
En el corazón del Pacífico Sur, Tetepare se destaca como el mayor territorio deshabitado de la región y representa uno de los últimos bastiones donde selva primaria y arrecifes de coral permanecen prácticamente intactos.
Esta condición se mantiene gracias a la férrea voluntad de los descendientes de sus antiguos habitantes, quienes agrupados en la Asociación de Descendientes de Tetepare frenaron durante décadas la explotación forestal, explorando alternativas como el ecoturismo y los créditos de carbono para conjugar la conservación ambiental y el desarrollo económico, según destaca Smithsonian Magazine.
La isla, ubicada en la Provincia Occidental de las Islas Salomón, abarca 119 kilómetros cuadrados de selva virgen, playas de arena negra y praderas submarinas que albergan especies amenazadas. En sus costas anidan tortugas laúd, prosperan dugongos, y los cangrejos de coco alcanzan dimensiones excepcionales en abundancia sin igual en el resto del archipiélago.
El aislamiento geográfico, junto al abandono permanente por su antigua población desde hace más de 160 años, permitió que la biodiversidad se mantenga sin intervención humana, libre de caza y deforestación. La presencia actual se limita a un centro de investigación y un ecolodge donde trabajan científicos, guardabosques y visitantes de modo temporal.

Biodiversidad y aislamiento: un refugio natural
La singularidad ecológica de Tetepare radica en sus ecosistemas intactos, resultado directo de la ausencia de asentamientos permanentes y de su difícil acceso.
Especies en peligro, como las tortugas laúd y los cangrejos de coco, encuentran aquí hábitat seguro. Las barreras naturales impuestas por su lejanía bloquearon eficazmente las amenazas externas.
Esta condición convierte a Tetepare en un refugio biológico excepcional y en uno de los pocos lugares en el Pacífico donde el funcionamiento ecológico se mantiene como hace siglos, propiciando la persistencia de especies raras y ecosistemas sin alteración humana.

Legado ancestral y defensa comunitaria
El pasado de Tetepare está rodeado de misterio y resiliencia. Los antiguos habitantes —un grupo étnico con lengua casi extinta— abandonaron la isla por causas que varían entre relatos de maldiciones, enfermedades y ataques de cazadores de cabezas. Mary Bea, portavoz de la Asociación, recuerda cómo algunas personas lograron huir y fundar familias en otras islas.
Actualmente, unas 4.000 personas se reconocen como descendientes, aunque muchos permanecen dispersos por las Islas Salomón. La vigencia de la conexión espiritual con Tetepare, “el espíritu de la isla”, se traslada en rituales y relatos que refuerzan el vínculo con la tierra ancestral.
Las amenazas externas no desaparecieron. La mayoría de los descendientes residen lejos y llegar a la isla supone travesías náuticas difíciles. Bea solo conoció Tetepare de adulta, movilizada por el riesgo de explotación de los bosques por empresas extranjeras.
Su liderazgo logró rechazar acuerdos con madereras en los noventa, invocando los derechos sobre la herencia común y fundando la Asociación de Descendientes con apoyo de organizaciones como WWF. El temor a perder su territorio ante terceros sigue latente.

Presión forestal, ecoturismo y dilemas económicos
La industria maderera devastó grandes extensiones del archipiélago tras los años noventa. Wilko Bosma, fundador de la Natural Resources Development Foundation, indica que la falta de control estatal permitió destrucción de hábitats y pérdida de especies. “Las empresas madereras saben que el gobierno tiene problemas para hacer cumplir y monitorear las regulaciones”, explicó Bosma en Smithsonian Magazine.
La presión económica llevó incluso a divisiones internas entre descendientes, tentados por ingresos inmediatos frente a la pobreza, hasta que la oposición comunitaria bloqueó la entrada de la industria.
De esa resistencia surgió la creación de un centro de investigación y un ecolodge, promoviendo el ecoturismo como alternativa. Los ingresos sostienen becas, programas educativos y la paga de guardabosques que protegen la isla.
Sin embargo, el ecoturismo tiene límites evidentes: su escala es pequeña, depende de visitantes dispuestos a recorrer grandes distancias, y las necesidades económicas de los descendientes superan lo recaudado. En 2023, solo 6.297 turistas vacacionaron en las Islas Salomón, frente a los 776.784 de Fiyi, y una fracción mínima accede a lugares remotos como Tetepare, de acuerdo con datos citados por Smithsonian Magazine.
Las tensiones internas persisten: la demanda laboral supera la oferta, algunos descendientes dudan de los beneficios, y los desafíos de la vida moderna suelen prevalecer sobre la preservación. Un caso paradigmático ocurrió cuando ex-cazadores furtivos, convencidos por la desaprobación de los espíritus tras ser interceptados, se sumaron a la causa ambiental y recibieron formación en conservación. Una auténtica “conversión” al culto a la Tierra.

Créditos de carbono y futuro de la conservación
Para diversificar ingresos, la comunidad evaluó el mercado internacional de créditos de carbono, que otorga pagos por mantener los bosques sin explotar. Bosma, ahora colaborador de Nakau, impulsa el modelo en otras islas, pero advierte que requiere garantías legales, auditorías internacionales y paciencia antes de ver resultados.
Las dificultades técnicas y el compromiso a largo plazo, junto a la falta de beneficios inmediatos, obstacularizaron la implementación en Tetepare, donde las divisiones entre descendientes se agravaron. Bea sostiene que la tarea más compleja es convencer a la comunidad sobre el modelo de conservación, y atribuye los fracasos a conflictos internos por el control de la isla.
La historia de Tetepare sigue abierta, marcada por la tensión entre herencia ancestral, preservación ambiental y necesidades económicas. Para quienes apuestan a la conservación, la paciencia y el trabajo persistente serán claves para que la comunidad, algún día, reconozca el valor extraordinario de mantener intacto su territorio y su legado. Tetepare permanece, hasta hoy, como un paradigma insular de resistencia y vínculo con la naturaleza original.
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