Brigitte Baptiste: “Hay una barrera que impide pensar la diversidad biológica del mundo y la diversidad de género”

La bióloga colombiana es una referente del ecologismo queer y una voz ineludible para pensar los temas ambientales desde la diversidad. Habló con Infobae sobre su cambio de género, cómo pensar de manera constructiva la amenaza climática y el futuro de Colombia tras el triunfo de Petro.

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Brigitte Baptiste es una de las académicas más reverenciadas en Colombia, y la mujer trans más conocida de ese país.
Brigitte Baptiste es una de las académicas más reverenciadas en Colombia, y la mujer trans más conocida de ese país.

Brigitte Baptiste luce una larga melena con mechones azulados, escote profundo y varios tatuajes garabateados en sus brazos. Frente a la cámara del Meet, habla con tono afable y voz pausada. ¿Por dónde empezar? Cuando todavía no había hecho su transición, la vida de Baptiste era la de un académico destacado: estudió biología en la Universidad Javeriana de Bogotá, fue profesor, ganó una beca Fullbright para hacer sus estudios de maestría en Florida y entonces, en un giro de 180°, decidió que su cuerpo de varón no era el que quería. A los 35 años adoptó su nombre en homenaje a Brigitte Bardot, se enamoró de Adriana Vásquez -su segunda esposa- y juntas tuvieron dos hijas y tres gatos.

En 2011 se convirtió en la primera directora trans del prestigioso Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander Von Humboldt y tras dejar un legado de 10 años en la institución, asumió la rectoría de la Universidad Ean de Colombia. Desde la academia, Baptiste comenzó a desandar los dogmatismos de la ciencia para convertirse en una referente de la comunidad LGBT+ que piensa los temas ambientales desde la diversidad, una trayectoria personal y otra intelectual que se fueron entrelazando con el tiempo.

—Sos una presencia disruptiva en el campo científico, no solo por ser una mujer trans sino porque hablás con mucha naturalidad, tanto de tu trabajo como de tu identidad de género, como si los dos caminos estuvieran imbricados. ¿Siempre lo viviste de esta forma?

—Esa noción de imbricación costó mucho tiempo. Tengo 58 años y nunca me reconocí como Brigitte hasta los 35, hasta tener mi posición profesional como bióloga en la Universidad Javeriana y un buen pedazo de vida adelantado. Siempre pensé que podía hacer de mi trabajo intelectual, como investigadora y docente, un espacio seguro donde Brigitte no molestara. Estaba encadenada, muy guardada, por miedo básicamente, porque al crecer una no encuentra los referentes que hubiese querido. Hoy es distinto, pero en los años ‘70 y ‘80 era muy difícil, sobre todo para una colombiana en Bogotá. Así que confié hasta el punto en que todo colapsó en mi vida y le di la oportunidad a la voz interna a manifestarse para encontrar mi lugar en el mundo. Ahí fui capaz de hablar explícitamente de mis sentimientos, pero eso costó otros 10 años hasta que logré sentirme mucho más satisfecha con quién era. Aún así, el tema ambiental mantenía un rumbo completamente independiente de la reflexión sobre género y sobre diversidad sexual. Pensaba de manera muy compartimentada, incluso cuando me preguntaban en el ámbito de la biología si yo pensaba que los seres humanos éramos parte de la biodiversidad, me costaba mucho aceptarlo.

En la medida en que el pensamiento femenino empezó a crecer y comencé a indagar cada vez más sobre mi propia experiencia, entré en shock porque me di cuenta de lo que estaba sucediendo: así como yo estaba luchando por hacer visible la biodiversidad de las selvas colombianas, hacer visible algo que no éramos capaces de ver porque teníamos distintos tipos de filtros, así mismo pasaba con las personas de lo que hoy llamamos comunidad LGBT+. Comencé a pensar que había una barrera compartida que impedía pensar, tanto la diversidad biológica del mundo, apreciar la diversidad étnica y cultural, como la diversidad de género y sexual.

—Como decís, el camino de tu transición llevó muchos años de reflexión. La primera vez que dijiste en voz alta que querías ser mujer fue en una capacitación de la universidad, ¿puede ser?

