Yasmine Mohammed fue maltratada en nombre del Islam y apunta a Occidente: “Tienen las cabezas tan abiertas que se les cae el cerebro”

Nació y vive en Canadá, pero bajo la ley islámica que impuso su familia. La golpearon y la abusaron, pero la justicia consideró que era un comportamiento “cultural” y la devolvió a sus verdugos. La obligaron a casarse. Huyó por su hija, estudió y publicó el libro “Sin velo” donde cuenta todo. Habló con Infobae Leamos de su vida, de la religión y hasta de qué piensa de que el Mundial se haga en Qatar.

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Yasmine Mohammed, con el velo que le imponían y sin él, en su nueva vida.
Yasmine Mohammed, con el velo que le imponían y sin él, en su nueva vida.

“Tras dejarla aquel día en su casa, nunca más volví a verla. Eso fue en 2004″, cuenta Yasmine Mohammed. Habla de su madre. Lo dice en un libro que salió en inglés en 2019 y que ahora publica en español Libros Del Zorzal. Mohammed acababa de escuchar la última tanda de insultos y amenazas de parte de esa mujer. “Solo las putas más inmundas quieren pasearse desnudas exhibiendo sus cuerpos para que todos los hombres las deseen!”, le gritaba. ¿Por qué? Mohammed se había sacado el hiyab, ese velo que cubre la cabeza y el pecho de las mujeres según el Islam. La escena no termina ahí.

“¡Eres un asco! ¡Debería matarte y enterrarte en el jardín!”, dice la madre. Es mucho más que una forma de decir, más que un enojo. La madre es responsable ante Dios de que la hija cumpla todas todas la imposiciones religiosas, y si no lo hace la que pagará es ella. La madre lo tiene claro y lo dice claro: “No me voy a arriesgar a dejarte viva y que abandones el islam. Te mataré antes de que eso suceda. A mí no me arrastrarás al infierno contigo”. Lo dice en serio.

¿Algo ha cambiado desde 2019? “Mi madre amenazó con matarme cuando se enteró de que me había quitado el hiyab. Desde entonces no he tenido ningún contacto con ella. Nada ha cambiado desde la publicación de mi libro”, dice ahora Yasmine Mohammed a Infobae Leamos, por correo electrónico.

Y aunque pueda parecer dura, esa es la escena de la liberación: todo lo que viene antes es un horror de violencia, abuso sexual, humillación y restricciones, que el libro detalla. Una vez hasta la colgaron cabeza abajo. Mohammed cuenta las crueldades de su madre, de su exmarido y hasta una paliza a cargo de su hermano pero cuando busca un responsable señala al Islam: es una ideología, dice. Sin vueltas: “¿Cómo se controla a los individuos? Conviértelos en zánganos descerebrados y manipula sus mentes desde muy temprana edad para que crean verdaderamente que no hay más que un solo camino. Eso es lo que te dicen cada día, desde el momento en que eres capaz de comprender el sentido de las palabras”.

Ahora, ¿todo esto ocurre en un país aislado y fundamentalista? No en este caso: Yasmine nació y vivió casi toda su vida en Canadá. Fue en Canadá donde la azotaban como cosa cotidiana y en Canadá donde un maestro escuchó su historia, vio sus moretones y la acompañó a hacer la denuncia. Fue allí el proceso contra el padrastro que levantaba la mano. Donde la niña se animó a hablar contra quienes le daban de comer. Era canadiense el juez que dictaminó que se trataba de diferencias culturales y que bueno, pegar no está prohibido. Y la entregó.

Por eso el libro, este libro triste y feroz, se titula Sin velo: Cómo el progresismo legitima al islam radical. Se trata de la religión, claro, pero también se trata de qué se hace frente a esa violencia justificada por razones divinas. No pasa sólo en Canadá. En 2017 Gerard Biard, ex director de la revista francesa Charlie Hebdo -la que sufrió una atentado con 12 muertos en 2015- decía, en una entrevista en Buenos Aires, que “en Francia y en otros países la izquierda se olvidó de que estaba contra la religión”. ¿Por qué? “Porque el Islam hoy es la religión de los desposeídos. El error de la izquierda es confundir la religión con la condición social”.

