y deseos de muerte por las redes sociales. ¿Podrá pasar a mayores?

No comparto ni una sola idea política con la legisladora porteña. No obstante, eso no me lleva a creer que sea lógico y válido insultarla. No es el caso de los miles que salieron a criticar mi defensa y a justificar, de alguna u otra forma, el odio contra “Ofe”.

Entre las justificaciones no me sorprendió leer cosas como que “ella gana 200 lucas a costa nuestra”, o que es parte de la “corporación política que se c@g@ en el contribuyente”, o que antes de quejarse debería “renunciar a sus dietas”, o que “le pagamos el sueldo”, entre otras cosas.

Sobre este último particular, yo le pago el sueldo al mozo del restaurante y no por eso le deseo la muerte por violación.

Ahora bien, ¿hasta dónde va a llegar este marxismo a la inversa? El marxismo puro y duro llevó a la Revolución Bolchevique que instauró el criminal régimen comunista de la Unión Soviética, a la revolución de Fidel Castro que instauró la isla-cárcel de Cuba y a un sinnúmero de movimientos guerrilleros que no dudaron en matar y asesinar en nombre de la “liberación”.

Los marxistas nos dijeron toda la vida que para llegar al ideal de la sociedad sin clases había que pasar primero por la dictadura del proletariado. ¿Será que para llegar al ideal anarcocapitalista también haya que pasar por una “dictadura del sector privado” primero?

Hasta ahora, el marxismo de derecha solo transmite odio y deseos de muerte por las redes sociales. ¿Podrá pasar a mayores?

Esperemos que no, pero la dialéctica marxista-colectivista no es inocua. Y si realmente esa “conciencia de clase” que Hoppe pide para los explotados del sector privado alguien se la toma en serio, no dudará en cometer todo tipo de crímenes en pos de la liberación.

Como ya advertía Hayek (a quien Hoppe por supuesto tildó de socialista):

“El principio de que el fin justifica los medios se considera en la ética individualista como la negación de toda moral social. En la ética colectivista se convierte necesariamente en la norma suprema; no hay, literalmente, nada que el colectivista consecuente no tenga que estar dispuesto a hacer si sirve ‘al bien del conjunto’”.

Los marxistas nos dijeron toda la vida que para llegar al ideal de la sociedad sin clases había que pasar primero por la dictadura del proletariado. ¿Será que para llegar al ideal anarcocapitalista también haya que pasar por una “dictadura del sector privado” primero?

No lo sé a ciencia cierta. Pero el riesgo de que esa interpretación sea la que domine es, al menos para mí, más que evidente.