“Mi padre me decía: ‘Hija, estudia, estudia que me lo vas a agradecer más adelante”, cuenta Laura*. “Pero yo soy yo”, sigue, “y no estudié. Y le dije: ‘Papá, quiero ir a trabajar al supermercado’”. Han pasado unos 15 años desde ese momento.
Desde entonces, Laura ha trabajado como cajera y reponedora de un pequeño supermercado local que ha ido cambiando de dueños hasta formar parte de una de esas grandes empresas en las que millones de españoles compramos de manera habitual. “Si me hubiesen dicho cómo sería este trabajo cuando yo tenía 25 años”, dice ahora, “me hubiese ido sin pensarlo”. Pero ya no puede. Eso es lo que cree ella, o lo que le han forzado a creer. “De 4′ para arriba, no te cogen en el mercado”, asegura.
“Pues mi padre decía que si quería trabajar, que trabajara en la construcción: ‘¡Ahí vas a saber lo que es trabajar!’”, recuerda Javier. Él lleva solo cuatro años trabajando en la misma empresa que Laura, aunque ya le ha dado tiempo de pasar por otras grandes compañías. “A mí es un trabajo que siempre me ha gustado”, confiesa, “por la atención al cliente, que desde siempre me ha atraído”.
La historia de cómo acabaron juntos en una mesa tiene que ver con la Unidad Nacional de Trabajadores de Supermercados (UNTS), un sindicato independiente del que ambos forman parte. “Me engatusó Laura”, explica Javier, “porque me ayudó con unos temas y entonces a raíz de ahí vi que estar en un sindicato funcionó y bueno... decidí quedarme”. “Me gusta defender los derechos”, se justifica la aludida, “porque he visto que conmigo no se han cumplido, ni con varios de mis compañeros: llevo 26 años aquí en España y nunca he escuchado que se defienda al trabajador tanto como debería ser”.
La puntuación máxima es un aprobado
Nadie se atreve a contradecir lo que acaba de decir Laura. Ni Javier ni Elena. Con también unos 15 años de experiencia, ella es la tercera integrante de la mesa. Ha venido con una anécdota que ejemplifica a la perfección la desprotección que sienten en el trabajo: “Hace unos 15 días estaba en caja y una señora mayor no sabía cómo se ponía la tarjeta. Yo intentaba explicárselo, pero ella ‘que no, que no es ahí'”. “Me llamó estúpida”, denuncia Elena. “Pasé más de 15 minutos con ella y al final, cuando conseguí que hiciera caso, seguí siendo la misma estúpida que era al principio, porque no se disculpó”.
Nadie salió en defensa de Elena. “Tienen ese dicho de que el cliente tiene la razón”, lamenta. Pero para comprender las implicaciones de esta frase, hace falta primero conocer lo que es el Net Promoter Score, más conocido como el NPS. “Es una valoración numérica que va de cero a diez, en la que del cero al cuatro es una opinión detractora, del seis al ocho es neutra y del nueve al diez es positiva”. El cliente, con su razón en la punta de los dedos, puede rellenar una encuesta que le llega al correo electrónico, o a la aplicación de turno.
Llama la atención el baremo utilizado, en el que solo las valoraciones sobresalientes serían reflejo de una buena experiencia. Las consecuencias se deducen por sí solas: “Para bajar la puntuación, te baja enseguida, pero para subir cuesta un montón”. Además, aunque la puntuación es para el establecimiento en general, el cliente siempre tiene la oportunidad de especificar la persona en concreto que lo atendió. “Una mala reseña dirigida a un empleado alerta a los jefes y entonces tienes a un superior más pendiente de ti. Si es algo que se repite, entonces te echan por bajo rendimiento”.