Yasmine Mohammed. Peleó contra la opresión e hizo un camino propio.
Yasmine Mohammed. Peleó contra la opresión e hizo un camino propio.

Mohammed es dura: “El Occidente libre, el lugar al que esas valientes chicas solían mirar como foco de luz y esperanza, está apoyando a sus opresores y, en definitiva, luchando contra su progreso. En Arabia Saudita, hay mujeres que queman su nicab (el velo que cubre el rostro). En Irán, hay mujeres que amarran su hiyab a un palo y lo hacen flamear en silencio y con actitud transgresora mientras se las arresta en manada. Por nuestra parte, en Occidente, estamos poniendo el logo de Nike en esos mismos velos. Aceptamos y apoyamos de buen grado la subyugación”.

-¿Por qué cree que el juez canadiense tuvo esa actitud hacia el abuso que recibiste? -preguntó Infobae Leamos a Mohammed.

-Los canadienses se esfuerzan tanto por ser inclusivos que incluyen incluso ideologías misóginas o peligrosas. Tienen las cabezas tan abiertas que se les cae el cerebro. Es su deseo de celebrar la diversidad lo que les permite celebrar herramientas religiosas misóginas como el hiyab. Creo que viene de un buen lugar, pero en última instancia es equivocado y peligroso.

-Tu libro habla de situaciones muy crueles hacia una niña. ¿Es todo cierto?

-Sí, todo es cierto. Si ves mis entrevistas con otras mujeres en mi programa llamado Feministas Olvidadas, escucharás muchas más, muchas historias peores. Esta es nuestra típica realidad. Me sorprende que la gente no se dé cuenta de lo difícil que es la vida para una chica musulmana.

Mujeres con velo en Irán.
Mujeres con velo en Irán.

-¿Cómo decidiste hacerlo público?

-Ves las noticias de Arabia Saudita, Afganistán, Irán, etc. Oyes hablar de la violencia y de los asesinatos por honor. Pero de alguna manera no se nos ve. Así que como no se nos escucha, o porque se nos ignora, hemos empezado a contar nuestras propias historias. Esa es una de las razones por las que escribí este libro, para que el mundo conozca la verdad.

-A veces circulan otras versiones...

-Con demasiada frecuencia sólo se oye la propaganda islamista que convence de que las mujeres musulmanas adoran sus hiyabs y los consideran símbolos empoderadores del feminismo. Por supuesto, eso no puede ser cierto. Las mujeres nacidas en familias musulmanas no son diferentes de cualquier otra mujer del planeta: no somos una subespecie humana. También queremos nuestra libertad, independencia y autonomía. También luchamos contra el patriarcado y la misoginia religiosa.

En un rato va a contar que se está haciendo un documental sobre ellay sobre su activismo. Y vamos a hablar de miedo, de amenazas y hasta de qué piensa de que el Mundial se haga en Qatar, donde rige la ley islámica. Pero empecemos por el principio.

Una infancia difícil

“Sí, es todo cierto”, dice entonces Yasmine Mohammed a Infobae Leamos. Habla de los horrores que cuenta en el libro. Cosas así: “El hombre me toma del tobillo y me arrastra con brusquedad hacia el pie de la cama. Tengo que vencer mis ansias de soltar las piernas. Sé que si lo hago será peor. Lloro tan fuerte que me quedo sin aliento, mientras el hombre utiliza mi soga de saltar para atarme los pies al travesaño. (...) Levanta su vara de plástico naranja, su favorita, la cual reemplaza los listones de madera que se quebraban una y otra vez. Al principio me alegré por el cambio, dado que la vara no se astillaría. Pero no me percaté de cuánto más me dolería. Por el resto de mi vida odiaré el color naranja. El hombre azota las plantas de mis pies, su punto predilecto, pues las heridas permanecen fuera de la vista de los maestros. Tengo 6 años, y este es mi castigo por no memorizar como corresponde las suras (capítulos) del Corán”.

"Sin velo". El libro de Yasmine Mohammed.
"Sin velo". El libro de Yasmine Mohammed.