—Sí, fue un momento muy especial. Tenía unos 22 años, estaba estudiando biología y teníamos una serie de talleres donde debíamos prepararnos para ser docentes y una de las maestras era psicóloga especializada en detonar la emocionalidad para conectar con las personas a las que íbamos a enseñarles. En una de esas sesiones nos dijo “siéntense y reflexionen unos minutos, luego cuenten qué hubiesen querido ser’” Por primera vez, en un ámbito de confianza lo dije, pero a manera de hipótesis: “yo hubiese querido ser mujer”. Hoy me hubiese gustado poder haber vivido como mujer desde el principio de mis tiempos, pero eso no fue lo que sucedió. De ahí en adelante, pasaron 15 años hasta que me atreví a volver a hablar del tema.

—¿Cuál fue el momento bisagra en el que decidiste convertirte en Brigitte?

—Son esos momentos de crisis en donde ves a todo precipitarse y colapsar, en particular, fue el fallecimiento de mi hermana. Eso fue una señal muy impresionante sobre el valor del tiempo y de la sinceridad porque, en la infancia, ella había sido la única cómplice de Brigitte. Su ausencia cuestionó mi sentido de vida. Uno no puede dejar de manifestarse como siempre lo ha querido, Dije “voy a mirar quién estaba siendo hasta los 35 años”. Eso implicó una reflexión nueva pero muy hermosa. Lo primero que produjo fue una paz espiritual y una tranquilidad con la cual encontré a mi pareja actual, con quien llevamos 23 años juntas explorando todas estas situaciones y viviéndolas intensamente.

—Cuando conociste a tu esposa, Adriana [Vásquez], estabas transitando esta revolución interna. ¿Cómo fue ese encuentro?

—Fue la primera persona a quien se lo dije. Comenzábamos a hablar y le dije: “yo estoy en este proceso, estoy convirtiéndome en Brigitte”. Ella me miró con mucha gracia y me contestó: “yo también en las noches de luna llena me convierto al budismo”. Y en medio del chiste, nos dimos cuenta de que uno va trabajando día a día para convertirse en la persona que uno cree y que uno puede. También me dijo algo muy hermoso: “todas las personas tenemos que hacer lo que tenemos que hacer, es un imperativo profundo y ya veremos a dónde nos lleva juntas”. Por eso siempre vuelvo al principio: porque fue muy especial, muy revelador. Tenemos dos hijas, tres gatos y una vida, no libre de conflictos, pero muy grata.

—¿Y cómo fue hacer pie en la academia como Brigitte?

—Desde que era estudiante le di mucha importancia al activismo y a la presencia en los debates públicos ambientales. Ya era reconocida por haber participado en muchos espacios públicos y de creación institucional. Cuando la gente empezó a percibir mi transición, acogió a Brigitte como parte de un esfuerzo muy genuino de entenderme a mí misma y a mi lugar en el ecosistema. Hubo un acompañamiento cariñoso porque aparecía como una persona distinta que había estado oculta pero seguía hablando de lo mismo, seguía hablando de la importancia de la conservación de las especies, del estudio de la ecología, de las comunidades locales. Brigitte le trajo mucha luz a mi vida profesional.

Nunca había participado de los debates públicos sobre los derechos de las personas LGBT+ y lo comencé a hacer como Brigitte, eso fue un espacio innovador. La participación de personas del colectivo es muy activa en temas ambientales, políticos, artísticos -sobre todo- por la inquietud de la exclusión a la que estuvimos sometidas, por las restricciones a la libertad que representan estados autoritarios o esquemas culturales cerrados y abusivos que comienzan a hacerse evidentes.

Baptiste recibiendo la medalla Cabo Segundo Luis Eduardo Pinto Fuentes por parte de la Policía Nacional por sus aportes al conocimiento de la biodiversidad colombiana (Crédito: Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt)
Baptiste recibiendo la medalla Cabo Segundo Luis Eduardo Pinto Fuentes por parte de la Policía Nacional por sus aportes al conocimiento de la biodiversidad colombiana (Crédito: Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt)

Si bien mi juventud fue muy dura porque Brigitte no podía existir, cuando ella apareció, el mundo le dió la bienvenida y le otorgó un espacio muy especial. Eso resulta muy sorprendente y esperanzador porque si eso pasó conmigo, puede pasar con cualquier persona, puede que hagamos click y entendamos lo importante que es revisar nuestros comportamientos para acoger la diferencia. Eso también te pone en una posición muy descentrada, como le pasó a la cultura occidental después de Ptolomeo: la tierra ya no es el centro, ni los humanos somos el centro. Cada vez somos más periféricos y ahí es donde entra lo queer.

