
La diabetes mellitus es una patología crónica definida por una alteración en el metabolismo que provoca un aumento de glucosa en la sangre. Este exceso puede generar complicaciones a nivel microvascular y cardiovascular, lo que incrementa los riesgos para otros órganos y la mortalidad asociada y limita la calidad de vida de quienes la padecen.
En la actualidad, la diabetes afecta a entre el 5 y el 10% de la población total española (varía el porcentaje según el estudio), aunque se estima que por cada paciente diagnosticado existe al menos otro caso que permanece sin identificar.
La frecuencia de la enfermedad crece con la edad, el exceso de peso y el sedentarismo. Los síntomas de la diabetes dependen del tipo. En la diabetes tipo 2, la más frecuente, los indicios pueden pasar inadvertidos: sed persistente, aumento de la cantidad de orina, incremento del apetito, picores cutáneos, infecciones recurrentes y problemas cardiovasculares asociados.
El diagnóstico de la diabetes se establece mediante la medición de glucosa en sangre. Los valores normales de glucosa en sangre en los pacientes sanos se sitúan por debajo de 110 mg/dl. Para medirlo, el Ministerio de Sanidad establece que se considera fiable la prueba de glucemia basal, tomada en la sangre de un paciente en ayunas. Cuando esta cifra resulta igual o superior a 126 mg/dl en al menos dos ocasiones, se confirma el diagnóstico. Si una persona muestra síntomas y su nivel de glucosa aleatorio es de 200 mg/dl o más, la diabetes queda igualmente establecida. Otra herramienta es la prueba de tolerancia oral a la glucosa, pero se reserva casi en exclusiva para el seguimiento de embarazadas.
Tipos de diabetes
La diabetes tipo 1 aparece principalmente en niños y adultos jóvenes, especialmente antes de los 30 años. La causa es la destrucción autoinmune de las células beta del páncreas que producen insulina. Cuando falta insulina, el organismo no puede regular la glucosa y aumenta el riesgo de cetoacidosis, una descompensación grave del metabolismo.
Por el contrario, la diabetes tipo 2 es la más común y está vinculada al envejecimiento y al exceso de peso. Se caracteriza por una resistencia progresiva de los tejidos a la insulina; puede asociarse o no a un déficit en su producción. El inicio suele ser insidioso y los síntomas, poco manifiestos, lo que permite que transcurra mucho tiempo antes del diagnóstico. Si antes afectaba sobre todo a mayores de 40 años, en las últimas décadas se detectan cada vez más casos en jóvenes.
Existe otro tipo, que es la diabetes gestacional. Se detecta durante el embarazo y las mujeres que la padecen deben ser estudiadas después del parto, ya que la enfermedad puede o no persistir después. Otras formas menos habituales implican alteraciones genéticas, enfermedades pancreáticas o el uso de fármacos como los corticoides.
Prediabetes y factores de riesgo
Entre la normalidad y la diabetes confirmada, existe el estado denominado prediabetes, que incluye la glucemia basal alterada y la tolerancia alterada a la glucosa. Estas situaciones intermedias suponen un factor de riesgo tanto para progresar hacia la diabetes como para sufrir enfermedades cardiovasculares.
Según el Ministerio de Sanidad, las pruebas para detectar diabetes deben aplicarse a personas con factores de riesgo: mayores de 45 años (con controles trienales), antecedentes familiares, obesidad, hipertensión, alteraciones lipídicas o antecedentes de diabetes gestacional.
Prevención y tratamiento
La prevención de la diabetes tipo 2 pasa principalmente por modificaciones en el estilo de vida: reducción de peso en personas con sobrepeso y la incorporación de ejercicio físico regular. Los estudios demuestran que media hora diaria de actividad moderada, cinco días a la semana, reduce considerablemente el riesgo de aparición de la enfermedad. La prevención de la diabetes tipo 1 se encuentra aún en el ámbito de la investigación.
El tratamiento, que detalla el ministerio, integra un plan de alimentación personalizado, ejercicio físico, medicación específica pautada y controlada, hábitos saludables como la abstinencia de tabaco, regular de la glucosa y controles médicos periódicos. El seguimiento implica pruebas como la hemoglobina glicosilada para conocer el control glucémico, estudios para detectar daño orgánico (microalbuminuria, examen del fondo de ojo, evaluación de pulsos arteriales) y el control de otros factores de riesgo cardiovascular.
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