El hombre es el marido de su madre. Es decir, la madre es la segunda esposa de este señor y, por lo tanto, subordinada: Yasmine y su familia viven en el sótano sin terminar de la casa; arriba hay otra esposa y otros hijos, “de primera”. Pero como en Canadá la poligamia está prohibida, son, de hecho, clandestinos.

Todo empezó cuando sus padres se mudaron de San Francisco a Canadá. El padre había nacido en Gaza; la madre en Egipto y era la nieta de un expresidente, Mohammed Naguib. En Canadá las cosas no anduvieron bien y el padre se fue. Ella, que no era especialmente observante, se encontró sola, con tres chicos. Se acercó a la mezquita. Ahí le explicaron -contó Mohammed en el podcast The Jordan Habinger Show- que sus infortunios se debían a que no seguía estrictamente la religión. Le dieron una comunidad, amparo, gente con la que hablar en árabe. Y ese hombre que la tomó como segunda esposa. “Mamá se zambulló de cabeza, como esos cistianos renacidos que “se entregan y dejan que actúe Dios”, que proclaman: “Jesús, toma el timón de mi vida”. No quería ser responsable de decidir. Quería que Alá tomara todas las decisiones para las cuales no se sentía calificada. En eso hay mucha paz”, escribe.

-¿Por qué los países occidentales toleran la poligamia y los abusos si provienen de los musulmanes? ¿Ocurre algo similar con otras religiones?

-Nunca lo tolerarían de otras religiones. Tal vez lo toleran en el Islam porque temen una reacción violenta. O quizás porque no quieren ser acusados de “islamofobia”. En cualquier caso, toleran estas injusticias contra las mujeres por miedo.

Con la cabeza cubierta

Ir cubierta, ir toda cubierta, que no se vea nada del cuerpo de las mujeres. El pelo, en particular, que no se vea nunca. En la religión judía, las mujeres casadas se cubren para preservar su sensualidad y que sea sólo del marido: por eso el afiche promocional de Poco ortodoxa (el libro y la serie que contaron la huída de una judía religiosa) era el momento en que la protagonista se descubría la cabeza. Eso era la libertad y eso lo fue para Yasmine.

Pero en el Islam la obligación de ocultarse empieza antes: esta cronista vio en Sharjah, Emirato Árabes Unidos, a una nena de unos tres años con burka o una especie de burka. Cuenta Mohammed: “A los 9 años, me cubrieron con mi primer hiyab, que a esa edad ya era obligatorio para mí. Lo odié de inmediato. Lo odié cuando mi madre comenzó a llevarlo y lo odié particularmente cuando se me exigió a mí llevarlo”.

Mahsa Amini, una mujer que murió tras ser detenida por la policía de la moral iraní, en Teherán, Irán, en 2022. (Agencia de Noticias de Asia Occidental vía REUTERS/Archivo)
Mahsa Amini, una mujer que murió tras ser detenida por la policía de la moral iraní, en Teherán, Irán, en 2022. (Agencia de Noticias de Asia Occidental vía REUTERS/Archivo)

El argumento era que había algo hermoso que proteger. Y eso no resultaba, una amenaza: “También me contaron que el Hadiz (el relato de la vida de Mahoma) narraba que el profeta Mahoma sostenía haber visto a mujeres colgadas de sus pelos en el infierno, con sus cerebros ardiendo, por no haber cubierto su cabellera de los hombres”.

Veinte años lo usó, sin entender por qué. Una vez fue a visitar al padre a Montreal y él quiso que se lo sacara, pero Yasmine tuvo miedo de que el hermano la delatara: terminó usando un sombrero de cowboy negro -en verano- para estar tapada igual.

Todas las chicas del colegio musulmán usaban el hiyab, todas lo odiaban: hoy Mohammed es una de las creadoras del #FreeFromHiyab (Libre de hiyab), un hashtag a través del que mujeres musulman se apoyan para mostrar “esa atrocidad” y animarse a descubrirse. No, dice ella, no es algo cultural sino religioso. Y pregunta: ¿qué tiene que ver la cultura de una iraní con la de una somalí o la de una indonesia?