—En una charla dijiste “No hay nada más queer que la naturaleza” ¿cuáles son los puntos de contacto entre la biología y la teoría queer?

—Hubo dos caminos que me ayudaron a gestar ese acercamiento: el primero es que Adriana estudió literatura y es absolutamente apasionada por la teoría literaria y el lenguaje. Discutíamos mucho sobre la descripción y la denominación del mundo a través de la lengua y, por supuesto, qué implicaba eso en la ciencia. Como bióloga positivista, llena de términos lapidarios, recibía con mucho escepticismo una perspectiva que ponía en duda todo a través del lenguaje. Las cosas que se nombran no son el nombre, llamar al perro “perro” no corresponde a su condición ontológica, a su profunda condición del ser. Me costó trabajo pensar que eso se aplicaba a la condición femenina: no puedes pretender que a quien identificas como mujer, solamente por el hecho de usar un lenguaje, va a corresponder a los términos ontológicos que tienes en tu mente. Eso empezó a debilitar mi confianza en la ciencia nominal y me ayudó a entender profundamente la ecología.

La ciencia es un instrumento importantísimo para establecer conexiones entre ciertas categorías o construir escenarios, pero está limitada a un ámbito de las cosas y no puedes explicar ni abordar el mundo desde el punto de vista absolutista de la ciencia. Eso fue académicamente devastador pero también maravilloso porque me liberó de una cantidad de apegos conceptuales y me permitió adoptar una posición crítica con respecto al resto de la comunidad científica. La fe casi religiosa en la naturaleza, no es tal: hacemos un ejercicio cognitivo interesante pero no es suficiente.

Luego apareció Joan Roughgarden, con su libro: “El arcoiris de la evolución”, donde una doctora en comportamiento animal plantea cómo los científicos hombres de la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX, por su condición masculina y machista, construyeron un modelo de la ecología y del mundo ignorando las diversidades de género y sexualidades en el mudo animal y vegetal. La sexualidad y el erotismo del mundo era un tema que mucha gente trabajó en el romanticismo y ha desaparecido bajo la premisa de una biología limpia, higiénica, sin pasiones. Y esta bióloga dice: “fueron los hombres y un positivismo al extremo el que borró de un plumazo la existencia de individuos homosexuales en casi todas las especies, la transexualidad completa o parcial en muchas especies y toda clase de construcción identitaria que ayudara al relacionamiento ecológico”. Con la palabra “identidad” fue que comencé a estructurar un puente muy concreto entre teoría queer y ecología porque dependiendo de cómo nos manifestemos o nos identifiquemos, establecemos un conjunto de posibilidades relacionales entre personas, objetos, plantas, animales y otras entidades.

El tema de la identidad es fundamental: si no es una identidad rígida, sino una identidad flexible, juguetona, coqueta que es capaz de mirar a la de los demás con sus pequeñas salidas de la normalidad, pues eso es lo que nos da innumerables capacidades de relacionamiento. Esto nos da la perspectiva de que las categorías no son tan rígidas ni persistentes como hubiésemos creído durante la Ilustración. Cuando me miro en el espejo digo: “cada vez vengo siendo más líquida”, cada vez me doy permiso de hacer más cosas y eso redunda en más relaciones, más preguntas, en un enriquecimiento tremendo de mi vida como parte de colectivos y comunidades, hasta el punto en que hoy lucho por la inclusión entendida como establecimiento de relaciones horizontales, en cómo entender y gozar la diferencia que aparece en el otro.

—Cuando ves todos los fenómenos ambientales que estamos viviendo, ¿sos optimista?

Cuando me preguntan si soy optimista sobre el cambio climático y todas estas cosas que están pasando digo que sí, porque yo confío en las sorpresas, pero la sorpresa hay que cultivarla. Tienes que crear una matriz en donde los contactos produzcan nuevas posibilidades pero así funciona la evolución desde el ADN: cuando entra en contacto el ADN de una célula con otra para crear un tercer organismo, lo que sucede es que esos hilos se cruzan y esos contactos producen un nuevo ser que es único y maravilloso. Entonces lo que hay que hacer es eso: lograr que distintos planos se intercepten y produzcan conexiones increíbles, por eso la interculturalidad, las migraciones, la mezcla y la hibridización son tan importantes. Claro, a las personas les da miedo, tal vez ese es el lado oscuro de la innovación.

