La crisis económica y política en Irán

Bryan Acuña

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En la República Islámica de Irán, durante las marchas contra la crisis económica y social que han azotado en los últimos días las principales calles del país, han aparecido consignas altamente llamativas y que muestran una cara de la sociedad que pocas veces se destaca en los medios: "No Líbano, no Gaza. Mi vida es por Irán", "Muerte a Siria", "Palestina (y) Siria son la causa de nuestra miseria", "Muerte al dictador", "Muerte a Jamenei", "Reza Shah, bendecimos tu alma", "Larga vida al Shah", "Oh, iraníes honorables, apoyen, apoyen".

Se culpa a la intervención del Gobierno iraní en los asuntos de otros países como parte de los factores que ocasionan la crisis nacional. Esto que hace el régimen está en función de su política de empoderamiento e influencia sobre gobiernos en las regiones cercanas al "Creciente Fértil" (Siria, Líbano, Irak, territorios palestinos), en vez de ocuparse de los asuntos internos ante los cuales la población civil empieza a sufrir de escasez interna.

Algunos de estos problemas internos también van de la mano de factores exógenos como las sanciones económicas por el programa nuclear iraní y las presiones de los otros países productores de petróleo, principalmente Arabia Saudita, para reducir sus facilidades en la exportación de dicho producto; ante el cual el gobierno iraní es altamente dependiente y por el que también sufre por las sanciones económicas impuestas, principalmente por parte de los países occidentales.

El vicepresidente del Parlamento iraní, Masoud Pezeshkian, hizo un llamado a "declarar un estado de emergencia" que pudiera colaborar en contra de las posibilidades de que la corrupción se agrave ante las circunstancias que viven y además ver las opciones que tienen para gobernar en el caso de que las condiciones económicas empeoren aún más.

La inflación en el país se dispara de a poco a números superiores al 10%; la moneda se devalúa; los costos de moneda extranjera, principalmente dólares, se disparan en los mercados negros, mientras que el gobierno decidió restringir las importaciones para darles un empuje a los productos nacionales y reactivar la economía. Casi 1350 productos tendrán impedimento de entrada, entre electrodomésticos, textiles, calzado, cuero y otros, mientras el desempleo llega al 13%, principalmente entre jóvenes.

A lo anterior se suma que hay grupos nacionales que presionan para lograr cierta autonomía o, en el mejor de los casos, independencia, como lo son puntualmente los iraníes de origen árabe, kurdo y azerbaiyano. Ello agregaría un aspecto en una crisis generalizada del país, que por el momento no genera mayor caos a corto plazo, pero que podría ser un factor que empeore el ambiente si la situación se profundiza.

Las manifestaciones contra el régimen han sido organizadas principalmente por la oposición. Ha llamado la atención además que algunos de los asistentes a las marchas ondeaban banderas alusivas a la época del Shah y no la del gobierno islamista oficial desde los 80, lo cual deja en claro que es la oposición la que está intentando sacar provecho de las circunstancias.

Este grupo es el que principalmente se ha aprovechado de las circunstancias para incentivar los ánimos de los protestantes, muchos de los cuales son empresarios y comerciantes, quienes han sido reprimidos por la policía iraní, algo que puede sumar puntos a las filas de la oposición. Ese carácter represivo por parte del régimen es similar a la forma en que fueron aplacados los ánimos durante las protestas de finales del 2017, sin llegar aún a los niveles de violencia que se vivieron durante la crisis política del año 2009, durante la denominada Revolución Verde que siguió a las elecciones de ese año.

En cuanto al acuerdo nuclear, este se tambalea desde la salida del gobierno estadounidense, en mayo anterior. Si bien la Unión Europea busca sostenerlo, la estabilidad pende de un delgado hilo a punto de romperse; no hay garantías suficientes para que Irán se mantenga en el acuerdo, ni se observan mayores ventajas para no tomar la decisión de salirse. Lo anterior ha llevado además al Gobierno iraní a responder de manera beligerante a través del líder supremo, el ayatola Jamenei, quien ha ordenado prepararse para enriquecer uranio nuevamente, lo que podría activar en la región una carrera nuclear sin precedentes.

Parte de la respuesta opositora a lo interno del país exige reformas políticas, lo que no se ve en un corto plazo, ya que el sistema religioso chiita proveniente de las escuelas de Qom y Mashad lo controla todo bajo el principio de Wilayat al-Faqih (gobierno del jurista islámico) y ellos deciden qué comportamiento es aceptable y cuál es prohibido.

