Del sandinismo al sanderismo: ¿el socialismo nunca muere?

Compartir
Compartir articulo
Bernie Sanders (REUTERS/Lucas Jackson)
Bernie Sanders (REUTERS/Lucas Jackson)

Joshua Muravchik, autor de Heaven on Earth: The Rise, Fall, and Afterlife of Socialism, trazó el origen del término “socialismo” a los seguidores de Robert Owen, quien en 1825 estableció una comuna en Indiana a la que llamó New Harmony para aplicar su sistema socialista. Al cabo de dos años, había colapsado. Sus seguidores fundaron otras casi cincuenta comunas en los Estados Unidos durante el siglo XIX y todas ellas terminaron en la ruina. A pesar de este resultado empírico, el modelo cobró impulso teórico cuando Karl Marx “transformó al socialismo de ser un experimento -probado, testeado y fallido- en una profecía”, escribió Muravchik. El sueño de la revolución proletaria gestó muchos partidos socialistas en Europa en aquélla época -anotó este autor- pero las clases trabajadoras en los países industriales en vez de empobrecerse, mejoraron su calidad de vida, y las clases medias lejos de desaparecer, crecieron. Tras los estragos de la Primera Guerra Mundial y el ascenso de Lenin en Rusia, el socialismo ganó ímpetu y durante el siglo XX un tercio de la humanidad pasó a ser gobernado bajo este modelo económico. Habitualmente hermanado a un esquema represivo, se lo justificó por sus presuntos beneficios socioeconómicos, los que rara vez se materializaron.

La evidencia empírica prueba que el socialismo ha fracasado en cada lugar en que fue intentado, con la sola excepción quizás de las comunas agrícolas (kibutzim) de Israel que proliferaron especialmente durante la primera mitad del siglo XX. Pujantes, democráticas e igualitarias, hicieron un aporte importante a la construcción de la nación. Aun así, con la eventual convergencia del país hacia el capitalismo perdieron fuerza y terminaron adaptándose a la economía privada. Esto llevó a Muravcik a concluir que “el socialismo ha fracasado en todo lugar en que fue aplicado; incluso en donde ha triunfado”. Cuando -tras Rusia- China, Cuba, Vietnam, Camboya, Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte, Siria, Afganistán y otros lo adoptaron, millones murieron y cientos de millones se empobrecieron.

Sus defensores más desapasionados suelen citar a Suecia como ejemplo de un buen socialismo, pero es un ejemplo inadecuado. Volvo es una compañía sueca. H&M es una compañía sueca. Ericsson es otra compañía sueca. Electrolux es asimismo sueca. IKEA es también una compañía sueca. Y Spotify es sueca. Todas ellas son ejemplos rotundos de exitosos emprendimientos capitalistas. Suecia está basada en una economía capitalista con un Estado protector. Sus defensores más apasionados han estado defendiendo a los socialismos duros de Venezuela, Nicaragua y Cuba por un período notoriamente prolongado. Bernie Sanders destaca entre ellos. Carlos Alberto Montaner ha observado que al candidato demócrata no lo ha conmovido el paso del tiempo: en ciclos de cada veinte años sigue aferrado a la tentación socialista.

Primero con la revolución cubana en 1959. En un video presentado en la televisión por el corresponsal de la CBS Anderson Cooper, se vio a Sanders en la década de 1980 defender a Fidel Castro sobre la base de que “educó a los niños, les brindó atención médica, transformó totalmente la sociedad”. Observadores han notado que, antes de que Castro llegase al poder, Cuba era 80% letrada; muy por delante de otros países de la región. En las siguientes décadas varios países -Argentina, Chile y Costa Rica, por ejemplo- han casi igualado los niveles de Cuba mientras que Panamá, Paraguay, Ecuador y Colombia han alfabetizado considerablemente a su población. La diferencia, indicó un editorial del Wall Street Journal, es que estos países “lo hicieron sin haber ´totalmente transformado a la sociedad´ con pelotones de fusilamiento, mazmorras, tortura y exilio”.

En 1985 Sanders era alcalde de Burlington, Vermont. La revolución sandinista llevaba seis años en curso en Nicaragua. Definió a Daniel Ortega como “un tipo impresionante” y sostuvo que “Vermont podría ser un ejemplo para el resto de la nación similar al tipo de ejemplo que Nicaragua está dando al resto de América Latina”. La Nicaragua sandinista estuvo signada por una guerra sangrienta, la creación de refugiados y el aplastamiento de libertades individuales. Sanders incluso viajó a Managua, donde asistió a un desfile militar sandinista durante el cual se entonó el himno que contiene esta estrofa que nos recuerda Montaner: “Los hijos de Sandino / ni se venden ni se rinden / luchamos contra el yankee / enemigo de la humanidad”.

Veinte años después del ascenso de sandinismo en Nicaragua y a cuarenta del castrismo en Cuba, arribó el Chavismo a Venezuela. Sanders no tardó en caer bajo su embrujo. En una entrevista televisada con Univisión en febrero de 2019, Sanders dijo que no consideraba que Juan Guaidó fuera el presidente legítimo de Venezuela. Tampoco respaldó las sanciones económicas de la administración Trump contra Caracas. Durante la actual campaña electoral fue criticado por otros miembros del Partido Demócrata por negarse a tildar a Nicolás Maduro de dictador (finalmente lo hizo), pero su admiración por el “Socialismo del Siglo XXI” es de larga data. En enero de 2003, Sanders firmó una carta en apoyo a Hugo Chávez (años más tarde lo tachará de “dictador comunista”). Ese mismo mes, la experta en asuntos latinoamericanos Mary Anastasia O’ Grady escribía: “Los neandertales económicos siempre están rompiendo huevos en busca del esquivo omelet igualitario, pero si la agresión del Sr. Chávez contra su pueblo continúa sin restricciones, los pobres se empobrecerán, el medio ambiente natural de Venezuela quedará destrozado e incluso la mínima protección de los derechos humanos se convertirá en un recuerdo oscuro”. Adivine quién estaba en lo cierto, ¿Bernie o Mary?

Lo cual nos lleva a reflexionar sobre la seducción incomprensible que el socialismo aun genera en ciertos sectores. Es normal que las generaciones jóvenes se sientan atraídas por su mantra igualitaria, su panacea idealista, su utopianismo romántico. Pero que un septuagenario estadounidense haya hecho su carrera política enteramente bajo su hechizo es realmente sorprendente. Que además sea un serio contendiente al liderazgo de un partido históricamente centrista que tuvo entre sus filas a Roosevelt y Truman es alarmante. Y que a su vez este hombre sea un candidato firme a la presidencia de los Estados Unidos -el país donde el capitalismo triunfó de la manera más exorbitante y definitiva posible- es casi surrealista. Así, el reciente renacimiento político de Joe Biden no es tan solo una esperanza racional para la progresía estadounidense. Lo es para el país entero. Biden no está exento de debilidades; basta recordar que fue vicepresidente en la Casa Blanca de Barack Obama. Pero al menos no eligió a la Unión Soviética para ir de luna de miel por diez días a sus 46 años, como Sanders sí hizo, en 1988. Especialmente aquellos que ven a Trump con enfado y a sus políticas con desprecio, deberían poder advertir que la alternativa ganadora al líder del jopo amarillo difícilmente pueda ser un revolucionario incurable a la Jeremy Corbyn.

El autor es profesor titular de Política Mundial en la carrera de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo.