
La relación entre el arte y el territorio adquiere una dimensión singular en la nueva exposición de Natalia Lipovetzky, El paisaje de la vida, que se presenta en la Casa Museo de la Ciudad de San Miguel de Tucumán.
La muestra propone un recorrido por la obra reciente de la artista, quien explora la conexión entre el suelo, el cielo y la memoria a través de pinturas e instalaciones.
El eje conceptual de la exposición se articula en torno a la idea de que “el cielo no es un espejo lejano, sino una prolongación de la tierra”, según el texto curatorial de Guad Creche. Esta premisa se traduce en la disposición de las obras en dos salas: la primera alberga una piedra tallada, considerada una pieza emblemática de Lipovetzky; la segunda reúne doce pinturas nocturnas del Taficillo, cada una asociada a una casa de la carta natal de la artista.

La muestra, organizada por la Galería Serna y la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán, se nutre de dos años de estudios astrológicos y seis meses de acompañamiento curatorial, consolidando una etapa fundamental en la trayectoria de Lipovetzky (Buenos, 1975).
La artista, que reside y trabaja en un paraje rural a 50 km de la capital tucumana, ha construido su taller y su casa sobre un antiguo cementerio candelario, un hecho que impregna su mirada y su producción. “Vivir sobre restos es habitar un territorio donde lo visible y lo invisible se afectan mutuamente”, señala el texto curatorial, subrayando la manera en que cada pintura, cada piedra y cada color se convierten en gestos de comunión con la memoria subterránea.
La observación sostenida del cerro Taficillo, alimentada por un archivo fotográfico personal, constituye el punto de partida de las pinturas nocturnas. Lipovetzky pinta el cerro desde su taller en Tapia, frente a la montaña, estableciendo un diálogo íntimo y constante.

Así, las doce obras funcionan como un mapa simbólico que une tierra y signo, mirada y ascenso, brillo y sombra. “Como en una fotografía de larga exposición, condensan un instante y lo traducen en color: verdes, marrones, azules, rojos, amarillos”, describe la curadora.
Entre las piezas, solo una pintura está realizada desde la cumbre, donde las luces de la ciudad difuminan las estrellas. El resto de las vistas se sitúan frente al cerro, desde el costado o desde abajo, incorporando en ocasiones la ruta o el taller como huellas humanas en el paisaje nocturno. En todas ellas, la artista se inscribe en el entorno, estableciendo una relación de reciprocidad con el territorio.
La propuesta de El paisaje de la vida no exige conocimientos de astrología para ser apreciada. La muestra entrelaza noche, cielo, montañas y tierra, utilizando recursos de la astrología, la pintura y la astronomía. La carta natal de Lipovetzky se convierte en un mapa que, al pasar por su mano, se transforma en pintura, en un gesto artístico que traduce símbolos en color y forma. Sin embargo, la exposición trasciende las correspondencias formales y se adentra en una dimensión intuitiva y afectiva, vinculada a una práctica prolongada y a la cosmovisión andina, donde tierra, cielo y cuerpos conforman una red de relaciones, afectos y memorias.

En este marco, los cerros no son simples accidentes geográficos, sino entidades vivas, energéticas y conscientes, dotadas de nombre, edad, carácter e historia. Las comunidades mantienen con ellos relaciones de cuidado, deuda, reverencia o temor.
La relación de Lipovetzky con las piedras y el cerro se remonta a trabajos anteriores, donde su práctica se apoyaba en lo performático y participativo para explorar vínculos con lo no humano. En 2020, publicó Conversaciones con las piedras, un libro de retratos dibujados de piedras recolectadas y escuchadas a lo largo de los años, cada una acompañada de una leyenda.
La obra de Lipovetzky invita a mirar el paisaje desde una perspectiva no antropocéntrica, abriendo la posibilidad de imaginar otros modos de relación entre lo humano y lo natural. El cerro se convierte en cuerpo y atmósfera, el cielo en extensión de la tierra.

Natalia Lipovetzky se trasladó a San Miguel de Tucumán a los cinco años, donde completó su educación primaria y secundaria. Entre 1994 y 1999, cursó estudios en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán, obteniendo el título de Licenciada en Artes. Su formación se enriqueció con becas de instituciones como TRAMA y la Fundación Antorchas, así como con clínicas de obra junto a artistas como Jorge Gumier Maier, Diana Aisemberg, Eva Grinstein y Claudia Fontes. Además, trabajó como asistente de Ernesto Ballesteros, profundizando en el dibujo.
A lo largo de su carrera, ha participado en numerosas residencias artísticas, entre las que destacan URRA (2016), Pujinostro / Beca OEI Ecuador (2017), Residencia Intemperie en Quequén (2018) y Residencia en el Mundo en Santa Fe (2011). Entre 2004 y 2005, integró el dúo artístico San Jorge y el Dragón junto a Jorge Gutiérrez, con quien desarrolló cuatro obras y obtuvo el segundo premio en la II Edición del ArteBA/Petrobras con la videoinstalación “5 Segundos”. Desde 1998, ha estado presente en ferias, muestras y salones tanto en Argentina como en el extranjero. Actualmente, reside y trabaja en un entorno rural, donde continúa explorando nuevas posibilidades en su práctica artística.
“El paisaje de la vida”, de Natalia Lipovetzky, se puede visitar hasta el 29 de septiembre, en la Casa Museo de la Ciudad, Salta 532, San Miguel de Tucumán. De lunes a viernes, de 9 a 12.30 h y de 15 a 18.30 h; sábados de 9.30 a 13 h y de 16 a 19.30 h; y domingos de 16 a 19.30 h. Entrada gratuita.
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