Tan importante es que el cliente tenga la razón, que incluso dársela forma parte de sus obligaciones laborales. Javier, por ejemplo, es responsable de caja. “Todas las incidencias de los clientes pasan por los responsables”; cuenta. “Si Elena tiene un problema con un cliente que le está cobrando, tengo que ir yo a relajar al cliente e intentar que no ponga una hoja de reclamaciones, incluso tratando de premiarles con algo”. Elena, de hecho, tuvo también este cargo en su momento, pero lo acabó dejando. “Ser responsable es lo peor: quedarme sin descansos, salir mucho más tarde de mi hora, y como dice el dicho, ‘ni agradecido ni pagado’”.
Listas negras y mutuas con intereses claros
Y hablando de salarios, los tres coinciden: “Muy mal pagados”. “Algunas cadenas pagan más que otras, y siempre dependiendo del puesto que tengas”, resume Laura. A todos les toca trabajar muchos domingos y festivos, ya que solo cierran el 6 de enero, el 1 de mayo y el 25 de diciembre. “En Madrid o en España, la única cadena que te paga muy bien es Mercadona”.
Con esta empresa tienen sus más y sus menos. Por ejemplo, está el hecho de que los trabajadores con un cargo más alto “ganan más”. “Y encima los domingos, si los trabajas, es solo hasta las 14 horas, te pagan y tienes un día libre”. Eso lo vivieron también en otras marcas, como el Ahorramás. No obstante, de Mercadona también conocen la otra cara de la moneda. “No tiene buena fama”, incide Javier: “Como te cojas una baja te ponen en la lista negra. Yo lo he visto: si no les bailas el agua, te vas a la calle”.
Aunque, con el tema de dejar de trabajar, si Mercadona se lleva la mala fama, las otras empresas tampoco parecen quedarse atrás. “Yo en 2016 tengo una lesión en la espalda porque mi jefe me pidió que registrara el bolso de una señora a la que pillaron robando”, explica Laura. Cuando metí la manó, la señora tiró del bolso y me llevé un tirón que casi me tira la caja”. Cuando fue a la mutua que su empresa tenía contratada, le denegaron la baja porque no había ido a verles el mismo día. “Si no es en el momento, no te cogen la baja, y a lo mejor un dolor no te sale ahora, pero te puede aparecer a los tres días”, se queja ella.
“Si tienes, yo que sé, una herida en la mano, te dicen que ‘trabajando se te pasa’”, comenta Javier. Elena, por ejemplo, se hizo un esguince por el que la dejaron descansar unos días, pero al mismo tiempo enviaron una petición de alta a la seguridad social. “Yo hace poco tuve una baja por depresión”, revela él, “y a pesar de eso la mutua todo el rato me pedía el alta, hasta que yo dije que no mandasen mas propuestas porque si yo no estoy bien, no estoy bien”. “Tú sabes que las mutuas están favoreciendo a las empresas”, remata Laura.
Sillas, cintas y cronómetros, herramientas de trabajo
Pero si a los supermercados no les interesa tener trabajadores con problemas de salud, tampoco parece que les preocupe en exceso provocarlos. No, al menos, si hay otras cosas en juego. “Por ley, la silla es una herramienta de trabajo”, empieza Elena. Son, al final, muchas horas en las que están en las cajas y pasarlas todas de pie puede ocasionar lesiones en la espalda. “Se supone que tienes que prevenir”, sigue, “y entonces te sientas... pero claro, hay muchos gerentes a los que les molesta”.
Los otros dos están de acuerdo. “Te sientas y te miran mal tus jefes y te dicen: ‘Todo el mundo currando y tú aquí, sentadito sin hacer nada’”, coincide Javier. Y, por desgracia, no son solo los superiores. “Hay clientes que también te miran mal”, añade Laura. Otra herramienta es la caja que utilizan para pasar el código de barras, pero hay algunas donde la cinta no funciona. Durante horas, se tienen que estirar para pasar todos los alimentos y productos que los consumidores se llevan. “Son cosas que la empresa debería arreglar”, protestan.
