
Durante más de tres siglos, Plymouth fue el núcleo administrativo, comercial y cultural de Montserrat, una pequeña isla que forma parte de los territorios británicos de ultramar, y una de las ciudades más influyentes del Caribe. Fundada en el siglo XVII sobre antiguos depósitos de lava, el sitio prosperó como el puerto principal de la isla. Sus calles y edificios albergaban ministerios, comercios, hospitales y la emblemática iglesia de St. Anthony, símbolo de una sociedad que, no obstante las inclemencias naturales, siempre apostó por el renacimiento y la reconstrucción.
La ciudad soportó huracanes y terremotos a lo largo de su historia, resistiendo y reconstruyéndose en varias ocasiones. Con una población de cuatro mil personas en sus últimos años, era el escenario vibrante de la vida política, económica y social de Montserrat, ejerciendo influencia sobre el desarrollo del Caribe desde la época colonial y hasta el siglo XX. Su capacidad de resurgir ante la adversidad cimentó un legado de resiliencia, fundamental en la memoria caribeña.

El despertar del volcán
Todo cambió drásticamente a finales del siglo XX, cuando el volcán Soufrière Hills —inactivo durante siglos— cobró vida. El 18 de julio de 1995 una potente erupción cubrió de ceniza el sur de Montserrat y obligó a la primera evacuación de la ciudad. Aunque algunos habitantes regresaron meses después, el volcán presentó una fase aún más violenta en marzo de 1996, expulsando avalanchas de roca incandescente y gases tóxicos. Estos flujos piroclásticos, “hicieron imposible la permanencia en la ciudad”, destacan los relatos históricos de la catástrofe.

El 3 de abril de 1996, con la ciudad amenazada por el avance de la lava y los gases, Plymouth fue evacuada por última vez. Las autoridades fijaron zonas de riesgo y limitaron el acceso a la ahora peligrosa capital a unas pocas horas diurnas y solo con estrategias de escape previamente establecidas.
La devastación se acentuó el 25 de junio de 1997: una erupción masiva acabó con la vida de 19 personas y destruyó por completo el aeropuerto. Entre el 4 y el 8 de agosto, Plymouth quedó sepultada bajo una capa de más de un metro de ceniza y roca, formando un material tan compacto como el hormigón y arrasando “casas, comercios y edificios gubernamentales”.
La Royal Navy ejecutó la evacuación definitiva, mientras el gobierno declaraba la mitad sur de Montserrat como zona de exclusión permanente. En ese punto, la capital había dejado de existir como ciudad habitable. De acuerdo con World Nomads, cayó a 1200 habitantes, aproximadamente, tras las erupciones que dejaron la capital reducida a cenizas.

Impacto social y huella permanente
Britannica Montserrat señala que la desaparición de Plymouth generó una crisis social y económica de gran escala, forzando a dos tercios de la población de Montserrat a emigrar, principalmente al Reino Unido. La capital administrativa se trasladó provisionalmente al norte, en Brades, mientras se avanza en la construcción de un nuevo centro en Little Bay. Sin embargo, a pesar de la destrucción, Plymouth se mantiene oficialmente como capital de Montserrat, un estatus que la consagra como la única capital fantasma reconocida en el mundo.
Las ruinas de la ciudad, congeladas bajo las cenizas desde 1997, evocan recuerdos de las grandes ciudades sepultadas de la Antigüedad. Iglesias partidas, muros ennegrecidos y ventanas a medio cubrir muestran el alcance del desastre. Desde 2015, el acceso solo está permitido en horario diurno y para tareas puntuales, como la extracción de arena y grava, según el Montserrat Volcano Observatory (MVO). A pesar de todo, Plymouth sigue siendo un lugar peligroso y vigilado por vulcanólogos.

La destrucción de Plymouth no solo alteró la geografía y la historia de Montserrat, sino que también sirve como ejemplo de la fragilidad de las sociedades humanas ante las fuerzas de la naturaleza. Como señala el reportaje de La Brújula Verde, “más que un recuerdo, Plymouth es una advertencia de la fuerza de la naturaleza y de lo frágil que puede ser el corazón de una sociedad frente a un gigante dormido”.
Aunque Plymouth permanece despoblada y cubierta de cenizas, su estatus de capital nacional sigue vigente en la documentación oficial. No existen actividades residenciales, solo incursiones breves autorizadas para tareas específicas. La ciudad fantasma representa una advertencia viva y un recordatorio de los caminos impredecibles de la historia natural y social.
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