Cocó se sienta frente a la pantalla y sonríe. Tiene 13 años, una remera fucsia con moñitos y vive en Villa Nueva, una pequeña ciudad al sur de Córdoba con alma de pueblo. A su lado está Valeria, su mamá, que es ama de casa, tiene 40 años y otros dos hijos. Hasta hace días era Valeria quien contaba, en capacitaciones sobre infancias y adolescencias trans, la historia de su hija.
Pero algo cambió la semana pasada, cuando Cocó -la misma que ahora sonríe frente a la cámara con algo de vergüenza adolescente- se fue sola a un rincón de su casa y grabó un video que se volvió viral.
La noticia era que el gobierno nacional había saldado un reclamo histórico y establecido, mediante un decreto, un cupo laboral mínimo para las personas travestis, transexuales y transgénero en el sector público. Cocó sabía lo que eso significaba porque, a los 10 años y en plena transición, había participado -de espaldas- de un documental llamado “Se dice ELLAS”.
En las grabaciones había conocido a Fanny, una mujer trans adulta que había contado la historia de muchas: que se había visto obligada a prostituirse por no haber tenido acceso a un trabajo formal, que había quedado atrapada en algunas adicciones y en demasiadas comisarías, que había tenido la certeza de que se iba a morir joven.

Fue la directora del documental quien, apenas se enteró de la noticia, le propuso a Cocó que grabara un video contando lo que sentía. Sin tener la menor idea de lo que iba a suceder con esos 38 segundos apenas salieran de su pueblo, Cocó dijo:
“Hola, soy Constanza Chiosso y soy orgullosamente una nena trans. Mi mamá hoy me despertó con la maravillosa noticia de que el presidente lanzó por decreto la ley de cupo laboral trans y travesti. Estoy súper feliz porque sé que en el futuro voy a poder tener un trabajo digno sin ser juzgada por mi género y estoy muy emocionada porque voy a poder cumplir mi sueño, que es ser abogada, sin importar mi genitalidad sino mi capacidad. Gracias porque muchos niñes y adolescentes vamos a poder ser lo que soñamos en un futuro”.
El video fue pasando de teléfono en teléfono, fue compartido por activistas e incluso por la ministra de las Mujeres, Géneros y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta, quien escribió en Twitter: “La emoción de Cocó le da sentido a nuestro trabajo cotidiano. Nos mueven las fuerzas de que las decisiones que tomamos se traduzcan en historias de oportunidades, libertades y reconocimiento de derechos. Me conmueve su relato y me dan ganas de abrazarla muy fuerte”.
En Villa Nueva, a casi 700 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, Valeria se sorprendió con la repercusión, Cocó también. Y si ahora tiene un poco de vergüenza es porque va a dar una entrevista por primera vez, porque va a contar su historia como niña trans primero y como adolescente trans después, con su propia voz.
¿Por qué?
“A los 4 años salí de bañarme, me fui a la pieza de mi abuela, me miré en el espejo y dije: ‘¿Por qué soy así? Si yo no quiero ser así, yo quiero ser nena’”, cuenta Cocó a Infobae. Hubo pistas antes sembradas por todas partes que ella no recuerda pero su mamá sí:

“No fue un momento específico sino muchos momentos ¿cierto? Por ejemplo, los juegos que a ella le gustaban no eran lo que la sociedad dice que son juegos de varones”, arranca Valeria. “Que se creyera una princesa en vez de un príncipe, por ejemplo. O vos le mostrabas un disfraz de Ben 10 y ella elegía uno de princesa. O a lo mejor le gustaba jugar con una casita en vez de jugar con autitos”.
Cocó la mira, se acaricia el cabello teñido de colores y agrega: “Sí, y como a los 6 años me ponía un toallón en la cabeza simulando mi pelo largo. También me ponía vestidos”. Todo eso pasaba dentro de casa y Cocó no recuerda, al comienzo, haber sentido tristeza ni incomodidad con la ropa que tenía que usar para salir.
“Cuando era chiquita no, porque no me daba cuenta. Además mi mamá me explicaba que yo era varón y esa era la ropa que usaban los varones, entonces para mí en ese momento estaba bien”, dice Cocó.
Todavía sin tener la menor idea de qué eran las infancias trans, Valeria recuerda aquel momento de otra manera: “Había llegado al punto de renegar de su genitalidad. Me decía ‘¿por qué tengo esto si yo soy nena?’. Preguntas que yo no sabía responder”.

