
A las 14 del 17 de marzo de 1992, en Buenos Aires, no había razones para creer que era un día distinto de cualquier otro. Pero a las 14.45 todo cambió. Un terrorista suicida, a bordo de una camioneta Ford F-100 repleta de explosivos, estrelló su vehículo contra el frente del edificio de la embajada de Israel, ubicada en Arroyo y Suipacha.
En segundos, la ciudad fue un caos. Había heridos, escombros, gritos. Como suele pasar, la confusión rige el ritmo ya no de la cuadra donde ocurrió el atentado, sino también de la ciudad. Además de los heridos visibles a simple vista, se intuía que la cantidad de víctimas fatales pronto iba a ser abrumadora. La escena se completó con sirenas de policías, bomberos y ambulancias que llegaron de inmediato al lugar. Por primera vez en su historia, Argentina era víctima del terrorismo internacional.
Además del personal de la embajada, hubo víctimas ocasionales. Adultos mayores que vivían en la residencia geriátrica de enfrente, albañiles que trabajaban en el sitio, niños y niñas de un jardín de infantes y otras personas que pasaban a esa hora por ese sitio.

La parroquia Mater Admirabilis y decenas de casas vecinas recibieron oblicuamente el impacto del atentado.
En total, las víctimas fatales ascendieron a 29, y los heridos fueron 242. Hay quienes, hoy, leen el atentado a la embajada de Israel como una pieza conectada con el atentado a la AMIA, perpetrado dos años después, en 1994.
¿DÓNDE ESTÁN LOS CULPABLES DEL ATENTADO?
Ese día y a esa hora solo había confusión, aunque hoy, 30 años después, no hay muchas certezas más. Con el correr de las horas de aquel día, distintas versiones empezaron a circular.
El presidente de la Nación, Carlos Saúl Menem, aseguró que el hecho respondía a resabios del nazismo que aún quedaban en el mundo, pero que no expresaban el sentir general de la sociedad argentina.
Por su lado, las autoridades israelíes comenzaron a seguir las pistas de una conexión entre Siria e Irán. Tiempo más tarde, la Yihad islámica, una organización armada libanesa vinculada con el grupo terrorista integrista Hezbollah, se adjudicó el atentado y explicó que su finalidad era golpear los intereses israelíes en cualquier parte del mundo.
El 16 de febrero de 1992, un mes antes del atentado, había sido asesinado en el Líbano el secretario general de Hezbollah, Abbas Musawi. En ese tiempo, Israel mantenía su presencia militar en el sur del Líbano desde que había finalizado la guerra civil en ese país.
INVESTIGACIÓN DEL ATENTADO, TREINTA AÑOS DESPUÉS
Para determinar qué sucedió el 17 de marzo de 1992, se llevaron adelante tres investigaciones. Una a cargo del Mosad israelí, otra del FBI y la tercera, la causa judicial en Argentina, a cargo de la Corte Suprema de Justicia. En los documentos de la causa, se probó que la explosión fue causada por una carga de pentrita y trinitrotolueno, que había sido acondicionada en la parte posterior derecha del interior de la camioneta.
Pero, a fuerza de pruebas perdidas, dilaciones y desmanejos, los autores siguen impunes.

Las versiones más duras apuntaron a Imad Fayez Mughniyah, líder del aparato de seguridad exterior de Hezbollah, como uno de los principales responsables del atentado. Mughniyah moriría en febrero de 2008, en un atentado con coche bomba en Damasco, la capital de Siria.
La Justicia apuntó a otros dos sospechosos: el libanés Hussein Mohamad Ibrahim Suleiman y el colombiano de origen libanés José Salman El Reda, sobre los que pesan pedidos de captura internacional. El primero, por su supuesta responsabilidad en el ingreso de los explosivos a nuestro país, y el segundo, como brazo financiero del atentado.
Sin embargo, a pesar de los 30 años transcurridos desde que ocurrió el crimen, los avances en la investigación no fueron satisfactorios. Los nombres de los fallecidos siguen inscritos en la plaza de la embajada, esperando que el atentado se esclarezca y, finalmente, se haga justicia.
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