
Era una final anticipada. Una semifinal que parecía algo más. Sin Rafa Nadal sobre la arcilla de París, el Roland Garros aguardaba el duelo entre Novak Djokovic y Carlos Alcaraz como si fuese el partido de los partidos. El veterano que aspira a ser el tenista con más grandes en la historia del circuito masculino frente al adolescente considerado ya por todos como el gran heredero. Una batalla, la segunda entre ambos, que se antojaba épica y que se truncó cuando mejor pinta tenía. Fue entonces, en el segundo juego de la tercera manga, con el partido igualado –un set para cada uno–, cuando el cuerpo de Alcaraz dijo basta, literalmente. Unos calambres que empezaron en la pierna derecha atraparon prácticamente todo su cuerpo y ahí se acabó todo, el partido y el sueño del murciano, que se quedó fuera de la final de Roland Garros. En la cita estará por séptima vez Djokovic (3-6, 7-5, 6-1, 6-1). El serbio, ganador en 2021, buscará su tercer Roland Garros, su Grand Slam número 23, el que le convierta en el mejor de siempre por delante de Nadal.
“No puedo, no puedo”. Fueron las palabras que pronunció Carlitos y que hicieron saltar todas las alarmas en la Philippe Chatrier. La tensión, los nervios, la exigencia, el rival, el momento, el escenario. Seguramente fue un cúmulo de todo lo anterior lo que superó a Alcaraz. Acababa de igualar la semifinal tras un primer set en el que Djokovic se mostró intratable. El serbio dominaba desde el saque, potentísimo, bien dirigido, y castigaba el revés del español, más errático de lo que exigía la cita. Aprovechó la que tuvo Djokovic en la primera manga (1-4) y fue incapaz de devolver el golpe Alcaraz, que desperdició unas cuantas al resto. Set abajo (3-6) y a remar.
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Un punto antológico
Pero si algo ha demostrado el español desde irrupción es que no se arruga. Nada le intimida y son en esos momentos de moverse sobre el alambre en los que más se crece. Ya se sabe, cabeza, corazón y cojones. Su lema y su mantra. Necesitaba una mezcla de todo eso y subir el nivel, cambiar la estrategia. No estaba cómodo y era lógico. Enfrente estaba él, Djokovic, en toda su expresión, a su mejor nivel, negándole el drive, su mejor arma. “¿Voy a ganar a palos a Djokovic? ¡Pues no!”, le decía Carlos a su box. Mitad del segundo set y máxima igualdad.

En esas irrumpe Alcaraz con un punto antológico, un reverso imposible y a la carrera que aplaude Djokovic. No se lo cree. Y de repente, zarpazo del murciano. Primer break para él: 5-3 y a un juego de igualar el duelo. Pero el serbio no claudica y le devuelve la rotura. Levanta después un 0-40 y amenaza acto seguido con coger ventaja para llevarse el set. Pero la bola se le fue al pasillo y emergió de nuevo Alcaraz (7-5) para llevarse el botín.
Corrió Djokovic al vestuario y el público parisino ya visualizaba lo que todos anunciaban desde el miércoles, un partido largo, de altibajos, una tarde-noche de las que trascienden. Pero no hubo tiempo a más. Los calambres se apoderaron de Alcaraz y se acabó la historia. “Fueron los nervios”, reconoció después.
“Estoy muy jodido tío. ¿Cómo puede ser?”
En el momento no sabía ni qué le estaba pasando. “Aquí, aquí, aquí… estoy muy jodido tío. ¿Cómo puede ser?”, le decía a Juan Carlos Ferrero, su entrenador, señalándose la pierna derecha. Lo intentaba, pero nada. Atención médica y juego de penalización a favor de Djokovic. Su box, quizás pensando en lo que viene, le pedía que se fuera, pero él quería luchar: “Lo sé, Juanki, pero es muy pronto para retirarme”, decía Carlitos.

No lo hizo. Se mantuvo en pie y poco más. El partido de los partidos empezó como debía y terminó de una manera fea, muy fea. No pudo ser para Alcaraz y ya se relame Djokovic. El domingo en París tiene una cita con la historia.
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