Baptiste califica de evento "disruptivo y afortundo" la reciente elección de Gustavo Petro y Francia Marquez.
Baptiste califica de evento "disruptivo y afortundo" la reciente elección de Gustavo Petro y Francia Marquez.

—Tenés una posición poco habitual, pensás en la posibilidad de un extractivismo más sustentable y estás a favor de la manipulación genética. ¿La postura del ecologismo más combativo te resulta ingenua?

Creo que cae en una posición muy temerosa, con buenas razones porque este devenir tan lleno de sorpresas ha sido capturado por distintos grupos para utilizarlo en la construcción de ciertos esquemas de poder. La propiedad privada, la propiedad intelectual, la noción de la personalidad independiente y única: todos estos desarrollos conceptuales de la modernidad y del capitalismo han sido muy propicios desde el punto de vista de la innovación y de abrir nuevos horizontes para la humanidad, pero también han estado marcados por la apropiación y la estructuración de sistemas de poder cada vez más jerárquicos. Ahí es donde ubico las contradicciones; no quisiera que tiremos el agua sucia con la que bañamos al bebé junto con el bebé. La perspectiva de la modernidad, de la ciencia y de la construcción del conocimiento a partir del siglo XVIII nos permitió enfrentar nuestros temores y romper muchas de las limitaciones con la que hemos vivido durante siglos pero debemos luchar contra los demonios que se liberan paralelamente. A mí me gusta tratar de diferenciar ambos ámbitos y decirle al ecologismo: “entiendo el temor y las razones por las cuales nos parece que la minería, que el fracking y los transgénicos son inadecuados, sobre todo por sus implicaciones políticas, pero no necesariamente por sus implicaciones ecosistémicas”.

Otro mundo venimos gestando, la materialidad del mundo es distinta y un poco inevitable. No le tengo miedo a la innovación, a la ruptura de estas fronteras en la ciencia, ni en la estructuración de las sociedades y por eso mi posición política parece ambigua, porque pareciera que le doy menos peso a las implicaciones que tienen todas estas innovaciones desde el punto de vista del control y del poder. Lo que digo es que la relación no es unívoca: no estoy segura de que podamos hacer fracking sin destruir todo y acabar con el mundo, preferiría no hacerlo, pero si pudiéramos responder a la pregunta y abordarla dentro de ciertos parámetros -como lo estamos haciendo en Colombia-, es lo que estamos viendo.

Acabar con el planeta no es un buen experimento pero la exploración de las fronteras o de nuevos ámbitos de relacionamiento sí nos puede ayudar a encontrar otras opciones, por eso me gusta el metaverso, me gusta pensar en las identidades digitales, me gusta el cyborg.

—Es imposible no hablar del momento histórico que están viviendo en Colombia, ¿qué expresa la victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez?

Me parece que plantea un evento disruptivo y afortunado, en la medida en que la mayoría de los colombianos y colombianas -sobre todo los jóvenes- plantean la necesidad de revisar cuidadosamente cómo estamos construyendo este país, y cómo estamos construyendo sociedad, quiénes se están quedando por fuera, y sobre todo, una crítica profunda a la estructuración del poder. Eso es indispensable. Nos costará mucho entender el alcance de lo que está sucediendo, creo que ni el presidente lo sabe. La vicepresidenta, que viene de una periferia cultural en muchos sentidos de la palabra, está más consciente de su gesto.

Creo que este momento del experimento que se viene va a ser sumamente prolífico y hay que luchar para que se mantenga como un experimento creativo, gozoso. Hay que pensar que tuvimos un espacio de esperanza antes de que los conflictos internos fueran muy onerosos para la sociedad colombiana. Por supuesto que, en ese proceso, la discusión sobre estos temas operativos se dará pero como no soy dogmática, mi intención no es plantear opiniones o verdades personales. Encontraremos la manera de reacomodar la forma de nuestras economías si lo hacemos con equidad y con precaución por las personas que no han participado del bienestar que la ciencia nos ha traído. Yo estoy dispuesta a participar de la fiesta.

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