
Era un 25 de abril de 1927 cuando en el puerto asturiano de Viavélez nació María del Socorro Tellado López. El mundo la conocería como Corín Tellado, y aunque el nombre suene inventado, como sacado de una de sus propias novelas, su historia fue incluso más extraordinaria que la ficción. Fue —es— la autora española más leída después de Cervantes. Y aunque la academia la miró con desdén durante décadas, su voz fue un fenómeno sociológico que marcó a generaciones enteras de lectoras en España y América Latina.
Corín Tellado publicó más de 4.000 obras a lo largo de su vida. Su literatura, siempre de trama romántica, tocaba fibras sensibles, con heroínas decididas, amores contrariados y finales esperanzadores. Entre la década del 50 y los 90, sus novelas se vendían como pan caliente en los quioscos. Eran breves, intensas y adictivas. No hablaban de castillos ni de príncipes, sino de mujeres comunes que se enamoraban, sufrían, resistían y volvían a empezar. Por eso, sus lectoras la sentían cercana, como una amiga que sabía poner en palabras lo que pasaba en el corazón.
Publicó su primera novela, Atrevida apuesta, en 1946, apenas con 19 años. Y ya desde entonces quedó claro que tenía un don. Un año después firmó contrato con la editorial Bruguera, que la convirtió en una máquina de publicar: Corín entregaba una novela cada semana, a veces dos. Usaba máquina de escribir, corregía en papel, y jamás dejó de escribir, ni siquiera durante los momentos más duros de su vida, como la muerte de su padre o cuando pasó por problemas económicos.
Durante años, sus novelas se publicaban en la colección Rosa de Bruguera y luego en los famosos libros “de a duro” —ediciones populares y económicas que costaban sólo cinco pesetas y se vendían en quioscos, generalmente de bolsillo, con tapas blandas y de rápida lectura—, que llegaban a todos los rincones de habla hispana. No hacía falta tener dinero para leer a Corín Tellado. Bastaba con unas monedas, o con el trueque entre vecinas, o con acercarse a una peluquería donde las revistas circulaban de mano en mano.
Fue, sin proponérselo, una cronista sentimental del franquismo, de la transición española y del cambio de siglo. Aunque sus tramas parecían inocentes o repetitivas, había en ellas un pulso social, un retrato de la moral de época, de los mandatos sobre el amor, el deseo y el matrimonio. Es cierto que muchas veces sus personajes se rendían al final feliz, pero en el camino había dilemas, luchas internas y mujeres que se animaban a querer distinto. Eso, en un contexto conservador, fue revolucionario.

En América Latina, su impacto fue tan o más profundo que en España. En ciudades como Buenos Aires, Lima, Montevideo o Ciudad de México, las lectoras adolescentes la descubrieron de la forma más simple y poderosa: en la casa de una tía, en la biblioteca escolar, en un estante polvoriento del cuarto de la abuela. No importaba si eran ediciones gastadas, con las tapas dobladas o las hojas amarillas: lo que importaba era la historia, ese vértigo del primer beso, ese diálogo contenido, ese “te amo” que tardaba 92 páginas en llegar.
En la Argentina, el fenómeno Corín Tellado fue arrollador. Sus novelas circulaban en los quioscos junto con las revistas de actualidad y los suplementos dominicales, y llegaron a formar parte del paisaje cotidiano de millones de hogares. Se compraban, se intercambiaban, se heredaban. En muchas peluquerías de barrio, las novelas de Corín esperaban en una mesita baja, al lado de las revistas de moda y los crucigramas. Durante las décadas del 70 y el 80, sus libros eran publicados por Editorial Rollán y luego por la Colección Grandes Autores del Romance, que las reeditaba en fascículos semanales, de fácil acceso económico. Esa democratización de la lectura la convirtió, sin proponérselo, en la puerta de entrada a la literatura para muchísimas mujeres argentinas. Era común escuchar frases como “con Corín aprendí a leer novelas”. En un país atravesado por crisis económicas, dictaduras y silencios, Corín Tellado ofrecía un universo donde el amor todavía era posible.

