Normas claras y logística estable para potenciar alimentos argentinos en la región

Martín González, coordinador de comercio exterior para la industria alimenticia, plantea que la unificación de criterios en el Mercosur y la optimización de costos son claves para mejorar el intercambio y sostener mercados

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Martín González es coordinador de
Martín González es coordinador de comercio exterior para la industria alimenticia (Foto: Movant Connection)

“La industria de la alimentación todavía tiene escalones por subir para facilitar distribución y comercialización”, reflexiona Martín. Con un enfoque práctico, aborda las trabas normativas del Mercosur, el impacto de los costos logísticos y la necesidad de acuerdos claros para potenciar el comercio regional.

¿Qué factores son clave para que un producto alimenticio argentino sea competitivo en mercados internacionales?

Para mí, lo fundamental es la adaptación. Cada vez más, los clientes piden cosas específicas: marca blanca o marca propia, que el producto salga con el nombre y el diseño del cliente. Eso exige adaptarnos para no quedar afuera. También entra a jugar el volumen: tal vez antes un mismo producto servía para toda la región y ahora cada importador pide algo distinto.

Capaz la etiqueta no es compatible, el formato no cierra, o el empaque tiene que ajustarse. Todo eso implica decisiones internas y coordinar con producción, calidad y comercial para responder bien. Si no te adaptás, te quedás afuera; si te adaptás, podés quedarte en esos mercados.

Más allá de la adaptación, ¿qué buscan hoy los compradores internacionales?

La base es conocida pero obligatoria: tiempos de entrega, certificaciones de planta, capacidad de responder a volúmenes grandes y una logística bien armada. No es nuevo, pero si no lo ofrecés, no estás en la competencia.

También se valora que uno sea innovador y flexible: que puedas ajustar presentaciones, que prepares documentación sin demoras, que tengas planes para contingencias y que el producto llegue en las mejores condiciones. Y, sobre todo, que el tiempo de respuesta sea corto; hoy la rapidez para dar una solución pesa tanto como el precio.

¿Qué desafíos logísticos enfrenta una empresa alimenticia al exportar, tanto internos como externos?

Muchos. Internamente, los costos nacionales subieron y eso te pega cuando competís con países que no tienen tanta variación de costos. Nuestro desafío es mantener plazos cortos y costos relativamente fijos para que no se dispare el precio final.

Externamente, competimos con fabricantes que ofrecen lo mismo a menor precio. Además, históricamente hubo trabas para exportar e importar insumos que afectaron la logística y elevaron costos operativos.

En una operación, gran parte del costo es logística; es el puente entre exportador e importador. Por eso hay que prestarle atención: si la logística se resiente, se resiente todo lo demás.

En productos de menor valor, ¿cómo impacta el costo logístico?

En commodities alimenticios el valor agregado es bajo, tienen que ser súper competitivos, y ahí el flete marítimo pesa muchísimo. Un ejemplo: antes de la pandemia, enviar un contenedor a Colombia podía costar entre 500 y 700 dólares; hoy puede estar entre 4.000 y 5.000. Ese salto te deja atrás frente a exportadores de Brasil o México, que no tuvieron el mismo incremento.

Además, el puerto de Buenos Aires está lejos de las rutas principales. Si hay problemas de espacio en los buques o falta de contenedores vacíos, lo primero que se omite es el puerto más distante.

Entonces no solo sube el costo; también bajan las frecuencias. Lo que antes eran dos servicios por semana puede pasar a uno cada 15 días. Y si la línea llena en Brasil, muchas veces no llega a Buenos Aires. Eso repercute en todo: disponibilidad, tiempos y atención a los clientes.

¿Qué estrategias se aplican para asegurar trazabilidad, calidad y cumplimiento normativo en los envíos?

La base son las certificaciones de planta. Antes podían verse como un valor agregado; hoy son requisito. Contar con ISO 9001, ISO 22000 o equivalentes te permite respaldar inocuidad, calidad y trazabilidad. Eso dice: producimos responsablemente y el alimento que recibís tiene respaldo.

Detrás de cada certificación hay procedimientos, registros, controles internos y auditorías. Es lo que te habilita a cumplir con lo que cada cliente y cada país exige sin frenar la operación.

Refiriéndose al comercio internacional, Martín
Refiriéndose al comercio internacional, Martín comenta que "lo fundamental es la adaptación. Cada vez más, los clientes piden cosas específicas. Eso exige adaptarnos para no quedar afuera" (Foto: Shutterstock)

¿Qué rol juega la tecnología en las operaciones que coordinás?

La digitalización avanzó mucho en pandemia: menos contacto físico, más trámites online y documentos digitales. Eso acortó plazos. Lo que antes tardaba días, con firmas digitales y avisos por correo hoy se destraba mucho más rápido.

Falta camino por recorrer, sí; hay etapas operativas donde todavía se puede aprovechar más. En lo comercial también ayuda: antes era imprescindible dominar varios idiomas; hoy, con traducciones de audio y correo, entendés lo que te pide un cliente en su idioma y respondés en el tuyo. Parece básico, pero resuelve un problema que antes frenaba. Con un celular, un audio y una aplicación, la comunicación fluye y la operación sale.

Desde tu experiencia, ¿qué podría hacer más competitivas nuestras exportaciones?

Un tema clarísimo es la normativa de etiquetado en el Mercosur. Cada país tiene requisitos distintos: Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay y Brasil miran el mismo producto de manera diferente.

Entonces, si quiero vender a Brasil, tal vez necesito un empaque específico o etiquetar en destino, y eso encarece y demora. Muchas veces el exportador asume ese costo para que el producto llegue a góndola.

También se generan retrabajos: reetiquetar al arribo, ajustar tablas nutricionales, colocar sellos o semáforos distintos. Todo suma costo y tiempo. Si hubiera criterios unificados, la mercadería fluiría más rápido y con menos costos. Vendemos en varios países de la región y lo vemos todo el tiempo.

Como región, en la industria de la alimentación todavía tenemos escalones por subir para facilitar distribución y comercialización, sobre todo dentro del Mercosur. Con acuerdos claros, normas unificadas y una logística más estable en frecuencias y costos, podríamos potenciar mucho el intercambio regional. Mientras tanto, del lado de las empresas, la adaptación, la respuesta rápida y el respaldo de certificaciones son lo que te mantienen adentro de los mercados.

¿Cómo fue tu recorrido y qué aprendizajes te dejó, a nivel profesional y personal?

Ya son varios años en el sector de comercio exterior. Es una experiencia muy linda y un desafío constante, porque uno no deja de aprender.

Empecé en la parte operativa y, a los dos o tres años, pasé al sector administrativo. Ahí aprendí muchísimo: contacto con despachantes, con transportes marítimos y terrestres, con clientes; todo lo que hace al trabajo diario.

El conocimiento fue progresivo y muy bueno. Después de 18 años sigo aprendiendo, porque las cosas cambian. Me gusta que cada día sea diferente. Siempre surgen desafíos nuevos y lo interesante es saber identificar las herramientas para resolverlos: hablar con el despachante, con el forwarder, con el cliente, ver quién puede ayudar; y así encontrar la solución. Eso alimenta el conocimiento del área y te confirma que nunca sabés todo: siempre aparece algo para seguir incorporando.