En cambio, sí que hay una herramienta que los gerentes siempre tienen en perfecto estado, lista para ser utilizada en cualquier momento. “Yo antes era solo cajera, o me ponían a reponer y solo a reponer. Ahora hago las dos cosas, y hasta me han cronometrado”, cuenta Elena, a la que le han dado un tiempo de hasta solo media hora para colocar todos los productos de un determinado palé. “Pero también tienes que atender en caja a la vez”, recuerda Javier. De modo que, en muchas ocasiones, les toca echarse a correr para cumplir con esos plazos.
Muchas inspecciones de sanidad y pocas laborales
Aún así, consideran que tienen suerte si no les mandan a otros puestos en los que, directamente, carecen de la formación necesaria. En la zona de frutas, o de panadería, por ejemplo, “te ponen sin conocimiento alguno”, explica Laura. La formación, de hecho, brilla por su ausencia: “A mí me enseñaron el primer día y al día siguiente colé solo. ‘Hala, toma, ocúpate tú'”, recuerda Javier de cuando lo nombraron responsable. “He ido aprendiendo sobre la marcha”.
E incluso en zonas más peliagudas, como la charcutería y pescadería, hay falta de formación. “En teoría nosotros no lo podemos tocar porque hay que usar cuchillos”, dice Javier. “Pero lo hacemos”, completa Laura. “Yo era cajera y me metían a charcutera”, dice Elena, “y hasta la pescadera pasaba carne, aunque no se debería poder por el contagio de bacterias”. Sin embargo, pese a esto, los tres consideran que en cuanto al tema de la calidad y la sanidad, los supermercados por lo general suelen ser “muy estrictos”. “Como tienen auditorías muy de vez en cuando, pues claro, ahí sí”.
Explican que hay muchas inspecciones de salud para controlar el estado de los alimentos y su correcto tratamiento, algo que no ocurre con las inspecciones de trabajo, que son mucho más ocasionales. “Ya quisiéramos nosotros”, lamenta Laura, “si hubiese inspecciones laborales se les caía el pelo”. El tema de los turnos, que por rotación les toque salir a las diez de la noche y al día siguiente entrar a las siete de la mañana, es algo habitual, del mismo modo que hacer más horas de las que tocarían por contrato. “Se aprovechan de la necesidad que tiene el trabajador”, denuncia ella, “y te amenazan con ir a recursos humanos”. Algunos gerentes incluso les han amenazado con despedirles.
Siempre sonriendo
Laura cree, a pesar de todo, que siempre ha existido la realidad de que los derechos laborales no se cumplan. “Pero antes al menos la gente era más amable”. Los clientes, afirma, son cada vez más egoístas y les da exactamente igual el rato que los trabajadores puedan llevar reponiendo o en caja. “Te insultan y te tratan mal”. “Por eso varios trabajadores, si les ofrecen otra cosa, se van. Se va mucha gente”. En palabras de otros miembros de su sindicato, los clientes les tratan como “si no tuvieran ningún valor”. “Están despreciando totalmente a la clase trabajadora de los supermercados”.
Elena no comenta qué le dijo su padre acerca de trabajar en supermercados, pero sí que tiene muy presente lo que le ocurrió a su hijo, que trabajó en la misma empresa en la que está ella hasta que encontró otro trabajo. “No quiere volver”, comenta su madre. “Por el trato de los clientes y por el trato de los encargados prefirió irse a quedarse aquí”. Por eso están convencidos de que su trabajo es de todo menos sencillo.
“Tener una sonrisa siempre es muy complicado”, comenta Javier. Sonreír, por ejemplo, cuando el supermercado tiene un horario en el que se indica que se cierra a las 20 horas y alguien entra a las 19:59. Sonreír cuando esos mismos clientes les responsabilizan de lo altos que son los precios, o de no abrir durante los pocos festivos que tienen. Sonreírle también a la empresa ante la falta de personal, especialmente cuando no se cubren bajas de larga duración, “o cubren con un contrato de 20 horas uno de 40″. Sonreír, casi, por alivio: “Yo también prefiero que mi hijo este allí. Aquí estaba explotado, y encima ganaba menos”.
*Todos los nombres de las personas entrevistadas para el reportaje han sido cambiados