Hubo un punto de inflexión a los 7 años, cuando Cocó recién había empezado la primaria. “Le dije a mi mamá que yo era gay”, cuenta ella. Valeria la escuchó y le preguntó: “¿Por qué sos gay? ¿vos sabés lo que significa? Y ella, con sus 7 años, me dijo ‘sí, que a un nene le guste un nene o a una nena le guste una nena. Y como vos me decís que yo soy varón y a mí me gustan los varones, entonces yo soy gay’”.
Las dos estaban buceando en la oscuridad, tratando de ponerle nombre a lo que Cocó sentía, aunque tampoco sabían en ese momento que la identidad de género no tiene que ver con la orientación sexual: es decir, podés “haber nacido biológicamente varón y haberte sentido siempre nena” -como explica Cocó cuando le preguntan quién es- y que te gusten los varones, las nenas, otras personas trans, quien quieras.

Fue un punto de quiebre porque fue ahí, en tercer grado, que Cocó empezó a registrar que la ropa “de varón” no le gustaba. Su mamá hace memoria buscando más pistas y le pregunta: “¿Te acordás que te enojabas cuando yo no te dejaba ir con las uñas pintadas a la escuela?”. Cocó asiente y se ríe otra vez.
—Habías empezado a notar que esa ropa “de varón” no te gustaba y era la ropa con la que ibas al colegio. ¿Ahí sí empezaste a sentirte triste, incómoda?
—No, yo siempre tuve claro lo que era. Nunca me sentí mal. Por ahí sí me frustraba un poco eso de que yo quería ser nena y no podía — contesta Cocó.
—¿Por qué no podías?
—Porque todavía no sabía que existían las niñeces trans.
Nombrar
Tenía 9 años y seguía con su nombre de varón cuando Cocó le anunció a Valeria: “Cuando sea grande voy a ser como Lizy Tagliani. Entonces yo le dije ‘¿y cómo es Lizy Tagliani?’. Y ella me contestó ‘ay mamá, Lizy Tagliani de chiquitita era varón y de grande se hizo mujer’”. Después nombró a un hombre de la familia que tenía barba y le preguntó cómo iba hacer ella “para no tener esos pelos”.
Valeria ya estaba “muy preocupada”: no sólo no se le pasaba sino que las preguntas se multiplicaban y ella seguía sin poder darle respuestas. Así que le pidió ayuda a Camila, su hija mayor, que en ese entonces tenía 20 años. Camila empezó a buscar en Internet.

“Y un día me mandó un artículo y me pidió por favor que lo leyera sola. Cuando le pregunté por qué me dijo: ‘Porque vas a llorar, mamá'’.
Era el comienzo de 2017, Valeria esperó que a su durmiera su hijo más chico, que era bebé, y en el silencio de la madrugada, empezó a leer. Lo que su hija mayor le había mandado era la historia de Luana, la primera niña trans en obtener el DNI con su nombre autopercibido, la protagonista de un libro llamado “Yo nena, yo princesa”.
“Me puse a leer y me largué a llorar. Lo que leía ahí era la historia de mi hija”, recuerda. Ahí mismo, de madrugada, le escribió a Valeria Paván -psicóloga de Luana, coordinadora del Área de Salud de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y una referente en el tema- y le dijo que estaba “desesperada”. El mail terminó con una charla vía Skype.
“Ella me escuchó y me dijo ‘bueno, sí, lo que tenés es una nena trans’. Yo me acuerdo que me saqué como una mochila de encima. Al fin esto tenía nombre, por fin ella iba a poder ser lo que sentía”, cuenta. “Y le dije ‘¿y ahora qué hago?’. Y ella me contestó: 'El 80% ya lo tenés resuelto, que es la aceptación”.

Ese mismo día, cuando Cocó volvió del colegio vestida con su ropa de varón y se sentaron a almorzar, Valeria le preguntó: “'¿Qué opinás si yo te digo que vos podés ser la nena que siempre quisiste ser?'. Me miró y se le abrieron los ojazos, nunca me voy a olvidar de esos ojos. Y dijo ‘¿en serio?’. Sí. ‘¿Y me voy a poder vestir de nena?’. Sí. ‘¿Y me voy a poder cambiar el nombre?’. Sí. ‘¿Y voy a poder hacer todo lo que hace una nena?’ Sí. '¿Y voy a poder salir a la calle vestida de nena? Sí”.
—¿Te acordás de ese día, Cocó?
—Sí. Me acuerdo que se me iluminaron los ojos y bueno, me puse súper feliz porque era lo que quería ser yo. Me sentía libre, y todo gracias a mi mamá y a mi hermana.
—¿Y por qué te pareció importante que tu mamá te escuchara y te acompañara?
Cocó intenta armar una respuesta pero, antes de encontrarla, se larga a llorar y nos hace llorar a todos. Valeria traga, se la acerca al pecho, le da un beso en el pelo.
La transición

