Cómo es ser joven, vaquero y queer en el norte de México

Por Óscar David López

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Muchos vaqueros viven su sexualidad dentro del clóset porque ofrece señales de que se mueven en el mundo con un comportamiento varonil.

Un sombrerudo detrás de otro hacen fila para poner el tacón de su bota dentro del lugar. Esto es Evolución Disco Monterrey, mejor conocida como el Í. Es común que muchos de los asistentes vivan su sexualidad dentro del clóset, decisión que aquí es celebrada porque ofrece señales de que el vaquero se mueve en el mundo con un comportamiento varonil. Después de pagar mi cover, entro al sitio en el que se sigue perpetuando el régimen sexo-género binario que sometió a las generaciones pre-millenial a vivir en un tiempo y lugar donde eso no se decía. Desde el estrecho corredor explota la atmósfera de un rodeo, aunque no lo es, pues se trata de un antiguo bodegón transformado en antro en el que de sus paredes cuelgan fotografías gigantes de Bobby Pulido, Lupe Esparza, Selena y Jenni Rivera.

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El Í —"E", como si se pronunciara en inglés—, tiene dos pistas en medio del lugar que están capacitadas para el zapateado. Una incluso mantiene todavía un tubo de table dance. No niego que el tubo le da un toque exótico a la pista y de un momento a otro, algún vaquero se atreve a jugar al palo encebado o hace malabares. Hay dos barras de alcohol que no paran de servir cerveza, aunque aquí ninguna barra es de cantina, aquí pides y te pelas porque hay clientela. Rapidito, viejón. Una salida da a un pequeño patio donde se puede fumar y escapar un rato del ensordecimiento musical. Incluso se puede ver la cara de los vaqueros que adentro son imposibles de mirar, ni por la oscuridad, ni por las luces estroboscópicas. Hay un gran escenario que mantiene cerrado su telón.

Aquí se baila de todo: cumbia, tejano, norteño, banda y más. A veces salta una canción pop que rompe el estilo del lugar pero que también rompe la figura que mantienen los vaqueros. Doy varias vueltas al lugar. He venido solo porque, como dice Juan Gabriel, "es más fuerte la costumbre que el amor". Y yo no tengo amor, pero sí muchas costumbres: la del lobo estepario, la del asesino solitario, la del niño masturbador.

Este recorrido no es nuevo para mí. Desde hace más de tres años que (re)comencé a vestirme vaquero que caigo los sábados al Í, único día de la semana que abre sus puertas. "Recomencé a vestirme", lo dije así, porque de niño me ponían botas, pantalón Wrangler y camisa Levi's. Por mi cuenta lo intenté comprándome ropa tejana antes de irme a Europa, sin embargo no llevé sombrero. Los pares de botas que mi papá dejó al morir me los apropié todos. He desgastado tan sólo un par que terminó en la basura. En una época que me aficioné a los cuartos oscuros me llevaba unos botines vaqueros de mi jefe y, sintiéndome Dorothy, golpeaba los tacones molestando a los que se preparaban para Dallas en la penumbra. También lo hacía a ver si yo me iba pa' Kansas. Pero seguía solo en aquellos mugrientos cuartos oscuros.

El autor. Fotos por Gladys Bañuelos-González
El autor. Fotos por Gladys Bañuelos-González

Después de mi cuarta cerveza advierto que el local se ha llenado de manera inusual. También hay unas cuantas mujeres. Por lo regular no se ven mujeres. Y no es que el gremio de vaqueros tenga prohibida su entrada a mujeres, pero aquí lo más femenino, además de las travestis, son las vaquerobvias. Una vaquerobvia es aquel que de lejos luce como ranchero pero de cerca jotea sabroso. No se corta ante las miradas inquisitivas que sancionan su comportamiento. Esta palabra, pese a que algunos la viven con orgullo, es un insulto para los vaqueros afeminados que rompen la fantasía de la hipermasculinidad, representada por la figura del vaquero de trato duro y corazón romántico. Es muy difícil esperar que los vaqueros gays rompan ese deseo de mantener la apariencia de masculinidad sobre todas las cosas que hacen, incluso sobre las más complejas en una sociedad que pide como aceptarse homosexuales. O no.