“Yo tendría catorce años cuando encontré una novela suya en la casa de mi vecina”, recuerda Graciela, una lectora argentina que hoy tiene más de sesenta. “Era verano, hacía calor y yo no podía soltar el librito. Me acuerdo que lo leí en un día. Desde entonces, cada semana iba al kiosco y pedía la nueva. A veces no tenía el dinero y el kiosquero me la guardaba. Me decía: ‘Corín te espera’.”
Ese tipo de vínculo fue común en toda una generación. Las lectoras sentían que Corín las entendía, que hablaba su idioma emocional, que las acompañaba cuando nadie más lo hacía. Porque más allá del amor romántico, lo que ofrecía era compañía, evasión, un lugar donde todo podía salir bien.
La UNESCO llegó a reconocerla como la autora en lengua castellana más leída del mundo. Se calcula que sus libros vendieron más de 400 millones de ejemplares. En 1994, el diario El País la definió como “un fenómeno sin precedentes en la literatura popular”. Su obra se tradujo a varios idiomas, y aunque la crítica literaria tardó en prestarle atención, las lectoras nunca la abandonaron.
En los años 70 y 80, cuando la televisión comenzó a adaptar sus novelas, su popularidad alcanzó nuevas cimas. Fue entonces cuando las nuevas generaciones también la redescubrieron. Y su estilo, aunque fiel al corazón romántico, también supo adaptarse a los tiempos. Si en los años 50 las heroínas eran discretas y sufridas, en los 80 empezaron a ser más osadas, a tener carreras, a tomar decisiones. Sin estridencias, pero con firmeza. “Me costó cambiar —confesó en una entrevista—, pero las chicas jóvenes me lo exigían. Ya no me creían los personajes que sólo lloraban. Querían mujeres que eligieran.”
Sus frases también marcaron a fuego a sus lectoras. En cada historia, había una línea que parecía escrita para una sola persona. Como en No puedo vivir sin ti, donde una mujer le dice a un hombre que la decepcionó: “No quiero que me jures nada. Sólo quiero que me mires como si todavía te importara.” O en El precio del silencio, donde la protagonista se pregunta: “¿Es cobardía callar lo que siento? ¿O valentía seguir queriéndote en secreto?”
Entre sus títulos más recordados se destacan La intrusa, Solo tú, Pasión oculta, Mi amor en peligro, Un extraño en mi vida, Demasiado tarde para amar y Una chica de provincias. Todos con nombres que ya anuncian drama, emoción, deseo y algo irremediablemente romántico.
Corín Tellado murió el 11 de abril de 2009, a los 81 años, a causa de una insuficiencia cardíaca, después de años de lucha contra diversas enfermedades, incluyendo un cáncer que había logrado superar en 1995. Su salud se había ido deteriorando, pero su pasión por escribir nunca decayó: su hijo, Domingo, contó que hasta el último día pensaba en tramas, en personajes, en historias nuevas. Que nunca dejó de ser esa mujer que escribía frente al mar de Asturias, con una taza de café al lado y el corazón puesto en cada historia. Pocos días antes de su muerte, había entregado a su editorial el manuscrito de su última novela. Partió como vivió: entre historias de amor, sin aspavientos ni homenajes grandilocuentes.

Hoy, a 98 años de su nacimiento, Corín Tellado sigue siendo un misterio fascinante. ¿Cómo pudo escribir tanto? ¿Cómo logró sostener la atención de millones de personas durante más de cinco décadas? Tal vez porque entendía que el amor, en cualquiera de sus formas, es siempre una necesidad. Porque sabía que detrás de cada lectora había alguien que también soñaba con una historia que la sacara del gris cotidiano.
Corín Tellado no fue sólo una autora prolífica; fue una arquitecta del deseo, una constructora de mundos posibles. Y aunque el canon literario todavía se resista a incluirla, su lugar está asegurado en la memoria emocional de quienes aprendieron a enamorarse —y también a desilusionarse— con sus páginas.
Cada 25 de abril, vale la pena recordarla porque, como escribió en una de sus tantas novelas: “El amor no siempre llega cuando lo esperas. Pero cuando llega, te cambia la vida entera.”
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