“Las niñas y las mujeres pueden ser asesinadas por quitarse el velo. Aqsa Parvez, una joven de 16 años de Canadá, fue estrangulada a muerte por su padre y hermano con el hiyab que se negaba a usar”, cuenta.

Niñas de una escuela en Teherán, Irán, se sacan sus velos y realizan gestos obscenos contra los ayatolás (Twitter)
Niñas de una escuela en Teherán, Irán, se sacan sus velos y realizan gestos obscenos contra los ayatolás (Twitter)

¿Cómo fue dejarlo? No tan épico como en Netflix:

“No hubo un momento decisorio en el que me arranqué el velo de la cara y comencé a respirar aire fresco. Fue un proceso lento, penoso, lleno de inseguridad, tristeza y abundantes dosis de miedo”, cuenta. Y entonces: “Recuerdo haberme quitado el nicab por primera vez y sentir que mi cara estaba desnuda. Me sentía igual de vulnerable y cohibida que si estuviera en toples”.

Y entonces llegó el 11 de septiembre de 2001, los atentados a las Torres Gemelas. Mal momento para dejar de usar velo si siempre lo usaste, parece que te estás escondiendo. “Me ofendía que me relacionaran de alguna manera con esos monstruos. Odiaba que esa puta tela en mi cabeza me hiciera parecer cómplice de esa mierda. Yo estaba igual de espantada por los terroristas que todos los demás. Mi vida se había visto igual de conmocionada que la de todos. Se me partió el corazón por todas las víctimas, igual que a todos. No había gato encerrado”.

Se lo fue quitando de a poco. Lo usaba en público, se lo sacaba en casa. Lo usaba donde la conocían, se lo sacaba donde no. Hasta el día en que decidió que se había acabado todo y fue a buscar a su madre sin el pañuelo. “Llevé un hiyab conmigo y lo dejé en el asiento trasero, por las dudas de que a último momento me faltara valor. Casi claudico. Pero me mentalicé para seguir conduciendo sin frenar, para no darme la oportunidad de ponérmelo. Cuando me desvié para recogerla, abrió la puerta del automóvil, me echó un vistazo y comenzó a chillar”. Y ahí viene la escena del comienzo. Los insultos, la amenaza: lo de siempre.

Lo que Alá permite

El camino que Mohammed relata en el libro es largo. Cuando es adolescente se van un tiempo a Egipto y un día despierta y su familia se fue: no tiene nada, está sola en casa de parientes. Le hacen una oferta que-no-puede-rechazar. Un primo como marido. Ella va para adelante, hasta llegan a elegir una casa y cuando está por ocurrir.. convence a su madre de que se quiere ir a despedir a Canadá. Y adiós muchacho.

En Canadá la madre le impone otro hombre. Un fundamentalista total. Ella no ve escapatoria, se rinde, se entrega, se casa. Se ahoga: “Cada una de las leyes del islam está claramente pensada para enjaular a la mujer en un matrimonio forzado con un hombre que la golpea y la viola. Todo eso, con el visto bueno de Alá” escribe. “En el mundo de mayoría musulmana, es por demás común que las mujeres sean golpeadas por sus maridos. Tan común, en realidad, que en Marruecos un popular programa televisivo tenía un segmento sobre cómo maquillarse para tapar un ojo morado. En la mayor parte de los países islámicos, tal conducta no contraviene la ley, pues ningún ser humano puede prohibir algo que Alá ha permitido”.

Las Torres Gemelas. Los atentados que marcaron un punto de inflexión. (EFE)
Las Torres Gemelas. Los atentados que marcaron un punto de inflexión. (EFE)

Tiene una hija. Un día se da cuenta de que su madre y su marido planean un ritual con la hija, cortarle el clítoris: “Quería agarrar una hoja de afeitar y mutilar a mi pequeño tesoro. Una furia defensiva que aún ignoraba poseer brotó en mí como lava. Nunca había tenido el valor de luchar por mí misma, pero en ese momento hubiera saltado por la ventana con mi hija para alejarme de él”.