El autor. Fotos por Gladys Bañuelos-González
El autor. Fotos por Gladys Bañuelos-González

Lo que sí se nota es la cultura musical del amor. Perdón, del desamor. Esta predilección por la canción que se lamenta por la perdida del amante sigue reinando el pensamiento que se vuelve a coro. Y justamente pensaba esto cuando me descubro coreando como todos aquí: "No me pidas perdón, que la línea es delgada entre tú y el deseo", de Banda MS. En simultáneo, un vaquero que he mirado por largo rato se me acerca. Es bajito, lleva sombrero blanco, va impecablemente de negro y enfundado en un chaleco del tipo tejano. Viene con un amigo que está ligando del otro lado del local. Me pregunta que si quiero bailar y como es guapetón, no pierdo la oportunidad de demostrarle que no tengo miedo a fracasar. El baile no es lo mío. A pesar de que desde niño el baile fue un elemento indiscutible de cada reunión y fiesta, yo me rehusé a aprender cada uno de los ritmos. Prefería bailar solito como chango aplaudidor de circo. Sin embargo, esta vez la raya de coca que me metí al llegar se activa y logro bailar hasta que se acaba la canción. "Es una lástima que con el baile no pueda mantener el ritmo como con el alcohol", le digo al chaparrito. No me entiende. Al repetírselo, cree que lo que quiero es zafarme de pasar la noche a su lado. Me confiesa que esta noche cumple años. Entonces el mundo vaquero explota en una palabra: desierto. Así es como los vaqueros gays también viven: solos. Como el resto del mundo. Sin duda.

El Chaparrito ha venido porque su amigo dijo que sería su festejo: ver harto vaquero bailando pegadito con otro vaquero. Vaquero con vaquero. Vaquero con vaquerobvia. Vaquero con travesti de Yuri. Vaquero con su lata de TKT light. Ese soy yo.

Como el Chaparrito se llama como mi ex novio, prefiero referirme a él como "el Chaparrito". Ustedes podrían decir que es ofenderlo por su tamaño, pero para mí es una forma de quererlo al no vincularlo con el recuerdo de mi ex.

El autor. Fotos por Gladys Bañuelos-González
El autor. Fotos por Gladys Bañuelos-González

Muchos de los vaqueros del lugar somos travestis de una masculinidad regional del norte de México y cierto sur de Estados Unidos. Hay que recordar la masculinidad no existía, es una ficción política y social que cada cultura se ha inventado con su geografía. Entonces, no hay que temer a decir que uno puede ser el travesti masculino de otra construcción existente. Es un ejercicio de retorno que se originó cuando se exilia de la masculinidad al sujeto designado homosexual, entonces desde ese desamparo de género ocurre un regreso con la reapropiación de elementos culturalmente entendidos como masculinos: sombrero texano, botas largas y picudas, pantalón vaquero, hebilla en cinturón piteado y más. Sexualidad y poder. En esa unión están los vaqueros gays.

Los vaqueros gays hemos sido programados por cierta cultura cinematográfica que nos ha enseñado cómo vestir, cómo actuar, cómo alardear y cómo seducir. Si nos comparamos con otros gremios de la diversidad sexual, tenemos un mar de variaciones de la identidad Western, vaquera, ranchera, country, tejana, banda, cumbia, revolucionaria y norteña. Si bien es verdad que muchos no hemos tenido una vida de rancheros, todos aquí compartimos el gusto por esa erótica campirana. La película Brokeback Mountain (2005) generó controversia sobre todo en los lugares donde vestirse con ropa vaquera fuera casual. Ennis del Mar y Jack Twist son dos personajes complejos y cada cual con una problemática vida interior. El romance entre dos vaqueros que mantenían una vida heterosexual dejaba atrás el imaginario del viejo oeste hollywoodense donde todo consistía en los buenos contra los malos.

El autor. Fotos por Gladys Bañuelos-González
El autor. Fotos por Gladys Bañuelos-González

Lo que define la masculinidad que inventó la modernidad occidental es el uso y el monopolio de la violencia. Aquí no se sigue eso, hay una ruptura al manejo de la violencia. Echo de menos que no escuchen corridos como el norteño mexicano (esto en definitiva es porque aquí se viene a bailar vaquero con vaquero: cumbias, baladas norteñas, chotis). Crecí entre hombres que escuchaban corridos los fines de semana, que ponían la carne en el asador en las temperaturas infernales de los veranos regiomontanos con sombrero texano para cubrirse del sol, que se vestían de pies a cabeza como vaqueros en las fiestas decembrinas. En su momento, negué que esa herencia me pertenecía y busqué otras identidades. Y no tenía nada que ver con mi preferencia sexual. Era una búsqueda cimentada en la compañía de otros, de otros que conformaran la escena, me gustaba la alienación del pop. Sin embargo, cuando reconocí que uno muere en soledad, pude liberarme de la normalización política que piden al homosexual ser popero. Peregriné por muchos estilos de música. Los disfruté, no lo niego. Aún los recuerdo. Y hoy mientras traigo puesto mi sombrero texano y mis botas de anguila, puedo escuchar corridos de Los Cadetes de Linares, enseguida a Fangoria, y pasar a El Komander y luego poner a Schubert. He creado una subjetividad propia que para otros puede ser aborrecible, pero eso no me importa. Me importa que yo he creado un gusto con las posibilidades del mundo y que me complace eso que es en sí mismo una diversidad indefinible al ojo de los otros.

Publicado originalmente en VICE.com