
“Me gustaría que pintaras gente bailando”, le dijo una vez Victor Willing a Paula Rego. Era su esposo y también artista. Por algún motivo quería ver esa escena pintada con el característico estilo de su esposa. Sabía que sería una obra conmovedora. Ella le hizo caso. Comenzó dibujando en diferentes borradores. Pensó y repensó el diseño y la estructura. Quería que fuera perfecta. Se convirtió en una obsesión.
La obra es de 1988 y, en ese momento, la artista portuguesa se había animado a ampliar el tamaño de sus cuadros. La idea estaba, pero faltaban algunos detalles que no lograba cerrar. Su esposo le sugirió que pintara también personajes masculinos. Le hizo caso, pero no podía concluirla. Trabajó durante mucho tiempo en esa pintura. Claramente no era una obra más. Quería que fuera perfecta. De pronto, en medio de esa batalla personal contra el lienzo, su esposo muere.
A veces el arte y el trabajo son las mejores formas de llevar a cabo un duelo y atravesar la pérdida. Paula Rego no abandonó aquella pintura. Siguió trabajando sobre ella. Se concentró en los personajes varones. Uno es su marido, tomó una fotografía y lo representó —¿cuánto habrá llorado mientras pintaba?—, y el otro es su hijo Nicholas, quien posó para ella.
Ocho personas bailando en la playa bajo la luz de la luna. Con una despcripción así, El baile es una obra transparente, de fácil interpretación. En un primer vistazo, podría decirse que no hay más que eso. Sin embargo, si la mirada se posa algunos segundos más sobre la escena, los personajes, el lugar, los detalles, un abanico de posibilidades se abre. Hay toda una simbología detrás de este cuadro que merece la pena ser abordada.
Para la curadora Fiona Bradley, El baile representa “las formas en que una mujer, el personaje principal, más grande que los demás, a la izquierda de la pintura, puede estructurar su concepción de sí misma”. Además, sugiere, que “los tres personajes de atrás forman una jerarquía matriarcal, un feliz triunvirato de niña, madre, abuela: un ciclo completo de feminidad. Las otros dos mujeres se definen a sí mismas en relación con sus hombres: una cortejando y la otra embarazada".
Sin dudas El baile es un punto paradigmático en su obra. Por un lado, el resto de sus pinturas toman otro rumbo temático. Muchos cuadros de Rego suelen evocan cuentos de hadas y mitos. También está la gran serie sobre el aborto, siendo ella la primera artista en retratar la clandestinidad de esta problemática que sufren las mujeres en la mayoría de los países. El mejor ejemplo es el Tríptico del aborto, pintado en 1998, año en que Portugal, mediante un referéndum, decidió no legalizar esta práctica. Pero otro lado, El baile tiene una atmósfera perturbadora que se repite en toda la obra de Rego.
Porque, ¿qué es lo que hay detrás? Maria Manuel Lisboa, especialista en cultura portuguesa, ha sugerido que la estructura oscura en la esquina superior derecha de la pintura se asemeja a un fuerte militar en la costa de Estoril en Caxias que fuerte fue utilizado como centro de detención y tortura durante el Estado Novo (1933-1974), un período autoritario en Portugal que tuvo como jefe a António de Oliveira Salazar. “La presencia detrás de los bailarines de este edificio oscuro y opresivo, estrechamente asociado con la violencia del régimen de Salazar, agrega un borde siniestro a la escena”, asegura la investigadora.
Al año siguiente de haber pintado El baile, Rego lo donó al Tate Modern de Londres. Para ese entonces, ella había dejado Portugal y se había instalado en la ciudad inglesa, donde aún vive.
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