
Si un desconocido se cae en la calle, nos asomamos a preguntarle si está bien y a nadie se le ocurriría gritarle que es un distraído. ¿Por qué entonces tantos reaccionan con esta cháchara aleccionadora cuando es su hijo el que tropieza? ¿Por qué tratamos con tanta severidad a la gente a la que más queremos?
Es que la respuesta crítica está exacerbada por el hastío de las repeticiones. A diferencia de los tropezones ajenos, los de alguien cercano nos traen un problema que no teníamos. Parte de esta reacción desabrida procede también de un ánimo pedagógico. La ciencia nos enseña, sin embargo, que esa forma de reaccionar resulta contraproducente. Enfadarse con quien ya lo está pasando mal nunca constituye un buen remedio. Ya habrá tiempo después de explicar con calma las estrategias para que algo así no se repita. Solo entonces resultarán de verdad efectivas. La mirada compasiva no solo es más bella, sino que también es mucho más efectiva.
Ser crítico o compasivo es, en gran medida, un rasgo individual. Pero depende aún más de quién ha sido el que se ha dado el porrazo. Solemos ser más duros con la gente a la que más queremos. Hermanos, padres e hijos, parejas que dejan de hablarse de por vida. La cólera que resulta de emociones desreguladas: los celos, la frustración, la envidia y sobre todo la ira, puede atenuarse con una postura más compasiva. Ahora bien, ¿cómo modificamos nuestra perspectiva?
Hay tres principios sencillos que funcionan como buen punto de partida. Primero, es casi imposible juzgar al otro sin conocer los infiernos y dolores que lo atormentan, aún cuando vivamos a su lado. Sirve, siempre, ponerse un segundo en la perspectiva del otro. Segundo, el eje central que separa la mirada compasiva de la crítica es la distancia afectiva. Por tanto, una forma sencilla de ser más ecuánime y compasivo consiste, paradójicamente, en tomar distancia. A veces basta dejar pasar algo de tiempo, o hasta de idioma, o de rol. El humor, es siempre una de las mejores herramientas. Tercero, la amabilidad y la generosidad son increíblemente reflexivas y contagiosas: ser amable con el otro es el modo más fácil de serlo también con uno mismo.

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