Paul McCartney tenía catorce años cuando perdió a su madre, Mary, por un cáncer de mama. Más de cuatro décadas después, el 17 de abril de 1998, la misma enfermedad lo enfrentó a otra muerte prematura y dolorosa: la Linda McCartney, su gran amor, compañera de vida durante casi treinta años. Tenía 56 años. “Mi madre y Linda murieron de cáncer de mama. No teníamos ni idea de qué había muerto mi madre porque nadie hablaba de ello. Simplemente murió”, dijo en una entrevista con la BBC. Recordó, además, el silencio devastador de su infancia: “Lo peor de todo fue que todos eran muy estoicos, todos se mantenían impasibles, y una noche oíste a mi padre llorar en la habitación de al lado. Era un duelo silencioso y privado ”.
En el caso de Linda, el diagnóstico llegó en 1995. El pronóstico, crudo y directo: dieciocho meses de vida. La enfermedad avanzó con rapidez. Los últimos días los pasó en un rancho en Tucson, Arizona, lejos de los paparazzi, rodeada por su esposo y sus cuatro hijos (Heather, Mary, Stella y James). El cáncer había hecho metástasis en el hígado. Linda murió en la intimidad familiar, con la mano de Paul entre las suyas. “Creo que lloré intermitentemente durante casi un año. Era casi vergonzoso, pero parecía que era lo único que podía hacer”, confesó él más tarde.
El cuerpo fue cremado en Arizona. Las cenizas cruzaron el Atlántico. Fueron esparcidas en Sussex, donde la pareja tenía otra casa de campo lleno de recuerdos de familia. El mismo lugar donde inicialmente habían enfrentado otra pérdida profunda: la disolución de los Beatles.
Una de las historias de amor más sólidas del rock
En 1967, cuando se supo que Paul McCartney tenía nueva novia, pocos apostaban por la duración del vínculo. Él venía de romper su compromiso con Jane Asher, una actriz británica, y era el último Beatle soltero. Su fama convertía cualquier gesto en una noticia o un escándalo público. Cuando anunció su casamiento con Linda en 1969, muchas fans lo experimentaron como una traición. Perdían la última posibilidad de casarse con Paul, el último Beatle soltero, uno de los hombres más deseados del planeta. Así Linda se transformó en “la enemiga pública número uno de las jóvenes” y se lo hicieron saber.
El matrimonio fue un acto sencillo, aunque atestado de fotógrafos, periodistas y fans que lloraban a mares. El paso por el registro civil fue seguido de algunas fotos en la calle, una bendición religiosa breve, con la presencia de Heather, la hija de Linda de su relación anterior. Paul llevaba un sobrio traje negro. Linda y su pequeña hija lucían tapados de paño idénticos, con doble abotonadura, bien británicos. El look poco convencional elegido por la novia para casarse, despojado de todo brillo, y su pelo suelto al natural, marcaría el estilo de la vida que construyeron juntos.

La pareja pasó de las luces del escenario al silencio de la vida rural. Después de la separación de los Beatles, fue Linda quien lo sostuvo emocionalmente. A menos de un año de haberse casado, con dos hijas pequeñas, debió enfrentar a un hombre paralizado por el duelo profesional. Paul lo reconoció públicamente: “Linda me rescató y me salvó”.
Linda antes de llevar el apellido McCartney
Linda Eastman nació en Nueva York en 1941. Su padre, Lee Eastman, era abogado especializado en artistas. Representaba a músicos, pintores y actores. Entre sus clientes figuraban nombres como Mark Rothko, Willem de Kooning, Tommy Dorsey y el compositor Jack Lawrence, autor de varios éxitos de Frank Sinatra. En 1947, Lawrence escribió una canción titulada “Linda” a pedido de Eastman. La pieza, inspirada en la pequeña hija del abogado, llegó al primer puesto del ranking ese año.

Linda también había perdido a su madre de forma temprana. Y especialmente trágica. Louise Eastman, heredera de las tiendas del Departamento Lindner fue víctima de una catástrofe aérea, el vuelo 1 de American Airlines. El avión cayó poco después del despegue y perdieron la vida 87 pasajeros. Luego de la tragedia, Linda se casó con Joseph See, un compañero de la universidad donde cursaba sus estudios de arte, con quien tuvo a su hija Heather. El matrimonio duró tres años. Luego volvió a usar su apellido de soltera y consiguió trabajo como recepcionista en la revista Town and Country.
Apasionada por la fotografía, luchó para conseguir un lugar en el mercado editorial. Lo obtuvo cuando la enviaron a cubrir una fiesta de los Rolling Stones en un yate. Fue la oportunidad de su vida, porque fue la única fotógrafa a bordo y además de ser talentosa, era joven y bella. Sus imágenes se replicaron en revistas de todo el mundo al mismo tiempo que instalaba su nombre y apellido en el medio. Faltaba poco para convertirse en una de las fotógrafas favoritas del rock. En la famosa fiesta del yate, su primera conquista fue Mick Jagger, con quien tuvo un breve romance. En una carta encontrada más tarde, escribió que era “muy amable y correcto”.
El nombre de Linda quedó asociado a Jimi Hendrix, Simon & Garfunkel, Aretha Franklin, Bob Dylan, Neil Young y Eric Clapton, a quienes fotografió en diferentes ocasiones. Este último fue protagonista de una portada histórica: uno de los primeros números de Rolling Stone. Linda fue la primera fotógrafa en lograrlo. Años después, aparecería otra vez, esta vez como fotografiada junto a Paul.
Wings: un experimento musical y familiar
Tras la ruptura del célebre cuarteto de Liverpool, Linda asumió un rol inesperado. Paul decidió formar una nueva banda llamada Wings, y le propuso integrar el proyecto, sin que tuviera algún tipo de formación musical. Ella se resistió. Pero finalmente la convenció y le dio los teclados. McCartney, según relatan sus colegas, era un mal profesor. Linda aprendió sola. Ensayaba con esmero y hacía coros. Pero no era suficiente. No todos los que estaban a su alrededor presenciaban la escena con ojos de enamorados.