“Desde que empecé mi transición, si me han discriminado, como que no me han atacado a mí porque mi mamá fue mi escudo. Si me atacaban ella se ponía adelante”, dice Cocó y su mamá suspira. “Al principio sí me dolía porque no estaba empoderada, pero ahora no me importa, porque ahora me siento fuerte”, sigue Cocó.
Valeria sabe de lo que habla porque las agresiones no fueron sólo hacia su hija. A ella, por acompañarla, le dijeron “degenerada”, “demente”, “que le llené la cabeza”, “que es así porque yo le cumplí todos los caprichos”, “que me voy a ir al infierno”, se ríe, incrédula.
“A mí no me pesa mi hija, ninguno de mis hijos me pesa. A los hijos uno los ama como son, punto, por eso no me costó la aceptación. ¿Qué me pesa? La sociedad. Al principio, si la miraban mal yo los quería ahorcar pero llega un momento en que empezás a decir ‘no, ya está, el problema no lo tiene ella, lo tiene el que es capaz de mirar mal a una criatura’”, dice Valeria.

Haber podido nombrarse fue la ficha que empujó rápidamente a las otras. Cocó eligió su nombre -Constanza-, su abuela materna eligió su segundo nombre -Mía-, y celebró los 10 años ya como una niña trans.
“Mis compañeros se lo tomaron re bien. Porque me conocen, yo iba desde primer grado con ellos. Se los dije yo, o no sé, creo que se dieron cuenta solos porque, una vez, yo tenía el pelo bien cortito y caí a la escuela con una vincha y toda vestida de nena”, cuenta Cocó y marca la diferencia con algunos adultos del sistema educativo con los que se enfrentan las niñas y niños trans.
“Algunas maestras sí me aceptaban y otras no tanto. La directora como que le costaba muchísimo aceptarme. Tenía mi maestra de arte que tampoco me aceptaba tanto”, describe.
Habla de adultas que “tenían esos pensamientos machistas de decirme ‘¿por qué estás en la fila de nenas si vos tenés que ir a la fila de los varones?’. No me llamaban con mi nombre de ahora, no me querían poner en los registros eso. A veces una señorita me llamaba con mi nombre anterior y mis compañeros la corregían. Le decían ‘no, se llama así, se llama Constanza’”.

Enseguida Cocó pidió cambiar su documento para que dejara de tener la M de masculino y dijera Constanza Mía. Su mamá fue al colegio a reclamar que cambiaran el nombre anterior por el elegido en los registros, actas, certificados, etiquetas, un derecho contemplado en la Ley de Identidad de género.
“Yo estoy acá gracias a ella porque me acompañó en todo esto”, dice Cocó, que ya está en segundo año del secundario. “Yo empecé mi transición muy chiquita y no habría sabido cómo ir sola a un Registro Civil para cambiar mi DNI o a un hospital a conseguir bloqueadores”.
Y se refiere a que ella decidió comenzar una terapia con bloqueadores para detener la progresión de los cambios propios de la pubertad, como el vello facial que le preocupaba a los 9 años.
“Ella lo decidió, yo sólo la acompaño como adulta responsable. Yo, la pediatra, todos le explicamos los pros y los contras, y la contestación de ella fue ‘es mi cuerpo y es mi decisión’. Y es cierto, nosotros no vamos a vivir en ese cuerpo. Cada cual se construye como quiere”, dice Valeria.

Cocó sigue eufórica con la noticia del cupo laboral travesti-trans y con la responsabilidad que asumió el Estado. Quiere ser abogada y dice que “gracias a las adultas que lucharon en un futuro vamos a poder tener un trabajo”.
Después, frente a la pregunta de cómo se siente hoy, enumera, con la misma sonrisa vergonzosa del comienzo: valiente, guerrera, capaz, feliz.
Valeria se despide y dice que está orgullosa de la hija que tiene. Que sólo quería que fuera una buena persona y que fuera feliz, y que la calma llegó aquel día en que la escuchó decir que se sentía libre.
El recuerdo tiene el perfume de una frase que decía Lohana Berkins, activista travesti y referente histórica fallecida en 2016. “En un mundo de gusanos capitalistas, hay que tener coraje para ser mariposa”.
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