–¿Querés tocar en el Carnegie Hall, man? –le preguntó Juan Pablo Kolodziej, su manager y cuñado.
–¿Vos estás loco? –le contestó el gran protagonista de esta nota. Entonces acercó sus labios al celular–. ¿Cuándo viajamos a jugar el Mundial? Porque tocar en el Carnegie lo es –agregó-.
La llamada sucedió entrado el último invierno. "Encendimos la mecha para llegar al hueso –cuenta Fito Páez (55)–, y pronto comenzó un hermoso problema que aquí nos sorprende tres meses después, en una terraza del piso 24 del hotel Sofitel, con vista al edificio Chrysler, celebrando haber afrontado, mientras tomamos una agüita Perrier (yo bebo alcohol una vez a la semana). Porque, claro… Aceptar tocar en una casa sagrada de la música universal requiere de distintos y exigentes desafíos, empezando por la decisión trascendental de saber qué es lo que uno quiere brindar. El camino nos llevó un proceso. Hasta que resolvimos ofrecer un concierto con nuestra banda acústica, acoplándola a los veintiún músicos de la orquesta local, con el notable Ezequiel Silberstein como director y nexo. Un hermoso problema, sí, que derivó en un hermoso final", alza la típica botellita verde en señal de brindis.
–Todo hermoso lo que comentás, amor, salvo lo de la agüita Perrier –lo chicanea Eugenia, su pareja–… ¿No vas a querer que les muestre a los muchachos de GENTE el video que te filmé de madrugada, roncando entre las botellas de champagne que dejó el brindis post concierto, cierto?
–No, no, mejor no. Pero bueno… Ayer era justo la vez por semana que me toca tomar alcohol, jajajá.

Dos días antes, tras sendos ensayos en un estudio cercano, Rodolfo Páez apoyó en el asfalto sus zapatillas Paul Smith blancas con tiras doradas, descendió de la combi negra dispuesta por Sony e ingresó a la legendaria sala de Manhattan por el 161 W. de la 56th Street, el mismo viernes 28 de septiembre en que los carteles externos anunciaban su presentación, acompañados por la bajada Una noche en New York. Pronto, desde sus 73 kilos ("venía de un mes de dieta, alejado de las harinas, hasta que la comida chatarra local me sedujo") inició una caminata por sus pasillos mirando las gigantografías y los programas de quienes vienen presentándose allí desde que se fundara en 1890: Louis Armstrong, María Callas, Liza Minelli, Ella Fitzgerald, los Rolling Stones, David Bowie…

A las 15:37, cuando pisó por primera vez el Auditorio Isaac Stern, cuyos balcones superiores –hablamos de cinco niveles– demandan trepar 105 escalones, Fito recordó que en 1999 había entrado a sus entrañas con Cecilia Roth, para disfrutar del compositor francés Pierre Boulez. "Al terminar su presentación –explica Páez el domingo 30 al atardecer, todavía recuperándose de la movilizante experiencia del viernes–, le comenté: '¡Qué hermoso sería tocar acá!'. Pasaron un par de décadas y en el palco donde aquella vez nos sentamos nosotros, hace dos noches alentaban mis amigos Carlos Vandera y Coki Debernardi, de la provincia de Santa Fe. Un flash".

–Aquel deseo cobró cuerpo, nomás…
–Soy hombre de tablas. He pisado distintas clases de escenarios, de bizarros a maravillosos. Y aunque adoro el ritual de subirme a uno, cualquiera fuera, reconozco que el del Carnegie fue como me lo había imaginado. Y no únicamente debido a que por ahí pasó gente muy grossa: ya cuando me senté solo en el medio de la sala para observar parte de la prueba de sonido noté que la soñada acústica del Carnegie era tal.

–Uno considera que un sitio así supone el mejor de los homenajes para cerrar una notable trayectoria musical, pero en su caso, pese a sus 3,5 millones de discos vendidos desde los 23 álbumes que editó (aparte de los cuatro en vivo y otros tantos DVDs), aún no se lo imagina ni por casualidad fuera de juego… ¿Cómo capitalizó hacia adentro semejante experiencia artística y popular?
–Tuve suerte. Uno dice Carnegie Hall, y dice "Mercedes Sosa" y "Astor Piazzolla". Ahora también va a decir "Fito Páez". La música siempre te tiene un nuevo regalo para dar. Lo que sí, no me cuelgo medallas sobre el trabajo realizado. Sólo lo miro para no cometer los mismos errores.
Por Leonardo Ibáñez
Fotos: Diego Soldini, Ja! Comunicación
y Sony Music.
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