Las peores preguntas que me han hecho como trabajadora sexual

Por Gwyn Easterbrook-Smith; traducido por Julia Carbonell Galindo

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A la gente solo le interesa una cosa.

Nueva Zelanda – Casi nunca falla. Cuando le digo a alguien que soy trabajadora sexual, me hacen una serie de preguntas muy, pero que muy aburridas. Normalmente las primeras tienen que ver con cifras. Quieren saber con cuánta gente me he acostado en una noche —porque las prostitutas, como los vampiros, solo pueden salir bajo el manto de la noche— o cuánto dinero gano. Lo que en realidad están pidiendo es una manera de cuantificar exactamente qué nos diferencia, qué tan extraña soy. La pregunta del dinero es para determinar si soy "de las buenas".

Las demás preguntas son acerca de lo que pasa "en el la habitación" o alguna fuera de tono sobre mi vida sexual personal. Suelo asumir que la mayoría de la gente con la que hablo de estas cosas, otros adultos que se supone que conocen las normas de una conversación civilizada en otros contextos, han practicado sexo. Entienden cómo va la cosa. No es diferente por arte de magia solo por que se dé en un contexto laboral —simplemente se negocia para establecer límites desde el primer momento. Y al final puedo pagar la factura de la luz, o al menos una parte, dependiendo de lo duro que haya sido el invierno en Wellington.

El problema con estas preguntas es que se presupone que las relaciones sexuales concretas que mantengo en el trabajo son la única parte interesante o de valor. Al pedirme que cuantifique esas relaciones —"Entonces, ¿cuántos en promedio a la semana, Gwyn?"—, lo que están pidiéndome es que me sitúe en un contexto en el que solo existe una manera correcta y específica de dedicarse al mundo del sexo y que me justifique a mí misma y mi trabajo. Preguntarme a cuántos clientes he visto, o cuántos tengo, da al curioso un número con el que marcar distancia entre él y yo, y preguntarme cuánto gano es la forma que tiene de comprobar si "vale la pena". Asumen que un trabajo sexual es inherentemente degradante y asqueroso, que cuanto menos sexo real tengas en el proceso, mejor, y que lo único que justificaría dedicarme a esto sería ganar mucho dinero.

Preguntarme sobre mi vida sexual personal es irrelevante e invasivo, pero también forma parte de la expectativa de que las trabajadores sexuales van a ser un libro abierto para satisfacer la curiosidad de los demás, o de que no tenemos derecho a la privacidad y a la dignidad. La pregunta sobre sexo lleva consigo también la esperanza de que cuente alguna historia emocionante sobre lo mucho que me gusta mi trabajo. Por desgracia, desde un punto de vista narrativo, el trabajo sexual es más bien predecible y poco erótico. Es practicar sexo con hombres que me parecen del montón y no tengo ningún problema con eso. Charlotte Shane resume mejor lo que siento sobre el trabajo sexual en su magnífico ensayo Getting Away With Hating It. Pero si lo que busco es conseguir la suficiente aceptación, no basta con eso, necesito amar mi trabajo por encima de ser buena en él. El neoliberalismo es para todos.

Otra de las cosas que no me gustan de estas preguntas es que da igual cómo las conteste, tengo que esforzarme en organizar a las trabajadoras sexuales en una jerarquía artificial. He trabajado de forma independiente y para un burdel durante años, intercalando una forma y otra en función de mi situación y mis necesidades. Lo máximo que he llegado a ganar con un solo cliente fueron algo menos de 2,300 dólares, y lo mínimo que me han pagado por practicar sexo han sido unos 57 dólares. En ambas situaciones estaba haciendo exactamente el mismo trabajo y me sentí cómoda aceptando ambas cantidades por el tiempo y esfuerzo que habían conllevado los encuentros.

Creo que esto no tomará por sorpresa a las trabajadoras sexuales que se hayan topado con clientes que quieren un acostón rapidito sin complicaciones y con clientes que quieren la experiencia completa además del sexo. Aun así, sé que para mucha de la gente que no se dedique a esto los dos extremos parecerán irreconciliables.

A lo que voy es que llevo haciendo el mismo trabajo, en condiciones y con tarifas diferentes, durante varios años, y no me merecía más o menos respeto en ningún momento. Me niego a entrar en un debate que implique tener que justificarme a mí misma hablando mal de mis compañeras que trabajan de otra manera y en el que se asuma que mi trabajo es malo hasta que demuestre lo contrario. Las trabajadoras sexuales son de la gente más inteligente, divertida, amable y resolutiva que he conocido, y no me interesa entrar en conversaciones aleccionadoras que además contribuyan a estigmatizar a compañeras que no cuentan con la protección que garantiza la despenalización. Estas preguntas no son una forma de entender mi trabajo, son una forma de clasificarme. El trabajo sexual es interesante, divertido y desafiante, y creedme que tengo mucho que decir al respecto. Si sigues haciendo preguntas tontas y de mente cerrada, te garantizo que no obtendrás buenas respuestas.

Publicado originalmente en VICE.com