El grupo fue blanco de burlas. Los medios cuestionaban su presencia. Se reían de sus peinados, criticaban su técnica, decían que desafinaba. Los músicos de Wings, en cambio, valoraban su papel. El baterista Denny Seiwell dijo años después: “Linda no era importante para Wings, era imprescindible”.
La banda viajó por el mundo en casas rodantes, con los hijos en brazos. Ensayaban donde podían, se presentaban sin anuncios previos, buscaban volver a las raíces. Linda era el clave en mantener la armonía en el grupo. Su aporte autoral también generó controversias. Paul y ella empezaron a firmar juntos las canciones. Ya no era Lennon-McCartney, sino McCartney-Eastman.

Para algunos era una estrategia para evitar que los derechos editoriales de Northern Songs absorbieran sus ganancias. Para otros, una forma de reconocer la convivencia creativa entre ambos. Linda figura como coautora en cinco canciones que encabezaron rankings: Uncle Albert/Admiral Halsey, My Love, Band on the Run, Listen to What the Man Said y Silly Love Songs. También recibió una nominación al Oscar por Live and Let Die.
Escocia: entre neblina y caballos
En 1966, en pleno auge de la Beatlemanía, Paul compró una granja en Kintyre, Escocia. No conocía la zona, pero había escuchado a John Lennon hablar de ella con cariño y despertó su interés. Fue una decisión asesorada por sus contadores, sin mucho conocimiento del terreno.
Linda fue quien le dio sentido a ese lugar. “Cuando conocí a Linda y empezamos a formar pareja, me dijo: ‘¿No tenés una casa en Escocia?‘. Subimos y quedó completamente enamorada. Le encantaba la naturaleza, montar a caballo y los animales en general”, relató Paul. “Cuando ella vino a Gran Bretaña y nos casamos, la vida era más casera”, recordó a su mujer, que además disfrutar de la naturaleza, se dedicaba a fotografiar ancianas y bebés en cochecitos. “Ella siempre tranquilizaba a la gente. Tenía una forma de desarmarte”, aseguró en una entrevista.
Allí pasaron largas temporadas. Los hijos crecían corriendo por los campos, Paul componía, Linda tomaba fotos. Una de esas imágenes muestra a Paul haciendo equilibrio sobre una valla, Heather saltando fardos de heno y Mary jugando en el pasto. El paisaje era agreste, la casa modesta. Pero la libertad, real. La canción Mull of Kintyre, que vendió dos millones de copias, surgió de esa experiencia. “La niebla que llega del mar” fue el disparador emocional.
La vida rural marcó también un cambio musical. Paul abandonó las producciones sofisticadas y buscó un sonido más sencillo, más artesanal.
Veganismo, activismo y comida libre de crueldad
Linda McCartney convirtió su amor por los animales en activismo. Se volvió vegetariana, luego vegana, y promovió con fuerza ese estilo de vida. Publicó libros de cocina y lanzó una línea de productos alimenticios libres de crueldad hacia los animales.
Esa faceta, que algunos vincularon con una moda o una pose, fue para ella una causa profunda. Quería que su familia comiera diferente. Quería que los animales no sufrieran. Quería dejar un legado. A su hija Stella le quedó la enseñanza marcada a fuego, ya que su firma de ropa no emplea cuero ni pieles en sus diseños y apoya a la organización PETA.
Durante los últimos años de su vida, esa parte de su identidad se fortaleció. Vivía en el campo, andaba a caballo, cocinaba, militaba. También seguía fotografiando y participando de las giras de Paul.
En sus últimos días, montó a caballo con sus hijos. Lo hizo mientras pudo. Luego vino la despedida. Después, el silencio. Y más tarde, los homenajes.
“He escrito las canciones de amor más bellas para ella”, dijo Paul McCartney en la revista Paris Match, “Estuvimos casados 29 años, con nuestros altos y nuestros bajos, como cualquier pareja, pero el amor ha sido el cimiento de toda nuestra vida”.
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