Ninguna empresa, más allá del rubro al que pertenezca o el tamaño que tenga, está menos expuesta a sufrir un fraude corporativo. Este tipo de actividades ilícitas perjudica a todo tipo de compañías en el mundo. Así lo demuestran los resultados que surgen del último Reporte Global de Fraude y Riesgo 2019 (realizado por Kroll). En esta investigación, el 84% de los ejecutivos consultados a nivel mundial reportaron que sus compañías fueron víctimas de fraude corporativo y que hasta un 23% ha sufrido un fraude interno.
Alrededor del 10% de los empleados de una compañía estaría predispuesto a efectuar algún acto ilícito, mientras que aproximadamente el mismo porcentaje nunca lo cometería. En el medio están aquellos que, dadas ciertas condiciones, podrían llegar a perpetrar un fraude, y es con ese grupo con el que se puede trabajar para prevenir el delito de cuello blanco.
Uno de los motivos que puede impulsar a un empleado a cometer un fraude es la percepción de que la compañía en la que trabaja lo ha desfavorecido de alguna manera. Por ejemplo, considera que no se valoran sus tareas, que el pago no es adecuado, que su jefe lo trata mal o que no ha recibido el reconocimiento o el ascenso que merecía. Esto no necesariamente tiene que ser real. Basta con que así lo perciba el colaborador para que esté propenso a dejar de ver al fraude como algo ilegal y lo empiece a entender como una compensación. Esta insatisfacción funciona como justificativo para cruzar una línea moral.
Otro factor a tener en cuenta es que no es común que un empleado recién llegado cometa un fraude. Por el contrario, suelen ser colaboradores que llevan cierta cantidad de años en la compañía, muchos de ellos en puestos clave, que conocen en profundidad los movimientos, operaciones y puntos vulnerables en los procedimientos.
Aunque un empleado que comete fraude trata de aparentar naturalidad, hay ciertas señales de alerta. Por ejemplo, un trabajador que nunca se toma vacaciones o días libres, podría estar queriendo evitar que lo reemplacen y tengan acceso a sus tareas. Otro caso es el de ejecutivos que trabajan frecuentemente después de hora o durante los fines de semana, buscando cierta privacidad. Si bien hace algunos años estas conductas podían ser entendidas como un alto grado de dedicación o compromiso, hoy se interpretan como signos de que algo puede no estar bien.
Es a su vez fundamental que, ante la sospecha de un fraude, se realice una investigación completa y profunda del incidente y no se tomen medidas apresuradas en base a información incompleta. Esto ayuda, por ejemplo, a establecer si la persona que cometió el ilícito lo hizo sola o con ayuda de terceros, caso en el cual se corre el riesgo de desvincular a alguien, pero no evitar que el fraude siga siendo cometido por los demás empleados que permanecen en sus puestos. Existe también la posibilidad de que quienes hayan tenido que controlar a quien cometió alguna irregularidad no lo hayan hecho correctamente por negligencia. En tal caso, la compañía tiene la oportunidad de fortalecer los procesos de control y contratar para ese puesto a una persona idónea.
Si bien, como ya fue dicho, ninguna compañía está exenta de padecer un fraude interno, aquellas que enfocan sus esfuerzos en mitigar el riesgo y aprovechan cada oportunidad para buscar mayor eficiencia en sus controles son las que, a mediano y largo plazo, logran reducir las pérdidas provocadas por los delitos de cuello blanco. Porque, como dice el refrán, siempre es mejor prevenir que curar.
El autor es Gerente de Business Intelligence & Investigations de Kroll, división de Duff & Phelps
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