
En el corazón de una isla noruega rodeada de pinos y aguas tranquilas, la prisión de Bastoy ha transformado radicalmente el concepto tradicional de reclusión hasta el punto de ser reconocida como la prisión más lujosa del mundo. En este enclave, conocido como la Isla del Diablo, los internos no solo disfrutan de vistas al océano y viviendas individuales, sino que también acceden a actividades recreativas y educativas que buscan su reinserción social, según un reportaje de Daily Express.
Lejos de los barrotes y el alambre de púas que caracterizan a la mayoría de los centros penitenciarios, Bastoy ofrece a cada uno de sus 115 internos una pequeña casa equipada con cocina y espacios comunes, así como una parcela de terreno para su propio cultivo. La prisión, fundada en 1982 y extendida sobre apenas un kilómetro cuadrado, funciona como un pequeño pueblo autosuficiente, donde la vida cotidiana se asemeja más a la de una comunidad rural que a la de una institución penal.

La alimentación en Bastoy marca otra diferencia notable respecto a otras cárceles europeas. Un chef profesional prepara platos que distan mucho de la comida habitual en prisión. Los internos pueden degustar “albóndigas de pescado con salsa blanca y camarones” o platos sustanciosos como “pollo con carne” y “salmón”, elaborados con ingredientes frescos y productos agrícolas cultivados en la propia isla. Esta calidad culinaria supera ampliamente la de las sopas instantáneas o el pan seco que suelen servirse en muchas prisiones británicas.

El enfoque de Bastoy se centra en la rehabilitación y la preparación para la vida en libertad. Los internos tienen acceso a una amplia gama de actividades, entre las que destacan la equitación, la pesca y clases de tenis. Muchos dedican sus jornadas al trabajo agrícola o disfrutan de la naturaleza, con la posibilidad de pasear libremente por la isla y pasar tiempo en la playa cuando el clima lo permite. La sensación de encierro es prácticamente inexistente, lo que ha llevado a que la prisión sea comparada con un campamento vacacional más que con una institución punitiva.
La prisión que es un “campamento de vacaciones para delincuentes”
Esta filosofía ha generado debate, pero sus resultados son difíciles de cuestionar. En una entrevista concedida a CNN en 2012, el director de la prisión, Arne Kvernvik Nilsen, defendió el modelo adoptado por la institución: “Y si hemos creado un campamento de vacaciones para delincuentes aquí, ¿qué importa? El objetivo es reducir el riesgo de reincidencia, porque si no lo hacemos, ¿cuál es el sentido del castigo, aparte de volver a una forma primitiva de justicia?”, declaró Nilsen a CNN.

Las cifras respaldan la efectividad de este enfoque. Solo alrededor del 16% de los exinternos de Bastoy reinciden en los dos primeros años tras su liberación, una proporción inferior a la media nacional de Noruega, que se sitúa en el 20%. Este logro se atribuye a la apuesta por la confianza, la responsabilidad y la libertad supervisada, elementos que fomentan el desarrollo de conductas positivas y facilitan la reintegración de los reclusos como miembros activos de la sociedad.
El modelo de Bastoy ha captado la atención internacional como ejemplo de cómo los sistemas penitenciarios pueden ir más allá de la mera reclusión, priorizando la rehabilitación, la reintegración social y la reducción de la reincidencia.
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