El significado de Wilayat al-Faqih le da a alguien la potestad de gobernar desde todos los frentes de poder existentes, con la autoridad que dicen que fue recibida de forma efectiva por los imanes en su momento y otorgada tras el ocultamiento del último imán (Al Mahdi) a las otras figuras espirituales en orden de importancia, por lo que en este caso serían los ayatolas.

A diferencia de Irán, otro país donde las reformas sí han sorprendido a propios y extraños es el caso de Arabia Saudita. Si bien el país es gobernado religiosamente por una de las corrientes más beligerantes del islam, el wahabismo, el gobierno totalitario es monárquico y la religión se ha podido aplacar a través de reformas favorables al conservadurismo. Sin embargo, el poder sigue pesando sobre la monarquía y por esta razón han podido optar por los cambios en ciertos paradigmas religiosos con la finalidad de ser sacados de la lista de países represores, pese a sus históricos vínculos con el terrorismo internacional (al igual que Irán).

De esa manera en Arabia Saudita se ha dado con el rompimiento de algunos paradigmas religiosos, promovidos por el príncipe heredero, quien vino a darle una cara fresca a las políticas de Estado y al mismo tiempo lanzar literalmente la estafeta de radicales a los líderes iraníes como parte de la competencia por influencia regional, donde lleva por supuesto la ventaja Bin Salmán, por cuanto la mayoría de los musulmanes de alguna forma tiene mayor homogeneidad con el pensamiento sunita del cual es hijo el wahabismo saudí; lo que no quiere decir que apoyen su cosmovisión en ocasiones beligerante.

Por su parte, la paradoja dentro de la sociedad iraní es que son más pluralistas y hasta menos religiosos que sus vecinos árabes, lo que quiere decir por supuesto que son más laicos. Pero la situación política actual ha sido gracias al poder que los clérigos más conservadores lograron establecer en el país de manera hereditaria, y es hacia donde apuntan con sus protestas, lo que parecerá un diálogo estéril y poco productivo, ya que mientras el poder lo tengan concentrado y dominado por el clero, los cambios que desea una parte de la sociedad no pasarán de una esperanza fútil, ya que el control seguirá en manos de quienes lo han ostentado desde finales de los 70.

Ante lo anterior, cabe destacar un elemento que le corta las alas a la esperanza del cambio. Y es que, cuando aparecen clérigos que promueven una posición distinta a la oficial, son rápidamente desautorizados por los clérigos conservadores, que son los que vigilan el cumplimiento de la interpretación más radical de la jurisprudencia, dictada en algunos casos hasta por el propio líder de la Revolución islámica de 1979, el ayatola Ruhollah Jomeini. Como los elementos que este consideraba impuros: "La orina, los excrementos, esperma, sangre, el perro, el cerdo, el hombre y la mujer no musulmanes, el vino, la cerveza y el sudor del camello que come basuras".

Mientras que se desacredita constantemente a otros juristas como el ayatola Yousef Saanei, quien decía que el islam prohibía el desarrollo de las armas de destrucción masiva y los atentados suicidas, dictaminaba que las mujeres eran iguales a los hombres y no tienen ninguna limitación para optar por los puestos de presidente o jueces. Ante esas manifestaciones, Saanei fue vetado entre los líderes de la escuela de jurisprudencia religiosa de Qoms y ridiculizados sus planteamientos ante la opinión pública.

La ruta para los cambios políticos y económicos deseados por algunos en la República Islámica de Irán, si nada cambia en los próximos días, continuará durmiendo una jornada larga, mientras que la única solución a las crisis económicas y sociales inmediatas sería la pronta intervención de una de las potencias aliadas al régimen de los ayatolas, principalmente Rusia, previendo lanzar un salvavidas para evitar una crisis mayor, considerando además que un eventual cambio en Irán acarrearía un duro impacto a los logros que en la última década han tenido los rusos en la zona. Previendo además que otro de sus nuevos aliados, como lo es Turquía, está pasando por un mal momento económico ante la caída de su moneda y un esquema político cada vez más dominado por el presidente Recep Tayyip Erdogan con aires de totalitarismo, lo cual podría pronosticar también inestabilidades internas.

El autor es licenciado en Relaciones Internacionales de la Universidad Internacional de las Américas, especializado en la temática de Oriente Medio.