Horacio González y el monstruo setentista

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Acaban de anunciar que Horacio González abrirá la Feria del Libro de 2020, el mismo acto para el cual el propio González desaconsejó, hace unos años, afortunadamente sin éxito, la presencia de Mario Vargas Llosa. Se sabe que la Feria del Libro en los últimos tiempos ha sido copada por una secta que ve con buenos ojos al kirchnerismo, la prueba está en que su Directora se sentó al lado de la Sra. de Kirchner en la presentación de su libro Sinceramente y que, de modo inversamente proporcional, no brindó protección al Secretario de Cultura Pablo Avelluto, permitiendo entrar a la sala a un grupo de forajidos que lo hostigaron, en un acto que debía ser bajo invitaciones especiales. Ante semejante anuncio, Claudia Piñeiro ha dicho que González “es un gran nombre para abrir la Feria”, y Osvaldo Quiroga que a González “lo respalda su ética”.

Dejemos de lado su actuación como director de la Biblioteca, que al parecer merecería vastos reproches (desde el alquiler de espacios gastronómicos a precio vil a la triplicación del plantel de personal, pasando por el uso abusivo de espacios públicos con fines partidarios), y concentrémonos en su pensamiento reciente.

Horacio González señaló que la historia argentina debía ser reescrita bajo una nueva clave, que incluyera una valoración positiva de la guerrilla de los años 70, un nuevo enfoque que escapara de los estudios sociales que ven hoy esa elección de montoneros como desviada, peligrosa e inaceptable.

El mes pasado, en una lluviosa mañana de sábado crucé todo el barrio de La Candelaria, en Bogotá, y llegué a una casa en la Carrera 7 con la calle 6 B, a una cuadra del Palacio de Nariño, epicentro de la política nacional, y no lejos de donde en 1948 se produjo el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, que dio origen al bogotazo y a la violencia política. La casa está abierta al público con un cartel en la vereda que dice “Fragmentos”. Es una obra de arte de la artista Doris Salcedo. ¿En qué consiste? En el acuerdo de paz firmado por el Estado colombiano y la antigua guerrilla de las FARC se concertó construir tres monumentos con las armas depuestas por los guerrilleros, uno es este. Se entregaron 8.994 armas a la ONU, 37 toneladas que fueron fundidas en hornos a 1600 grados de temperatura y luego convertidas en placas metálicas, que a su vez fueron decoradas a golpes de punzón por mujeres que habían sido víctimas de los grupos armados. Esos martillazos simbolizan el cese simbólico de la relación de poder impuesta por las armas; que lo hicieran esas mujeres violadas, una suerte de resiliencia frente a la tragedia. Y con esos 1300 mosaicos hicieron todo el piso del lugar, 800 metros cuadrados.

Es una obra que carece de cualquier tipo de belleza, porque en la violencia política –a diferencia de lo que piensa Horacio González– no hay belleza ni ética, ni ganadores ni perdedores, sólo hay crueldad y tristeza. Es un contramonumento. Y los espectadores se paran sobre ese piso en silencio. En un punto, es lo contrario de la Columna Vendôme de París, enchapada con los cañones arrebatados por los franceses en la batalla de Austerlitz, porque ese monumento simboliza algo típico del siglo XIX: la unidad de una cultura, la francesa; en cambio el contramonumento de Salcedo no pontifica sobre una historia única, sólo invita al silencio.

Horacio González nos propone, en cambio, revalorizar a los guerrilleros que mataron, secuestraron y pusieron bombas para tratar de implantar de prepo un régimen presuntamente “popular”, adjetivo que precavidamente esconde su verdadero talante: el totalitarismo. No es raro. Hace unos diez años le pregunté en televisión si tenía alguna autocrítica que hacerse por el hecho de que a la unidad básica que él manejaba, cerca de Flores, habrían entrado las armas enviadas por montoneros para matar a Rucci, según relatan Anguita y Caparrós en La Voluntad, libro para el cual González fue fuente oral. Al principio trató de escamotear la respuesta y luego me dijo: “Compañero, el que quería hacer política en los 70 tenía que ver pasar armas”. Está claro que la batalla cultural en la Argentina está pendiente, abierta, y lo peor que podemos hacer los que creemos en la democracia liberal es no librarla. Si Rita Segato fue una señal interesante en 2019, que iba en contra de la violencia machista, Horacio González representa un retroceso en 2020, que apunta a favor de la violencia política.

El autor es escritor. Su último libro es Conversaciones irreverentes, en coautoría con Juan José Sebreli, Editorial Sudamericana.