De ahí en más planea cómo irse, pasan cosas horribles, una abogada la ayuda, se va con su hija. La salva. Tiempo después sabrá que el marido era parte de Al Qaeda. Un artículo del New York Times, mucho después, le cuenta más sobre eso hombre que dormía con ella: “La nota mencionaba que mi exmarido había estado involucrado con Bin Laden desde la guerra soviética en Afganistán. Se creía que él había sido la persona que había entrenado a los terroristas responsables de los atentados de 1998 a las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, que mataron a más de doscientas personas”. Tendrá miedo para siempre.

Desde el futuro

Ahora, desde ese futuro que se hizo sola, con otro marido y una hija más, Yasmine Mohammed responde por Internet. Como Deborah Feldman, la verdadera protagonista de Poco Ortodoxa, un gran cambio fue cuando logró ir a la Universidad: estudió Historia de las Religiones, abrió los ojos. Luego trabajó un año de maestra en Qatar, la remó, decidió no callar sino que ser un canal para otras. Esto responde a Infobae Leamos.

-¿Leíste leído el libro Unorthodox, con la verdadera historia de Poco ortodoxa? ¿Ves situaciones similares?

-Lo leí, y sí, veo similitudes. Las religiones hechas por hombres para hombres, como las tres religiones abrahámicas, son tóxicas para las mujeres. No valoran ni honran a las mujeres. Nos ven como algo que hay que controlar y utilizar al servicio de los hombres.

-La verdadera “Poco ortodoxa”, Deborah Feldman, recibió amenazas de la comunidad. ¿A vos te pasó?

-Me amenazan todo el tiempo, como es de esperar. Por lo general, no me lo tomo en serio. Unas pocas veces han incluido información específica sobre mi ubicación o información personal sobre mis hijas, entonces por supuesto que sí me las tomo en serio.️

Deborah Feldman, la verdadera "Poco ortodoxa".
Deborah Feldman, la verdadera "Poco ortodoxa".

-¿Qué opina de que el Mundial se celebre en Qatar y de que tantos países acepten restricciones?

-Es una parodia vergonzosa que la FIFA elija un país que mata a la gente por ser gay, que mata a la gente que denuncia el Islam y que castiga a las mujeres que denuncian una violación. Una joven de México que estaba allí para el Mundial fue violada por uno de sus compañeros y se enfrentó a la cárcel por “sexo fuera del matrimonio”. Es despreciable. Por suerte, las autoridades mexicanas pudieron sacarla.

-¿Tiene algún mensaje para los países occidentales?

-Mi mensaje a los países occidentales es: “por favor, mantengan sus valores y libertades. Por favor, defiendan el progreso que han conseguido. La gente ha muerto por esas libertades. Defiendan su libertad de expresión, la igualdad de hombres y mujeres. Defiendan los avances que consiguieron contra la homofobia y el antisemitismo. Hay muchos que esperan erosionar esos valores y si nadie los defiende inequívocamente, lo conseguirán.

La esperanza

Hay un momento hermoso hacia el final de Sin velo, cuando Yasmine Mohammed habla de sus hijas. Ella es amenaza, ella tiene miedo. Pero ¿Y las chicas? La mayor ya tiene más de veinte años... Escribe Mohammed:

Ninguna de ellas jamás temerá ser quemada por un hombre invisible del cielo si no se prosterna ante él cinco veces al día.

Ninguna de ellas sabrá lo que es sentirse avergonzada por su cuerpo o por su cabello.

Ninguna de ellas será forzada a hacer nada con lo que se sienta incómoda en nombre de un arrogante y vengativo producto de la imaginación de un pastor de cabras

del siglo séptimo.

Ninguna de ellas tendrá que superar nunca el trauma del abuso infantil, sea este psicológico, físico o sexual.

He sido capaz de amparar a mis hijas y por eso estoy agradecida. He cumplido con mi misión en la vida. Me abrí camino a través del cemento que me sepultaba y

frené el ciclo. La subyugación, la humillación y el adoctrinamiento mueren conmigo”.

Que así sea.

* Voy a contar algunas cosas más sobre Yasmine Mohammed y su libro en el newsletter “Leer por leer”, que se distribuye los jueves cerca del mediodía. Hay que anotarse antes en este enlace.

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